Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación a todos los hombres
Tito, 2, 1-8.11-14; Sal. 36: Lc. 17, 7-10
‘Ha aparecido la
gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres’. Es el gran anuncio que hace Pablo
en la carta que estamos escuchando. Pero es el gran anuncio de nuestra fe. El
gran anuncio que ya resonó en los campos de Belén cuando los ángeles anuncian a
los pastores que en la ciudad de Belén les ha nacido un Salvador. ‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la
salvación para todos los hombres’.
Es la Buena Noticia, el Evangelio que se nos anuncia y
que nosotros tenemos que anunciar. Fue el mandato de Cristo antes de la
Ascensión al cielo: ‘Id por todo el mundo
anunciando la salvación, quien crea se salvará’. Es la Buena Noticia
siempre nueva que nosotros escuchamos y que mueve nuestra vida a vivir la
salvación. No es una noticia que se nos agote, que deje de ser noticia, porque
siempre es una invitación a vivir la gracia en el momento presente.
Cuando Pablo le recuerda este mensaje a Tito le está
pidiendo también que sea la Buena Noticia que él siga anunciando para que los
hombres comiencen a vivir esa vida nueva de la salvación. Para siempre ya nos
sentimos en relación intima y profunda con Dios, porque de El hemos recibido la
salvación y tendrá que brotar de nuestros corazones la acción de gracias y la
alabanza. Y esto no se puede agotar nunca.
Por eso para nosotros nunca una celebración que estemos
viviendo es una mera repetición de otras celebraciones que hayamos tenido. Siempre
tenemos que darle toda la intensidad, siempre tiene que surgir fuerte esa
alabanza y esa acción de gracias desde nuestro corazón. Cuando no seamos
capaces de hacerlo así es cuando nuestras celebraciones se vuelven rutinarias y
frías. Siempre tenemos que sentirnos, por decirlo así, caldeados en ese amor de
Dios que se nos manifiesta y al que queremos responder con toda intensidad.
Pero ese reconocimiento de la gracia y salvación que
llega a nuestra vida implica que nuestra vida tiene que ser cada vez más santa.
Por eso nos decía el apóstol que hemos de aprender a ‘renunciar a los deseos mundanos, para llevar ya desde ahora una vida
sobria, honrada y religiosa’.
Previamente cuando ha ido indicando el apóstol lo que
Tito ha de ir diciendo a los ancianos, a los hombres y mujeres de aquella
comunidad, a los jóvenes y a los niños, señalando cosas muy concretas que
parten de su vida misma les dice que se ‘mantengan
robustos en la fe, en el amor y en la paciencia… que sean siempre maestros en
lo bueno… que no hagan nada que desacredite el evangelio por su mal ejemplo…
que tengan ideas justas y buenas, presentándose como modelos de buena
conducta’.
Hermoso mensaje que tenemos que aplicarnos a nuestra
vida concreta. Y además todo eso ‘aguardando
la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo’. Vivimos en la esperanza del encuentro en plenitud con el
Señor. Nos anunció y nos prometió su vuelta y nosotros vivimos siempre en
esperanza. No nos puede faltar esa esperanza que en el fondo nos llena de
alegría y de paz.
No sé si mientras nos vamos haciendo esta reflexión
estas palabras nos suenan a algo que hacemos o decimos en la liturgia. En el
rito de la comunión, como una prolongación del padrenuestro con el que
empezamos esa parte de la Misa, eso es lo que le pedimos precisamente a Dios.
Vernos libres de todo mal, llenarnos siempre de su amor y de su paz, sentirnos
fortalecidos y enriquecidos en la misericordia del Señor para superar toda
tentación y todo pecado, como decimos, ‘y
protegidos de toda perturbación mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo’.
Hemos de cuidar lo que celebramos y lo que oramos en la
liturgia para que siempre lo hagamos con todo sentido y profundidad. Y es que
aquello que es nuestra fe y lo que es la lucha y el camino de nuestra vida
cristiana eso es lo que celebramos en la liturgia; y lo que oramos en la
liturgia, como lo que escuchamos en la Palabra que se nos proclama, hemos de
reflejarlo siempre en todo lo que es nuestra vida.
‘Ha aparecido la
gracia de Dios que nos trae la salvación… que vivamos esa salvación, que vivamos esa vida nuestra mientras aguardamos la dicha que esperamos:
la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo’.
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