Vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto
Baruc, 5, 1-9; Sal. 125; Filp. 1, 4-6.8-11; Lc. 3, 1-6
En Roma y sobre todo su imperio reinaba el emperador
Tiberio; en Jerusalén Poncio Pilato era el gobernador de Judea; en Herodes era
el virrey y sus hermanos Felipe en Iturea y Traconítide, y Lisanio en Abilene;
en el templo de Jerusalén los sumos sacerdotes eran Anás y Caifás, pero a
ninguno de ellos vino la Palabra del Señor. Podría parecer que en esos lugares
de poder político y religioso podrían resonar grandes palabras, pero la Palabra
de Dios vino a resonar en un lugar apartado, allá en el desierto junto al
Jordán a un hombre sencillo y pobre que vivía en la mayor austeridad. ‘Vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo
de Zacarías, allá en el desierto’.
Son las sorpresas de Dios. Sus caminos no son nuestros
caminos ni nuestros planes son sus planes. Dios actúa de otra manera. Nosotros
los hombres para preparar un acontecimiento que fuera importante y que pudiera
tener trascendencia en la historia hubiéramos hecho otros preparativos quizá
con grandes dispendios materiales y hasta con obras faraónicas para que quedara
constancia no solo del acontecimiento sino de lo que nosotros habíamos hecho.
Estamos acostumbrados en la vida a grandes inauguraciones y a monumentos o
placas que dejen constancia de las cosas que los hombres consideramos
importantes. Pero el actuar de Dios es otro.
La Palabra de Dios que iba a resonar sí que iba a tener
una trascendencia para toda la humanidad y marcaría la historia. Pero los
hechos van a comenzar a suceder allá en el desierto en una voz que se va a
comenzar a escuchar pero sin los altavoces mediáticos o de grandes medios que
hoy utilizaríamos. ¿Quién la va a escuchar en el desierto? Pero allí va a
resonar. Un hombre famélico en su apariencia por la austeridad y penitencias
que hacía, vestido solo con una piel de camello va a ser lo voz que resuene con
fuerza. ‘Una voz grita en el desierto’,
recordará el evangelista recordando lo anunciado previamente por los profetas.
¿A qué invita esa voz? ¿cuál es el mensaje? Es una gran
noticia, es una buena noticia que merecerá la pena escuchar. ‘Todos verán la salvación de Dios’.
Llega el esperado de las naciones, se van a cumplir todas las esperanzas de
Israel, viene la salvación y no solo para Israel sino que será para todos los
pueblos, para toda la humanidad. Y hay que preparar los caminos, allanando los
senderos, elevándose los valles y abatiéndose las montañas para hacer ese
camino recto que nos conduzca a la salvación.
Escuchábamos ese mismo mensaje en el profeta que
anunciaba la vuelta del pueblo desterrado a Jerusalén. Marcharon entre lágrimas
al destierro y ahora vuelven entre cantos y llenos de alegría. ‘A pie marcharon conducidos por el enemigo,
pero Dios los traerá con gloria, como llevados en carroza real’. Se enderezarán los caminos, los árboles
darán sombra a Israel ‘porque Dios guiará
a su pueblo con alegría, a la luz de su gloria con su justicia y su
misericordia’.
Aquello que fue un momento de la historia de Israel se
convirtió en signo de lo que ahora hay que realizar porque ahora se va a
manifestar en plenitud lo que es la misericordia del Señor que trae la
salvación para toda la humanidad. Por eso ahora Juan ‘recorría toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de
conversión para perdón de los pecados’. Sobre Juan había llegado la Palabra
del Señor que ahora proclamaba para todos los hombres desde la humildad y la
pobreza del que está en el desierto, desde la austeridad de una vida de
penitencia para ser un signo para todos de esa conversión del corazón que había
que realizar.
Hoy también, y podríamos recordar las coordenadas
históricas que vivimos en el momento presente y también en la situación social
concreta en la que vivimos, nos llega la Palabra del Señor. No será por grandes
medios sino que será quizá en el silencio de cada corazón que la quiera
escuchar, en cualquier lugar que haya una persona de buena voluntad y que
quiera vivir con sinceridad y autenticidad su vida podrá escuchar esta Palabra,
esta voz que resuena fuerte en medio de desierto de nuestro mundo pero que
tendrá que hacerse eco en cada uno de nosotros porque a cada uno nos invita,
nos llama también a la conversión para preparar los caminos del Señor.
El Señor quiere seguir llegando a nuestro mundo, quiere
hacerse presente en medio de nuestra sociedad porque todos están bien
necesitados de esa salvación que el Señor nos trae. Puede sucederle a nuestro
mundo, como a aquellos grandes personajes de la historia de aquel momento que
nos recordaba el evangelista, que estaban en sus cosas, en sus propias
preocupaciones, en sus afanes de poder y para ellos no resonó la Palabra del
Señor.
Así puede suceder y de hecho sigue sucediendo en
nuestro mundo en medio del cual va a brillar la estrella de la navidad pero no
van a entender su luz, la van a interpretar a su manera y para sus intereses,
no van a escuchar esa voz que nos llama a algo nuevo y distinto.
Así nos puede suceder a nosotros también que andemos
tan encandilados en medio de nuestra sociedad materialista y consumista que no
sepamos captar el mensaje y aunque digamos que hacemos fiesta de navidad, sin
embargo siga sin llegar de verdad el Señor a nuestra vida; tengamos cerrado el
corazón en nuestros afanes y preocupaciones y no nos demos cuenta de quien está llamando a
nuestra puerta.
Que llegue a nosotros esa voz que grita en el desierto;
que sobre nosotros llegue esa Palabra del Señor y sepamos acogerla. Juan desde
el evangelio nos está dando la voz de alerta, no para asustarnos sino para anunciarnos
la Buena Noticia. Dios se ha compadecido de nosotros y viene con su salvación.
Ante la proximidad de la llegada del Señor, que eso
tiene que ser en verdad la navidad para nosotros, hemos de despertar; no
podemos seguir con nuestras lámparas apagadas; es necesario estar vigilantes y
orando pidiendo la venida del Señor. Esa lámpara que vamos encendiendo en la
corona de Adviento esto nos recuerda.
Nos invita a la conversión, porque para preparar de
verdad el camino del Señor muchas cosas habrá que corregir y arreglar en los
caminos de nuestra vida personal como en los caminos de nuestra sociedad. Menos
soberbia y más humildad, menos violencia y más justicia, menos codicia y
egoísmo y más solidaridad y amor, menos hipocresía y mentira y más verdad y autenticidad
en nuestra vida.
Habremos de purificarnos. Juan invitaba a un bautismo
de penitencia para la conversión. Nosotros tenemos los sacramentos y en
especial el sacramento de la Penitencia que ya nos hace partícipes de esa
gracia redentora que Cristo nos ganara con su muerte en la cruz. Por eso es
algo que tenemos que pensarnos muy bien para disponernos a recibir ese
sacramento que nos purifica, pero nos trae el perdón del Señor y nos llena de
su gracia.
Y mantener la esperanza de que con Cristo podemos hacer
ese mundo nuevo. Quitemos pesimismos y negruras de nuestra vida que nos hacen
creer que nada puede cambiar, que las cosas no tienen arreglo. Con la gracia
del Señor que llega a nuestra vida si cada uno ponemos nuestro granito de arena
podremos ir haciendo un mundo mejor y podremos salir de esas situaciones
difíciles en las que vivimos.
Como nos decía el apóstol: ‘Esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en
penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al día
de Cristo limpios e irreprochables cargados de frutos de justicia…’ Lo
podremos hacer. La gracia del Señor no nos faltará.
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