Una Palabra que el Señor nos dirige también en la tarde de nuestra vida
Jueces, 9, 6-15; Sal. 20; Mt. 20, 1-16
La Palabra de Dios que escuchamos cada día, si nos
acercamos a ella con fe y apertura de corazón, tiene una riqueza muy grande
para alimentar nuestra vida en ese nuestro camino diario que queremos vivir en
fidelidad y en amor.
Está siempre ese mensaje que se nos quiere trasmitir y que en una lectura muy
textual podemos recoger para nuestra vida fijándonos en las circunstancias
concretas en que aquella Palabra fue proclamada, por ejemplo fijándonos en los
hechos de la vida de Jesús que nos narran los evangelios y los diferentes
mensajes que nos deja en sus parábolas, en sus discursos o simplemente en el diálogo
con los discípulos. Es lo que en primer lugar quisieron trasmitirnos los
evangelistas, por ejemplo refiriéndonos al evangelio, aquellas situaciones de
la comunidad a la que Pablo dirige sus cartas, o aquellos diferentes momentos
de la historia del pueblo de Israel que es historia de la salvación para aquel
pueblo y para nosotros.
Pero muchas veces nos sucede que tratando de rumiar
esos hechos y esas palabras que se nos trasmiten, abriendo en verdad nuestro
corazón a Dios, convirtiendo esa Palabra en oración, porque es ese diálogo de
amor que Dios tiene con nosotros y que nosotros en nuestra oración queremos
tener con Dios, nos encontramos que determinada frase, determinada actitud de
algo o alguien que aparece en aquel texto parece que nos dice algo en especial
y que podemos en verdad aplicar a nuestra vida y a nuestras circunstancias de
vida de hoy.
Es por ejemplo algunas cosas que podemos descubrir en
la parábola que hoy desde la Palabra de Dios se nos ha propuesto. El texto es
bien conocido y muchas veces lo hemos reflexionado sacando hermosos mensajes
para nuestra vida. Un propietario que sale a contratar obreros para su viña y
lo hace en diferentes horas del día, porque siempre se encontrará en la plaza
quien esté sin trabajo. A todos paga el final un denario, tal como había
acordado con los primeros contratados y ante la reacción nos habla de su
generosidad y benevolencia para querer pagar también a los últimos del día
también un denario. ‘¿Vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?’, les replica
a quienes protestan. El premio para nuestra vida cuando respondemos a las
invitaciones del Señor será siempre camino de vida eterna, y da igual que sean
un denario o sean dos o más.
Al ir meditando en la parábola siempre se admira uno
que salga a distintas horas, incluso cuando ya va cayendo la tarde, y se
encuentre con obreros a los que envía a trabajar a su viña. Siempre hemos
reflexionado que la llamada del Señor a nuestra vida puede venirnos en la
primera hora o a la última hora y que siempre hemos de estar atentos a esa
llamada del Señor para dar nuestra respuesta. Quizá algunos no se hayan
encontrado con el Señor a lo largo de su vida, entretenidos como han estado en
sus cosas por decirlo de manera suave, y será en el atardecer de la vida cuando
el Señor les llame. No nos hagamos oídos sordos a su llamada y convirtamos
nuestro corazón al Señor.
Pero quisiera fijarme - en el fondo es por donde ha ido
mi reflexión - en que el propietario va llamando para trabajar en la viña. Esas
diferentes horas del día podrían ser muy bien esos diferentes momentos de
nuestra vida, unos más niños, otros más jóvenes o mayores, pero algunos en el
atardecer de la vida, cuando ya somos muy entrados en años y con muchos
achaques en nuestros cuerpos quizá. Llamada del Señor a la conversión, sí, pero
llamada del Señor a trabajar en la viña; y trabajar en la viña significará
implicarnos en tareas de apostolado, comprometernos en tareas en el seno de la
Iglesia o en medio de la sociedad.
Algunas podrían decir, yo a mis años, ¿qué es lo que
puedo hacer ya? Soy viejo y mi cuerpo está lleno de dolores y de achaques con
muchas discapacidades quizá. Ya no podría hacer nada; ya no podría
comprometerme en nada. Y te pregunto ¿estás seguro que ya no puedes hacer nada?
¿O será que no queremos hacer nada, que tenemos miedo al compromiso y por
comodidad nos echamos atrás?
Creo que esto tendríamos que pensárnoslo y por ahí puede
ir hoy el Señor en esa palabra que dirige a nuestro corazón. También en la
tarde de la vida tenemos en nuestras manos un campo para trabajar, una viña del
Señor de la que tendríamos que ocuparnos. No podemos pensar que porque seamos
mayores ya no tenemos nada que hacer ni nada que aportar a nuestro mundo. En la
parábola no solo son válidos los llamados a primera hora o a media mañana, sino
también los llamados al atardecer.
En cualquiera de las horas de la vida siempre tenemos
algo que ofrecer; y diría más, con la experiencia acumulada en nuestros muchos
años, con lo que nos ha tocado luchar, sufrir, amar, gozar de tantas cosas
muchos podemos ofertar, con mucho podemos enriquecer a los que vienen detrás,
mucho le podemos decir para que no caigan quizá en los mismos errores en que
nosotros caímos.
No importa que ahora hagamos más o menos, porque quizá
nuestras pocas fuerzas nos impidan hacer grandes cosas, pero aunque nos
parezcan pequeñas pueden ser grandes aportaciones que nosotros seguimos
haciendo para bien de nuestro mundo, para bien de nuestra Iglesia, para mejora
de nuestra humanidad. ¿No nos hace pensar mucho todo esto que estamos diciendo?
Parémonos un poquito, porque ahí en lo hondo del corazón el Señor tendrá algo
que decirnos.
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