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sábado, 24 de agosto de 2013

Con san Bartolomé fortalecemos nuestra fe para ser signo de salvación para el mundo

Apoc. 21, 9-14; Sal. 144; Jn. 1, 45-51
‘Afianza en nosotros aquella fe con la que el apóstol san Bartolomé se entregó sinceramente a Cristo’. Es parte de lo que pedimos en la oración litúrgica de esta fiesta de san Bartolomé. Hagámoslo con intensidad cuando estamos celebrando este año de la fe, al que nos convocó el Papa con la intención de que se intensificara nuestra fe, se purificara y se hiciera verdaderamente madura. A eso hemos de tender con nuestras celebraciones, que son celebraciones de la fe. Ese es el programa de vida para el creyente en todo momento, pero en especial en este año.
Fijémonos en los detalles del evangelio. Es conducido hasta Jesús por su amigo Felipe que ya siguiera a Jesús a su invitación. La experiencia que ha tenido Felipe, de la que no nos dan detalles los evangelios tiene que haber sido muy fuerte para insistir con tanto vigor ante su amigo Natanael para que vaya hasta Jesús. ‘Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret’.
Pero ya conocemos la resistencia de Natanael, pero Felipe insiste. ‘Ven y lo verás’. Y Natanael, nuestro San Bartolomé, se deja conducir. No lo tenía claro. Aparecen incluso las desconfianzas de pueblos vecinos, pues era de Caná: ‘de Nazaret no puede salir nada bueno’. Pero se dejó guiar y encontró a Jesús, se encontró con Jesús.
Habla Jesús de la integridad de Natanael - ‘aquí tenéis a un israelita de verdad’ -, pero sigue la desconfianza - ‘¿de que me conoces?’, le dice - y Jesús le recuerda algo que ha quedado en el secreto del misterio de cada corazón, pero que provoca en Natanael una hermosa profesión de fe: ‘Rabí, Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.
Algo profundo había sucedido en el corazón de Natanael que no podía ser otra cosa que un encuentro vivo con Jesús. Sólo desde un encuentro así puede surgir una fe tan grande como ahora lo expresa Natanael. Quien tenía sus reticencias, al final se dejó encontrar por Jesús, se dejó ganar en el corazón por Jesús.
¿Será lo que nosotros necesitamos? Es importante esa experiencia de Jesús, dejar que llegue a nuestro corazón, dejar que nos mire allá en lo más hondo de nosotros mismos, en el secreto de nuestra vida para que así nos dejemos cautivar por Jesús. Hay el peligro de que, aunque porfiemos tantas veces que nosotros tenemos fe, que creemos en Dios, en la Iglesia y en todo, sin embargo sigan habiendo puertas cerradas en nuestro corazón donde no dejamos entrar a Dios. Así esa planta de la fe no puede crecer, no podrá llegar a desarrollarse nunca, porque le falta el encuentro con la luz del Sol verdadero.
Que se afiance en nosotros esa verdadera fe, tenemos que pedir hoy al Señor, con la intercesión de san Bartolomé, para que como él también nos lancemos al mundo como misioneros de esa fe. Es lo que pedíamos también en la oración. ‘Que la Iglesia se presente ante el mundo como sacramento universal de salvación’. Y cuando decimos la Iglesia estamos diciendo nosotros, que somos Iglesia, que pertenecemos a esa comunidad de salvación, que vivimos nuestra fe en esa comunidad de salvación que es la Iglesia.
Tenemos que ser signos de esa salvación para el mundo que nos rodea; nuestra vida, lo que hacemos y lo que vivimos, nuestra manera de pensar y de actuar tienen que dar señales de que somos creyentes, y creyentes en Jesús. Los signos se presentan como indicadores de que vamos a encontrar aquello que representan. Nosotros tenemos que ser signos de esa salvación, porque estamos señalando que hemos sido salvados por esa fe que tenemos en Jesús, de que en El hemos encontrado la salvación y entonces nuestra vida tiene que convertirse en ese signo que les hable de la fe que tenemos a los que nos rodean.
Es importante que el mundo vea ese signo en nosotros para que así puedan acercarse a Jesús. Nuestra tarea es ser ese signo, luego Dios actuará en el corazón de cada hombre y cada hombre dará su respuesta a esa invitación a la fe. Pero no podemos dejar de ser signos, sacramentos de salvación para cuantos nos rodean.

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