Autenticidad, verdad, sinceridad que nos alejen de la vanidad y de la hipocresía
1Tes. 2, 1-8; Sal. 138; Mt. 23, 23-26
Cuando celebrábamos el pasado sábado la fiesta del
Apóstol san Bartolomé escuchábamos en el evangelio las palabras de alabanza de
Jesús en su encuentro con Natanael: ‘Ahí
tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’.
Qué hermosa sensación sentimos en nosotros cuando nos
encontramos a un hombre que se manifiesta con total autenticidad, sin ningún
tipo de doblez ni de falsedad. Se siente uno a gusto con personas así y de
alguna forma nos sentimos estimulados a imitarles en la rectitud de sus vidas y
en su sinceridad.
Por el contrario cuando nos encontramos con alguien que
no es sincero, y no ya solo en sus palabras, sino en las actitudes y posturas
que toma en la vida, hay como un rechazo dentro de nosotros, porque parece que
nos sintiéramos heridos por dentro porque nos parece que aquella persona quiera
engañarnos con sus actitudes y posturas falsas.
Una persona que obra con rectitud y sinceridad y que al
mismo tiempo se manifiesta con humildad y sencillez ante los demás porque no va
haciendo gala de aquellas cosas que hace, pero que además tiene buen corazón
para los que están a su lado, es para nosotros un espejo en el que mirarnos y
de alguna manera al sentirnos atraídos por esa sinceridad de su vida queremos
como imitarla y parecernos a ella porque son valores que nos atraen y nos
convencen. La rectitud en personas así nunca se convertirá en intolerancia sino
que serán capaces de ser comprensivos con todos porque nunca se sentirán
superiores a nadie ni mejores que los demás por ese su buen obrar.
Es lo que viene a denunciar hoy Jesús en el evangelio.
No soporta Jesús la hipocresía de quien hace alarde de ser cumplidor en cosas que
son minucias, pero que luego no son capaces de tener compasión y misericordia
en su corazón. Por eso les señala Jesús que antes de proponerse ante los demás
como ejemplo y como modelo, se miren bien por dentro para alejar de si toda
vanidad y toda falsedad, porque lo que importa no es la apariencia externa que
queramos presentar sino ese corazón puro y limpio que tengamos en nuestro
interior.
Los fariseos se querían presentar siempre ante los
demás como cumplidores estrictos, dándole importancia a minucias que tenían
menos importancia olvidándose de lo que verdaderamente tendrían que buscar. ‘Descuidáis lo más grave de la ley, les
dice Jesús, la justicia, la compasión y la sinceridad. Esto es lo que habría
que practicar, sin descuidar lo otro’. Es cierto que Jesús nos dice que El
no viene a abolir la ley y se ha de cumplir y ser fiel hasta en las cosas
pequeñas, pero nos dice también que viene a darle la plenitud del amor. ‘Justicia, compasión y sinceridad’, nos
dice hoy.
‘¡Ay de vosotros, guías
ciegos… letrados y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el
plato, mientras por dentro estáis rebosantes de robo y desenfreno! ¡Fariseo
ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por
fuera’. Son fuertes
las palabras de Jesús que escuchábamos ya ayer y aún mañana en el evangelio se
volverá a insistir en lo mismo, cuando haga la comparación de los sepulcros
blanqueados.
Por eso el auténtico cristiano, el auténtico creyente en Jesus no se manifestará nunca desde la arrogancia ni la vanidad, nunca se presentará
orgulloso como modelo para nadie, sino que callada y humildemente hará siempre el
bien, buscando siempre lo bueno, llenando su corazón de ternura y misericordia
para así parecernos más al corazón de Dios. Qué lástima y qué triste los que
van siempre alardeando de las cosas buenas que hayan podido hacer porque en su
orgullo y vanidad lo que van buscando son reconocimientos humanos y no serán
gratos para Dios.
Sepamos ser
fieles a lo que es la voluntad del Señor que se nos manifiesta en lo que son
los mandamientos de Dios. Por eso hemos de tener siempre nuestro corazón
abierto a la Palabra de Dios para descubrir su voluntad. Pero busquemos la
plenitud del amor y vivámoslo en la sinceridad de nuestra vida, con autenticidad
y verdad, alejando de nosotros toda vanidad e hipocresía. El Señor conoce lo
que hay dentro de nuestro corazón.
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