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martes, 20 de agosto de 2013

Con el Señor de nuestra parte es posible la salvación

Jueces, 6, 11-24; Sal. 84; Mt. 19, 23-30
‘¿Quién puede salvarse?’ Es la pregunta que se hacen los discípulos después de algunos comentarios que hace Jesús. Fue tras el episodio del joven rico que ante la invitación de Jesús de venderlo todo para dar el dinero a los pobres y luego seguir con toda radicalidad, y extrañados por esa reacción Jesús comenta que ‘difícilmente entrará un rico en el Reino de los cielos’ Y Jesús para que quedara clara la dificultad de la que hablaba, añadió: ‘Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos’.
De ahí surgió la reacción y la pregunta: ‘¿Quién puede salvarse?’ Pero inmediatamente Jesús nos da la respuesta. La salvación no es solo cosa nuestra o simplemente por méritos que hayamos adquirido. Es cosa de Dios, pero a lo que nosotros hemos de dar ciertamente una respuesta, porque nunca el Señor nos salvará si nosotros no queremos la salvación que El nos ofrece.
La salvación es obra de Dios. ‘Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo’, afirma rotundamente Jesús. No obramos nosotros la salvación; no sería salvación sino que tendríamos que decirlo de otra forma. Es el Señor el que nos salva; es El quien ha ofrecido su vida para darnos la salvación; es Jesús quien nos ha redimido, porque por mucho que nosotros quisiéramos hacer nunca podríamos merecer la salvación. Es un don de Dios, un regalo de Dios.
Pero a ese regalo de Dios nosotros respondemos con actitudes y posturas nuevas en nuestra vida, con un nuevo actuar. Es Jesús quien con su muerte nos ha ganado la salvación, a lo que nosotros queremos decir sí; sí a ese amor infinito de Dios correspondiendo con nuestro amor; sí a esa salvación que nos ofrece, y cuando en esa salvación vemos nuestra vida transformada ahora queremos ya para siempre vivir en ese nuevo vivir, en esa nueva vida; le damos nuestro sí, y nos arrancamos de todo lo que nos ata; El nos ofrece el perdón de nuestros pecados porque solo El es quien puede perdonarnos, pero en nosotros está ese arrancarnos de nuestra vieja condición de pecadores para vivir la vida del hombre nuevo de la gracia.
Pero a lo que Jesús nos decía de la dificultad de los ricos para entrar en el reino de los cielos está el que mientras no seamos capaces de arrancarnos de todo lo que nos ata y nos esclaviza nos será imposible vivir en ese estilo nuevo del Reino de Dios, en ese estilo nuevo de los que viven la salvación de Jesús. Ya sabemos de las ambiciones de nuestro corazón y de las ataduras que nos creamos desde la posesión de las cosas materiales o la posesión de las riquezas. Se convierten para nosotros en dioses de nuestra vida, ídolos a los que terminamos adorando.
De ahí, la dificultad con el ejemplo que nos pone Jesús. Por las puertas estrechas de las murallas antiguas un camello con sus jorobas y las cargas que llevaban les era difícil entrar. Sin embargo nos dice Jesús que más fácil entra el camello a pesar de sus jorobas por esas puertas estrechas, que eran llamadas agujas, que quien tiene su corazón apegado a las riquezas pueda entrar en el Reino nuevo de Dios.

Vivamos con corazón desprendido; no apeguemos nuestro corazón a las cosas que terminarán esclavizándonos. Atesoremos los tesoros que bien merecen la pena cuando ponemos amor verdadero en nuestro corazón. Es lo que le pedía Jesús a aquel joven que venía con la ilusión de la vida eterna y es lo que continua pidiéndonos Jesús a nosotros. Que no haya jorobas ni apegos en nuestra vida que nos impidan ir con un corazón limpio y libre al encuentro del Señor. Con la fuerza y la gracia del Señor podemos conseguirlo. El está siempre con nosotros; que nosotros tengamos siempre nuestro corazón libre para Dios. Con el Señor de nuestra parte podremos alcanzar la salvación.

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