Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: «Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga.»
Salio el sembrador a sembrar... pero ¿seremos nosotros buena tierra? De la semilla estamos seguros, del sembrador tambien. Es el Señor, es su Palabra, pero ¿la acogemos? ¿la recibimos en nuestra vida?
Preparemos nuestra tierra, preparemos nuestro corazon. No dejemos endurecer nuestro corazon. Hay tantas cosas que nos endurecen la vida: los problemas que nos quitan la paz, las pasiones que se nos descontrolan cuando no tenemos suficiente dominio, las influencias externas que recibimos y por las que nos dejamos influenciar, la falta de profundidad que le damos a nuestros pensamientos y reflexiones...
Te quiero pedir Señor, que no se me endurezca el corazon; dame tu gracia, dame tu fuerza. Quiero abrir mi corazon a tu Palabra; quiero llenarme de tu vida. Riegame, Señor, con la fuerza de tu gracia
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