El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe
Is. 40, 25-31; Sal. 102; Mt. 11, 28-30
Cuando los profetas trasmiten el mensaje de la Palabra
de Dios al pueblo de Israel, éste se ve sometido a fuertes tentaciones a la
idolatría, porque viven en medio de pueblos paganos que se habían creado
multitud de ídolos, dioses a su medida que no podían ofrecer ningun tipo de
salvación. Es por eso que los profetas luchan fuerte contra la idolatría de los
pueblos vecinos y a la se ve tentado Israel en caer. Podríamos recordar, porque
sobre ello hemos meditado en más de una ocasión, la lucha del profeta Elías
contra los profetas de los baales, lo que le acarrearía momentos difíciles y de
persecusiones.
Ahora el profeta Isaías que hoy hemos escuchado les recuerda al Dios
todopoderoso creador de todas las cosas que se manifiesta con fuerza y poder
pero al mismo tiempo cercano de su pueblo. Cuando ellos podían pensar que Dios
no les hacía caso ni les tenía en cuenta, el profeta les recuerda esa cercanía
de Dios siempre atento a sus necesidades y que por amor a su pueblo se hace
presente en medio de ellos.
‘¿Por qué andas
hablando, Jacob, y diciendo, Israel: mi suerta está oculta al Señor, mi Dios
ignora mi causa?’
¿No nos recuerda esto lo que quizá muchas veces nosotros hayamos pensado o
dicho cuando acudimos a El en nuestra oración y decimos que Dios no nos escucha
y no atiende a nuestras peticiones?
‘El Señor es un Dios
eterno y creó los confines del orbe,
les dice el profeta. No se cansa, no se
fatiga, es insondable en su inteligencia. El da fuerza al cansado, acrecienta
el valor de inválido… los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas…’
¡Qué bellas palabras que llenan al pueblo, nos llenan a nosotros, de esperanza!
¡Cómo tenemos que aprender a fiarnos del Señor, a poner en El toda nuestra
confianza! No podemos olvidar nunca las maravillas que el Señor hace
continuamente en nuestra vida, El que ‘es compasivo y misericordioso’.
No nos falta la ayuda y la gracia del Señor. El sí nos
escucha y nos llena continuamente con su gracia. Aún en aquellos momentos
oscuros por los que podamos pasar, porque quizá se debilite nuestra fe o nos
llenemos de dudas y temores, porque quizá por el mal que hemos dejado meter en
nuestro corazón nos sintamos más débiles y más tentados, sabemos que el Señor
está ahí, es nuestra fuerza, nuestra vida, nuestra luz. A El en medio de las
oscuridades con más fuerza tenemos que acudir porque hemos de sentir la certeza
en nuestro interior de que el Señor no nos deja, no nos abandona está junto a
nosotros.
En los momentos que nos sintamos cansados, porque nos
cuesta luchar, porque quizá no avanzamos todo lo que quisiéramos o porque
nuestro corazón se haya llenado de desilusión con más fuerza hemos de escuchar
la voz del Señor que nos llama y nos invita a ir hasta El, como hoy hemos
escuchado en el evangelio. ‘Venid a mí,
todos los que estáis cansado y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro
descanso’.
‘Se cansan los
muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan’, que decía el profeta Isaias; pero
que no son sólo los jóvenes, que todos tropezamos y a todos nos aparecen
cansancios. Pero hemos de escuchar esa palabra de aliento del Señor porque
estando con El ‘se renuevan las fuerzas,
les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse’.
Unas bellas imágenes que nos están hablando de esa fortaleza del Señor que
nunca nos faltará.
Como nos decía Jesús ‘mi yugo es llevadero y mi carga ligera’. Es llevadero y ligero
porque lo tenemos a El como dulce Cireneo que nos ayuda a llevar la cruz de
cada día; es llevadero y ligero porque cuando amamos los mandamientos del Señor
nos damos cuenta que lo que nos pueda pedir el Señor será siempre para nuestra
mayor felicidad con lo que asi le daremos gloria al Señor.
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