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domingo, 21 de julio de 2013

Cuando acogemos a Dios en nuestra vida aprendemos a acoger a los demás en nuestro corazón

Gén. 18, 1-10; Sal. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42
La Palabra de Dios hoy nos habla de la hospitalidad, tanto en el texto de la primera lectura como en el Evangelio. Una virtud muy humana, pero diríamos también una virtud muy gloriosa que nos acerca a Dios.
Una virtud muy característica del pueblo judío, y en general de todos los pueblos semitas, que manifiesta unos valores muy profundos y enriquecedores de las personas y de los pueblos. Hay pueblos en los que brilla de manera especial esta virtud de acogida y de apertura del corazón ante el que llega, ante el forastero y para quienes nadie se considera extraño, pero también nos encontramos con pueblos muy encerrados en sí mismos en los que habitualmente se ven cerradas no solo las puertas de los hogares ante el extraño sino lo que es peor las puertas de los corazones en una cerrazón llena de desconfianza y de temor.
De ello nos ha hablado la primera lectura en la acogida y hospitalidad de Abrahán ante aquellos tres caminantes que llegan a su tienda, que serán para Abrahán un signo de la presencia de Dios en su vida y de la acogida de su corazón a los designios de Dios. Le vemos cumplir con todas las leyes de la hospitalidad en su acogida y en el ofrecimiento de lo que tiene para que descansen del calor del camino y repongan fuerzas con el alimento.
De ello nos habla también ese hermoso cuadro del hogar de Betania en aquella familia que acoge a Jesús y a sus discípulos no solo a su paso por el camino, sino también en muchas ocasiones en que Jesús llegará hasta aquellos que serán para siempre sus amigos.
¿Qué nos puede estar diciendo hoy la Palabra del Señor? ¿Qué nos enseñará para nuestra vida este texto del Evangelio completado con el relato del Génesis?
Abrahán acoge a Dios en aquellos tres caminantes y Marta y María acogen a Jesús en el hogar de Betania. ¿Cómo se sentía Abrahán cuando sabía que estaba acogiendo a Dios en su tienda? ¿Cómo se sentían Marta y María cuando tenían el gozo de tener a Jesús con ellas en su hogar?
Hermoso ejemplo nos ofrecen para nuestra vida. Mucho tendríamos que aprender para ofrecerle nuestro amor al Señor con lo mejor de nosotros mismos. Muchas veces hemos reflexionado sobre este texto y esta manera de acoger tanto de Marta como María. A los pies de Jesús hemos de saber ponernos abriendo nuestro corazón, dando lo mejor de nosotros mismos, para llenarnos de Dios, para aprender también desde la acogida de Dios a acoger a los demás y al tiempo llevar a Dios a los demás.
Quizá podríamos preguntarnos ¿somos nosotros los que ofrecemos hospitalidad a Dios o es Dios el que nos ofrece hospitalidad? Es cierto que Dios quiere venir a nosotros, quiere habitar en nuestros corazones; como nos dirá Jesús si guardamos su palabra, si cumplimientos sus mandamientos el Padre nos amará y también nos amará Jesús y vendrán a nosotros para habitar en nosotros. Es la acogida que hemos de hacer al Señor que viene a nuestra vida guardando su palabra, viviendo en el amor y así nos llenaremos de Dios.  
Es el ejemplo que nos ofrece María sentada a los pies de Jesús bebiéndose sus palabras, queriendo escucharle y gozarse de su presencia; pero es el ejemplo también de Marta que da lo mejor de si misma para servir, para hacer todo lo posible para que Jesús se sintiera a gusto en la casa. Por eso andaba tan ajetreada preparando todo y de ahí sus quejas porque quizá María no le ayudaba como ella quería, pero que en el fondo estaba cumpliendo también en su acogida con la ley de la hospitalidad.
Pero nos preguntábamos si no es Dios el que nos acoge a nosotros. ¿Qué es lo que quiere Dios sino que vivamos en El? Nos hace partícipes de su vida que es meternos en su corazón. ¿No nos dice Jesús en la última cena que se va junto al Padre, pero va para prepararnos sitios y que vendrá y nos llevará con El? ¿Qué otra cosa es el amor que Dios nos tiene sino meternos en su corazón?
Es por donde tenemos que aprender hoy el mensaje que nos trae la Palabra del Señor. Cuando aprendemos a acoger a Dios en nuestra vida, estamos aprendiendo a acoger a los demás en nuestro corazón. Y cuando somos nosotros capaces de ofrecer la hospitalidad de nuestro corazón a los demás estamos abriendo de verdad nuestro corazón a Dios. No olvidemos lo que nos enseña Jesús que todo lo que le hagamos al hermano a El se lo estamos haciendo. Pero quizá tendríamos que decir que esta virtud de la hospitalidad interactúa en nosotros en nuestra manera de acoger a Dios y en nuestra manera de acoger a los demás, de manera que no hay una sin la otra.
La hospitalidad en su sentido más elemental y natural es abrir las puertas para acoger al que llega dejando que ocupe un lugar en nuestra casa, en nuestro hogar. Ya no se trata sola y llanamente del hogar o cosa material sino que se trata de nuestro corazón que ha de ser un hogar para los demás y para Dios. Abrimos las puertas para que los otros ocupen un lugar en nuestro corazón.

Amarlos no es solo decir que los queremos mucho si luego los tenemos apartados de nuestro corazón por nuestras desconfianzas o todos esos 'peros' que solemos poner en nuestra relación con los otros. Amarlos es dejar que ocupen un lugar en nuestro corazón, es permitir que se adueñen de nuestro corazón. Es la generosidad del amor que ya nos hará que no seamos dueños de nosotros mismos, sino que al otro lo pongamos siempre en el centro de nuestro corazón.

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