Con el Señor de nuestra parte es posible la salvación
Jueces, 6, 11-24; Sal. 84; Mt. 19, 23-30
‘¿Quién puede
salvarse?’ Es la
pregunta que se hacen los discípulos después de algunos comentarios que hace
Jesús. Fue tras el episodio del joven rico que ante la invitación de Jesús de
venderlo todo para dar el dinero a los pobres y luego seguir con toda
radicalidad, y extrañados por esa reacción Jesús comenta que ‘difícilmente entrará un rico en el Reino de
los cielos’ Y Jesús para que quedara clara la dificultad de la que hablaba,
añadió: ‘Más fácil le es a un camello
pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos’.
De ahí surgió la reacción y la pregunta: ‘¿Quién puede salvarse?’ Pero
inmediatamente Jesús nos da la respuesta. La salvación no es solo cosa nuestra
o simplemente por méritos que hayamos adquirido. Es cosa de Dios, pero a lo que
nosotros hemos de dar ciertamente una respuesta, porque nunca el Señor nos
salvará si nosotros no queremos la salvación que El nos ofrece.
La salvación es obra de Dios. ‘Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo’, afirma
rotundamente Jesús. No obramos nosotros la salvación; no sería salvación sino
que tendríamos que decirlo de otra forma. Es el Señor el que nos salva; es El
quien ha ofrecido su vida para darnos la salvación; es Jesús quien nos ha
redimido, porque por mucho que nosotros quisiéramos hacer nunca podríamos
merecer la salvación. Es un don de Dios, un regalo de Dios.
Pero a ese regalo de Dios nosotros respondemos con
actitudes y posturas nuevas en nuestra vida, con un nuevo actuar. Es Jesús
quien con su muerte nos ha ganado la salvación, a lo que nosotros queremos
decir sí; sí a ese amor infinito de Dios correspondiendo con nuestro amor; sí a
esa salvación que nos ofrece, y cuando en esa salvación vemos nuestra vida
transformada ahora queremos ya para siempre vivir en ese nuevo vivir, en esa
nueva vida; le damos nuestro sí, y nos arrancamos de todo lo que nos ata; El
nos ofrece el perdón de nuestros pecados porque solo El es quien puede
perdonarnos, pero en nosotros está ese arrancarnos de nuestra vieja condición
de pecadores para vivir la vida del hombre nuevo de la gracia.
Pero a lo que Jesús nos decía de la dificultad de los
ricos para entrar en el reino de los cielos está el que mientras no seamos
capaces de arrancarnos de todo lo que nos ata y nos esclaviza nos será
imposible vivir en ese estilo nuevo del Reino de Dios, en ese estilo nuevo de
los que viven la salvación de Jesús. Ya sabemos de las ambiciones de nuestro
corazón y de las ataduras que nos creamos desde la posesión de las cosas
materiales o la posesión de las riquezas. Se convierten para nosotros en dioses
de nuestra vida, ídolos a los que terminamos adorando.
De ahí, la dificultad con el ejemplo que nos pone Jesús.
Por las puertas estrechas de las murallas antiguas un camello con sus jorobas y
las cargas que llevaban les era difícil entrar. Sin embargo nos dice Jesús que
más fácil entra el camello a pesar de sus jorobas por esas puertas estrechas,
que eran llamadas agujas, que quien tiene su corazón apegado a las riquezas
pueda entrar en el Reino nuevo de Dios.
Vivamos con corazón desprendido; no apeguemos nuestro
corazón a las cosas que terminarán esclavizándonos. Atesoremos los tesoros que
bien merecen la pena cuando ponemos amor verdadero en nuestro corazón. Es lo
que le pedía Jesús a aquel joven que venía con la ilusión de la vida eterna y
es lo que continua pidiéndonos Jesús a nosotros. Que no haya jorobas ni apegos
en nuestra vida que nos impidan ir con un corazón limpio y libre al encuentro
del Señor. Con la fuerza y la gracia del Señor podemos conseguirlo. El está
siempre con nosotros; que nosotros tengamos siempre nuestro corazón libre para
Dios. Con el Señor de nuestra parte podremos alcanzar la salvación.
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