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martes, 27 de agosto de 2013

Autenticidad, verdad, sinceridad que nos alejen de la vanidad y de la hipocresía

1Tes. 2, 1-8; Sal. 138; Mt. 23, 23-26
Cuando celebrábamos el pasado sábado la fiesta del Apóstol san Bartolomé escuchábamos en el evangelio las palabras de alabanza de Jesús en su encuentro con Natanael: ‘Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’.
Qué hermosa sensación sentimos en nosotros cuando nos encontramos a un hombre que se manifiesta con total autenticidad, sin ningún tipo de doblez ni de falsedad. Se siente uno a gusto con personas así y de alguna forma nos sentimos estimulados a imitarles en la rectitud de sus vidas y en su sinceridad.
Por el contrario cuando nos encontramos con alguien que no es sincero, y no ya solo en sus palabras, sino en las actitudes y posturas que toma en la vida, hay como un rechazo dentro de nosotros, porque parece que nos sintiéramos heridos por dentro porque nos parece que aquella persona quiera engañarnos con sus actitudes y posturas falsas.
Una persona que obra con rectitud y sinceridad y que al mismo tiempo se manifiesta con humildad y sencillez ante los demás porque no va haciendo gala de aquellas cosas que hace, pero que además tiene buen corazón para los que están a su lado, es para nosotros un espejo en el que mirarnos y de alguna manera al sentirnos atraídos por esa sinceridad de su vida queremos como imitarla y parecernos a ella porque son valores que nos atraen y nos convencen. La rectitud en personas así nunca se convertirá en intolerancia sino que serán capaces de ser comprensivos con todos porque nunca se sentirán superiores a nadie ni mejores que los demás por ese su buen obrar.
Es lo que viene a denunciar hoy Jesús en el evangelio. No soporta Jesús la hipocresía de quien hace alarde de ser cumplidor en cosas que son minucias, pero que luego no son capaces de tener compasión y misericordia en su corazón. Por eso les señala Jesús que antes de proponerse ante los demás como ejemplo y como modelo, se miren bien por dentro para alejar de si toda vanidad y toda falsedad, porque lo que importa no es la apariencia externa que queramos presentar sino ese corazón puro y limpio que tengamos en nuestro interior.
Los fariseos se querían presentar siempre ante los demás como cumplidores estrictos, dándole importancia a minucias que tenían menos importancia olvidándose de lo que verdaderamente tendrían que buscar. ‘Descuidáis lo más grave de la ley, les dice Jesús, la justicia, la compasión y la sinceridad. Esto es lo que habría que practicar, sin descuidar lo otro’. Es cierto que Jesús nos dice que El no viene a abolir la ley y se ha de cumplir y ser fiel hasta en las cosas pequeñas, pero nos dice también que viene a darle la plenitud del amor. ‘Justicia, compasión y sinceridad’, nos dice hoy.
‘¡Ay de vosotros, guías ciegos… letrados y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosantes de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera’. Son fuertes las palabras de Jesús que escuchábamos ya ayer y aún mañana en el evangelio se volverá a insistir en lo mismo, cuando haga la comparación de los sepulcros blanqueados.
Por eso el auténtico cristiano, el auténtico creyente en Jesus no se manifestará nunca desde la arrogancia ni la vanidad, nunca se presentará orgulloso como modelo para nadie, sino que callada y humildemente hará siempre el bien, buscando siempre lo bueno, llenando su corazón de ternura y misericordia para así parecernos más al corazón de Dios. Qué lástima y qué triste los que van siempre alardeando de las cosas buenas que hayan podido hacer porque en su orgullo y vanidad lo que van buscando son reconocimientos humanos y no serán gratos para Dios.
 Sepamos ser fieles a lo que es la voluntad del Señor que se nos manifiesta en lo que son los mandamientos de Dios. Por eso hemos de tener siempre nuestro corazón abierto a la Palabra de Dios para descubrir su voluntad. Pero busquemos la plenitud del amor y vivámoslo en la sinceridad de nuestra vida, con autenticidad y verdad, alejando de nosotros toda vanidad e hipocresía. El Señor conoce lo que hay dentro de nuestro corazón.

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