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viernes, 26 de abril de 2013



Con la fe en Jesús nos sentimos siempre llenos de paz y contagiamos de esa paz

Hechos, 13, 26-33; Sal. 2; Jn. 14, 1-6
Qué a gusto y qué bien se siente uno al lado de personas que con su sola presencia nos dan sensación de sosiego y de paz. Personas que vemos serenas, aun en medio de momentos malos y tormentosos, porque nos da la impresión de que saben bien lo que quieren, a donde van o lo que es el sentido o el valor de su vida. No pierden la calma, la serenidad; nos trasmiten paz y sosiego; nos ayudan, muchas veces solo con su presencia, a que nosotros tengamos también ese equilibrio interior que se manifestará también en la forma de reaccionar y de actuar.
Hoy Jesús nos dice: ‘No perdáis la calma…’  Quiere Jesús que tengamos paz en nuestro espíritu y sepamos también trasmitir paz. Y ¿qué es lo que hemos de hacer para no perder la calma, para mantener esa paz de nuestro espíritu? ‘Creed en Dios y creed también en mí’, nos dice. Poner toda nuestra fe y nuestra confianza en Dios, en Cristo.
¿Qué significa eso? ¿qué significa esa fe y cómo ha de ser? No es decir, como algunos piensan, bueno en algo hay que creer por si acaso. Nuestra fe tiene que ser otra cosa, porque la fe que ponemos en Dios nos da seguridad y confianza total. No creemos por si acaso, sino con la seguridad que nos da Dios que se hace presente en nuestra vida, de tal manera que nos dará seguridad, serenidad, paz en todo lo que hagamos o en todo lo que vivamos.
El auténtico creyente se llena de esa paz de Dios; el auténtico creyente se siente firme y seguro en su fe y nada le hará dudar o llenar de zozobra, por muy fuertes que sean los embates de las cosas desagradables que le sucedan en su vida. Los problemas, la enfermedad, la muerte incluso no le hacen perder la paz del espíritu. Por la confianza que ha puesto en Dios sabe lo que quiere y seguro y con fortaleza emprende su camino. Por la fe que pone en Dios su vida está llena de esperanza y expresará en lo que haga ese equilibrio que tiene en su interior a pesar de todo lo que le pueda pasar.
Y es que Jesús nos da la seguridad de que vamos a vivir en El; estará con nosotros pero de manera que nuestra vida se transformará totalmente porque nos sentimos inundados por su gracia y por su vida. Ahí, sea lo que sea lo que nos suceda, nunca el creyente se siente solo o abandonado. El viene a nosotros pero nosotros nos sentimos inmersos en El. Y todo eso lo vamos a vivir con paz de espíritu, lo vamos a expresar con alegría, será contagioso para los que están a nuestro lado. Aquello que decíamos que cuando estamos junto a alguien lleno de sosiego y paz nos sentimos contagiados, pues es de lo que nosotros tenemos que contagiar a los demás.
Lograr todo eso es el camino de espiritualidad cristiana que vamos recorriendo en nuestra vida, en el que hemos de crecer más y más. Es el camino de superación que cada día hemos de ir logrando en nosotros, porque son muchas las cosas que nos acechan y nos distraen de la meta a la que aspiramos. Pero como decimos que hemos de ir creciendo en nuestra fe más y más, iremos creciendo en esa espiritualidad que nos va llenando de Dios y va haciendo nuestra vida distinta.
¿Qué hemos de hacer? Seguir el camino de Jesús. ‘Volveré y os llevaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros. A donde yo voy ya sabéis el camino’, les decía a los apóstoles en la última cena y nos está diciendo a nosotros. Los discípulos le preguntaban porque les costaba entender: ‘Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ A lo que Jesús les respondió: ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí’.
Como tantas veces hemos reflexionado nuestro vivir es Cristo, nuestro camino es Cristo, la verdad de nuestra vida es Cristo. Si lo convertimos de verdad en el centro de nuestra existencia encontraremos el sentido de todo, encontraremos la luz que necesitamos, tendremos la fuerza de su Espíritu que nos ilumina, encontraremos de verdad esa paz. Es el camino de espiritualidad que hemos de recorrer, porque es llenarnos, dejarnos inundar por el Espíritu de Cristo.

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