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viernes, 14 de diciembre de 2012


Necesitamos ojos luminosos para ver la acción de Dios en nuestra historia

Is. 48, 17-19; Sal. 1; Mt. 11, 16-19
Se encuentra uno con personas que dan la impresión de que son incapaces de apreciar lo bueno que hay en los demás, siempre están con desconfianza, haciendo sus propias interpretaciones de lo que ven o lo que hacen las otras personas, como si su corazón estuviera lleno de malicia e incapacitado para ver lo bueno. Parece como si siempre fueran a la contra, si yo veo esto blanco, ellos lo ven negro. Es una forma muy negativa de ir por la vida.
Sucede ahora y ha sucedido siempre. Ojalá fuéramos capaces de tener los ojos llenos de luz para ver con claridad y con buena intención cuanto sucede a nuestro alrededor. Seríamos capaces de ver cuánto de bueno hay también a nuestro lado. Quitaríamos pesimismos y negruras de nuestra vida y nos daría ilusión para luchar con más ganas por lo bueno y por hacer que nuestro mundo sea mejor.
Pienso que sería una actitud muy positiva que tendríamos que cultivar en este camino de adviento que estamos haciendo y teniendo siempre esperanza de que con la fuerza y la gracia del Señor en verdad podemos hacer que nuestro mundo sea mejor. Tendría que ser un fruto importante que obtuviéramos en esta navidad en nuestro encuentro con el Señor, mirar con ojos claros, con ojos distintos, llenos de luz, llenos de amor y de vida a los demás. Nuestro trato, nuestras relaciones serían mejores, nos llevarían a un mundo más feliz, con una felicidad auténtica.
Me ilumina esta reflexión las palabras de Jesús en el evangelio que hemos proclamado. En cierto modo Jesús se queja de esa mala interpretación que hace mucha gente tanto de lo que significó Juan Bautista, como también de su presencia en medio de ellos. ‘Os parecéis a los niños que juegan en la plaza’, les viene a decir; esos niños que siempre en sus juegos le están llevando la contraria a sus amigos y compañeros.
‘Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dice que tiene un demonio; viene el Hijo del Hombre que come y bebe, que está ahí en medio de los gentes haciendo su misma vida (qué hermoso la cercanía de Dios, y decís que es un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’.
Cuánto  nos cuesta aceptar y acoger en nuestra vida todo el misterio de Jesús, todo su mensaje de salvación. Es necesario dejarse conducir. Es necesario sentir que el Espíritu Santo está con nosotros guiando nuestra vida, inspirándonos lo bueno, conduciendo con su sabiduría divina los caminos de la Iglesia. Hemos de saber tener ojos de fe para descubrir ese actuar del Espíritu de Dios que actúa en nuestra historia, cómo ha conducido a la Iglesia en todos los tiempos, pero en la época histórica que nos ha tocado vivir podemos ver clara esa acción divina en la Iglesia.
Aquella intuición del Papa Juan XXIII convocando un concilio ecuménico fue realmente algo profético. Todo el movimiento que surgió en la Iglesia a partir de ese momento fue en verdad renovador de nuestra vida por la inspiración del Espíritu. Bien sabemos que siempre hubo personas que no supieron ver esa acción del Espíritu sino más bien lo mal interpretaron y ha provocado al paso de los años muchas reticencias, pero es lo que antes decíamos. Necesitamos abrir los ojos a la acción del Espíritu y dejarnos conducir por El.
Como  nos decía el Señor por el profeta ‘yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues’. Dejémonos conducir por el Señor, porque ‘al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’, como decíamos con el salmo. Sigamos este camino emprendido ahora en este tiempo del Adviento para llegar a ver la salvación de Dios, para que lleguemos a tener ese encuentro vivo con el Señor que es nuestro Salvador.

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