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miércoles, 28 de agosto de 2013

Siempre hay en el fondo del corazón del hombre sed de Dios

1Jn. 4, 7-16; Sal. 88; Mt. 23, 8-12
 ‘Renueva en tu Iglesia el Espíritu que infundiste en tu obispo San Agustín’. Así hemos pedido en la oración de la liturgia de este día de san Agustín. Que tengamos en verdad sed de Dios, fuente de la verdadera sabiduría, como lo tenía san Agustín y así llenemos nuestro corazón del amor verdadero, del amor de Dios.
En el fondo del corazón del hombre siempre hay sed de Dios, aunque no lo queramos reconocer o, confundidos, lo busquemos por caminos errados. Seamos como seamos siempre hay en el corazón del hombre una sed de más que no podemos satisfacer de cualquiera manera, deseamos lo mejor, buscamos lo bueno, queremos el bien y la justicia, hay en el fondo de todo una búsqueda de la verdad, hay una sed de algo que nos llene en plenitud que muchas veces no sabemos donde encontrar.
Esos deseos queremos satisfacerlos por nosotros mismos o en lo que nos parece que tengamos más cercano y tenemos el peligro y tentación de quedarnos en cosas materiales o terrenas que nos dan satisfacciones efímeras. Por eso es necesario saber elevarnos para no quedarnos en lo material, porque tampoco somos solo algo material, porque hay un espíritu que nos eleva; somos seres espirituales aunque no sepamos a veces encontrar nuestra verdadera espiritualidad.
Cuando con sinceridad emprendemos ese camino de búsqueda, Dios viene a nuestro encuentro y si sabemos dejarnos guiar podemos elevarnos para poder llegar a encontrar a Dios, o a dejarnos encontrar por Dios. Nosotros lo buscamos porque hay ese deseo en nosotros, pero en el fondo es Dios el que nos busca, el que viene a nuestro encuentro. Tenemos que dejarnos encontrar por Dios. Es el camino de una verdadera espiritualidad, porque por muy buenas intenciones que nosotros podamos tener siempre tenemos el peligro de confundirnos, confundir nuestras luces terrenas con la verdadera Luz y no lleguemos a encontrar a Dios. Sólo Dios es capaz de saciar la sed de verdad y amor que todo hombre tiene en sí, ya que Dios es la fuente de la sabiduría y del amor verdadero.
San Agustín, a quien hoy estamos celebrando, de quien estamos haciendo memoria litúrgica, fue un buscador de la verdad; durante muchos años recorrió sus propios caminos y en los placeres del mundo o en las filosofías de su época le parecía encontrar la verdad o aquello que pudiera dar satisfacción a lo que buscaba, pero se sentía insatisfecho y que seguía siempre a oscuras.
Hasta que, como reconoce en el libro de sus Confesiones, fue capaz de entrar en su propio interior para poner orden y claridad a su vida y encontrarse de verdad con Dios. ‘Habiéndome convencido, reconoce, de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable…’ Se encontró con la luz de la verdad, se encontró con Dios.
‘¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era capaz aún de verlo’. Hermosas palabras de san Agustín - muchas más podríamos citar de sus Confesiones - que nos van describiendo ese camino que le llevó a encontrarse con Dios y como en Dios mismo se sentía fortalecido con su gracia para hacer ese camino, para llegar a encontrarse vivamente con Jesús, camino, verdad y vida siempre para el hombre.
Como recordábamos al principio de nuestra reflexión y pedíamos en la oración litúrgica que en verdad busquemos a Dios, tengamos verdadera sed de Dios, fuente de la sabiduría y le busquemos como el único amor verdadero. Cuando uno tiene sed va a la fuente y trata de calmar su sed en esa agua viva. Que así seamos capaces de llenarnos e inundarnos de Dios y de su amor.
Qué importante vivir con toda intensidad la vida de la gracia alimentándonos de Dios en la oración, en su Palabra, en los Sacramentos. Con qué intensidad tendríamos que vivir esos momentos de encuentro con Dios concentrándonos de verdad en lo que hacemos y vivimos.

Nada tendría que distraernos ni apartarnos de El. Muchos ruidos no solo externos sino muchas veces dentro de nuestro corazón nos pueden distraer y hemos de tener sumo cuidado para que no suceda. El evitar esas cosas externas que nos puedan distraer tenemos que cuidarlo entre todos. Pero cada uno en su interior ha de centrar su pensamiento y su corazón en Dios, porque nada hay más importante en ese momento para nosotros que estar con el Señor.  Cómo hemos de cuidar, entonces, nuestras celebraciones donde escuchamos su Palabra, donde nos llenamos de su gracia, donde vivimos su presencia, donde bebemos en esa fuente de vida eterna. 

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