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sábado, 27 de abril de 2013


Quien me ha visto a mi ha visto al Padre

Hechos, 13, 44-52; Sal. 97; Jn. 14, 7-14
‘Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre’. Es la respuesta que Jesús da a Felipe cuando éste le pide: ‘Señor, muéstranos al Padre, y nos basta’.
Deseamos conocer a Dios. Es un ansia y un deseo que todos llevamos dentro. Nos sentimos sobrecogidos ante el misterio de Dios al que no podemos abarcar por nosotros mismos. Los discípulos que tanto le habían oído hablar a Jesús de Dios, a quienes les había enseñado a llamar Padre les parece ahora que tienen la oportunidad, por lo que les dice Jesús, de que puedan conocer a Dios. ‘Muéstranos al Padre’, le piden porque no es solo la petición de Felipe, sino en el fondo es la petición de todos, como es también nuestra petición en ese deseo de Dios que tenemos allá en lo más hondo de nosotros mismos.
‘Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe?’. Efectivamente conociendo a Jesús podemos llegar a conocer a Dios. Ya al principio del evangelio de Juan escuchábamos: ‘A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer’. Y como se  nos decía rotundamente entonces: ‘Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’.
Es Jesús la Revelación de Dios, la Palabra viva de Dios que se ha hecho carne. Es en Jesús en quien podemos conocer al Padre. ‘El que me ve a mi, ve al Padre’, o como ya nos había dicho ‘nadie va al Padre sino por mí’, por eso nos decía como hemos escuchado recientemente que Jesús es el Camino, y la Verdad, y la Vida.
Cuando estamos contemplando a Jesús, en sus obras y en su actuar, estamos contemplando el rostro misericordioso de Dios. ‘Yo estoy en el Padre y el Padre en mí’, nos dice hoy, ‘creed a las obras’. Son las que dan testimonio de Jesús y nos están ratificando quien es Jesús, pero viendo a Jesús estamos viendo las obras de Dios, estamos conociendo a Dios.
Por eso hemos escuchado cómo Jesús da gracia al Padre que se ha revelado a los pequeños y a los sencillos, ocultando los misterios de Dios a los que se creen grandes y entendidos. Es lo que realiza Jesús a quien vemos siempre rodeados de los pequeños, de los pobres, de los que sufren y allí va derramando el amor y la misericordia de Dios. ‘Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien se lo quiera revelar’.
Es por eso por lo que nos dice Jesús hoy: ‘Si me conocierais a mi, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto’. Por eso es tan importante lo que tantas veces repetimos, la necesidad que tenemos de crecer en el conocimiento de Jesús para crecer en nuestra fe, para que luego se pueda manifestar en una verdadera vida cristiana. 
Qué importante que escuchemos con atención y con mucha fe la Palabra del Señor que cada día llega a nosotros. No es una palabra cualquiera, es la Palabra que Dios quiere decirnos para revelarse a sí mismo y para que conociendo cada vez más el misterio de Dios vayamos al mismo tiempo descubriendo las maravillas que el Señor quiere realizar en nosotros; descubramos y reconozcamos la grandeza a la que el Señor nos llama cuando  nos hace partícipes de su vida.
Y una última cosa que nos deja dicho Jesús hoy en el evangelio. Es la seguridad y la certeza de que Dios nos escucha y nos concede lo mejor y lo más hermoso para nuestra vida. ‘Yo me voy al Padre, nos dice, y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré’. Es por eso por lo que la oración de la Iglesia la hacemos siempre ‘por Jesucristo nuestro Señor’. Que por Jesucristo nuestro Señor podamos cada día conocer más a Dios.

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