Necesitamos ojos luminosos para ver la acción de Dios en nuestra historia
Is. 48, 17-19; Sal. 1; Mt. 11, 16-19
Se encuentra uno con personas que dan la impresión de
que son incapaces de apreciar lo bueno que hay en los demás, siempre están con
desconfianza, haciendo sus propias interpretaciones de lo que ven o lo que
hacen las otras personas, como si su corazón estuviera lleno de malicia e
incapacitado para ver lo bueno. Parece como si siempre fueran a la contra, si
yo veo esto blanco, ellos lo ven negro. Es una forma muy negativa de ir por la
vida.
Sucede ahora y ha sucedido siempre. Ojalá fuéramos
capaces de tener los ojos llenos de luz para ver con claridad y con buena
intención cuanto sucede a nuestro alrededor. Seríamos capaces de ver cuánto de
bueno hay también a nuestro lado. Quitaríamos pesimismos y negruras de nuestra
vida y nos daría ilusión para luchar con más ganas por lo bueno y por hacer que
nuestro mundo sea mejor.
Pienso que sería una actitud muy positiva que
tendríamos que cultivar en este camino de adviento que estamos haciendo y
teniendo siempre esperanza de que con la fuerza y la gracia del Señor en verdad
podemos hacer que nuestro mundo sea mejor. Tendría que ser un fruto importante
que obtuviéramos en esta navidad en nuestro encuentro con el Señor, mirar con
ojos claros, con ojos distintos, llenos de luz, llenos de amor y de vida a los
demás. Nuestro trato, nuestras relaciones serían mejores, nos llevarían a un
mundo más feliz, con una felicidad auténtica.
Me ilumina esta reflexión las palabras de Jesús en el
evangelio que hemos proclamado. En cierto modo Jesús se queja de esa mala
interpretación que hace mucha gente tanto de lo que significó Juan Bautista,
como también de su presencia en medio de ellos. ‘Os parecéis a los niños que juegan en la plaza’, les viene a
decir; esos niños que siempre en sus juegos le están llevando la contraria a
sus amigos y compañeros.
‘Vino Juan, que ni
comía ni bebía, y dice que tiene un demonio; viene el Hijo del Hombre que come
y bebe, que está
ahí en medio de los gentes haciendo su misma vida (qué hermoso la cercanía de
Dios, y decís que es un comilón y un
borracho, amigo de publicanos y pecadores’.
Cuánto nos
cuesta aceptar y acoger en nuestra vida todo el misterio de Jesús, todo su
mensaje de salvación. Es necesario dejarse conducir. Es necesario sentir que el
Espíritu Santo está con nosotros guiando nuestra vida, inspirándonos lo bueno,
conduciendo con su sabiduría divina los caminos de la Iglesia. Hemos de saber
tener ojos de fe para descubrir ese actuar del Espíritu de Dios que actúa en
nuestra historia, cómo ha conducido a la Iglesia en todos los tiempos, pero en
la época histórica que nos ha tocado vivir podemos ver clara esa acción divina
en la Iglesia.
Aquella intuición del Papa Juan XXIII convocando un
concilio ecuménico fue realmente algo profético. Todo el movimiento que surgió
en la Iglesia a partir de ese momento fue en verdad renovador de nuestra vida
por la inspiración del Espíritu. Bien sabemos que siempre hubo personas que no
supieron ver esa acción del Espíritu sino más bien lo mal interpretaron y ha
provocado al paso de los años muchas reticencias, pero es lo que antes decíamos.
Necesitamos abrir los ojos a la acción del Espíritu y dejarnos conducir por El.
Como nos decía
el Señor por el profeta ‘yo, el Señor, tu
Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues’. Dejémonos
conducir por el Señor, porque ‘al que
sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’, como decíamos con el
salmo. Sigamos este camino emprendido ahora en este tiempo del Adviento para
llegar a ver la salvación de Dios, para que lleguemos a tener ese encuentro
vivo con el Señor que es nuestro Salvador.
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