Pongamos la luz del amor en el corazón para transformar nuestro mundo
1Reyes, 17. 10-16; Sal.
145; Hebreos, 9, 24-28; Mc. 12. 38-44
Un cuadro con dos escenas intensamente contrastadas en
claroscuro nos ofrece el pasaje del evangelio. En el centro, tratando de
iluminar con la verdadera luz está Jesús. Enfrente, nosotros, para quienes es
el mensaje y sepamos descubrir los matices de lo que verdaderamente está lleno
de luz y podamos descubrir quizá las tinieblas que aún pudieran quedar en
nuestro corazón.
Lo que aparentemente pareciera que fuera luminoso porque
contemplamos ostentosos ropajes en un personaje que parece que se desenvuelve
con soltura porque busca verse reverenciado por los que le rodean u ocupando
lugares principales y de honor pudiera estar más lleno de sombras que lo que
nos pareciera menos luminoso - hasta sus ropas de viuda pudieran dar señales de
oscuridad - porque más bien se oculta tratando de pasar lo más desapercibida
posible y sin que nada de lo que hace llame la atención de cuantos le rodean.
Los que tenían la misión de enseñar porque para eso
eran escribas y maestros de la ley se presentan con actitudes contradictorias
en la búsqueda de vanidades y apariencias para lograr reconocimientos humanos;
más bien su apego a la vanidad y a las cosas materiales harán que sus
enseñanzas queden anuladas y sin valor. Mientras que quien quiere pasar
desapercibida - nada quiere enseñar quizá porque se siente pequeña - nos está
mostrando de manera bien plástica cuánto Jesús nos enseñará en el evangelio; en
su generosidad se desposeerá incluso de lo que necesitaría para subsistir y
además lo hará calladamente porque, como enseñará Jesús en otro lugar, lo que haga tu mano derecha que no se
entere la izquierda.
Ya hemos escuchado el evangelio. Será Jesús el que nos
haga descubrir dónde está la verdadera luz y cuáles han de las actitudes
auténticas que han de brillar desde lo hondo de nuestro corazón reflejándose en
todo lo que hacemos en la vida. Jesús previene contra los escribas porque el
afán de las vanidades no es el mejor ejemplo que podamos seguir, ni mucho
menos. ‘Les encanta pasearse con rico
ropaje y que les hagan reverencias en la plaza y ocupar los lugares de honor en
los banquetes, mientras devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos
rezos’. Sus vidas están llenas de oscuridades.
Enfrente, sin embargo, una viuda pobre se acercará
calladamente al arca de las limosnas para depositar no grandes cantidades como
hacían los ricos, sino los dos reales que tenía para subsistir en su necesidad. ‘Os aseguro que esa pobre viuda ha hecho en
el arca de las ofrendas más que nadie. Los demás han echado de lo que les
sobra, ésta que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Aquí está la luz que verdaderamente nos ilumina porque está reflejando en su
actitud y en su generosidad lo que es la verdadera luz que nos trae Jesús.
Por su parte la primera lectura nos ha presentado la
actitud generosa y desprendida de una mujer que ya casi nada le queda ni para
sí ni para su hijo y que sin embargo será capaz de desprenderse de todo porque
así se lo señala el profeta, porque así siente en su corazón la voz de Dios que
le llama a tal generosidad y da valentía y fuerza para tenerla. Es la viuda de
Sarepta de Sidón y es el profeta Elías el que de parte de Dios le promete que
si hay generosidad en su corazón ‘la orza
de harina no se vaciará, ni la alcuza de
aceite se agotará, hasta el día que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra’,
como así le sucederá a aquella mujer.
Nuestra vida también está llena de claroscuros porque
aunque en la mayoría de las ocasiones conocemos cuales son los caminos del
amor, de la generosidad y del desprendimiento por los que tenemos que
transitar, sin embargo nos sentimos frenados por nuestro egoísmo, por nuestras
dudas de saber si estamos haciendo bien o no o si merece la pena en verdad ser
generoso en la vida cuando contemplamos a nuestro lado a tantos encerrados en
su egoísmo, en su vanagloria o en la ceguera con que viven sus vidas.
Sí, es cierto que a veces pensamos si estamos haciendo
el tonto cuando somos generosos y compartimos, cuando somos capaces de hacer el
bien incluso a aquellos que nos hayan hecho mal, cuando ponemos valentía en el
corazón para perdonar a quien nos haya injuriado o en los momentos difíciles por
los que pasamos pensamos que quizá algo tendríamos que guardarnos para nosotros
mismos por si acaso algún día pudiéramos vernos en necesidad; y esas dudas nos
frenan, nos hacen retraernos en ocasiones y no poner toda la generosidad que
nos pide el corazón para compartir y para darnos por los demás, desoyendo lo
que el Señor nos está pidiendo allá desde lo más intimo de nosotros mismos. No
olvidemos que ‘los pobres son
evangelizados y de ellos es el Reino de los cielos, los sufridos serán
consolados y los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados’.
Sólo el amor nos salvará porque desde la fe nos estamos
queriendo parecer más y más al Dios que nos entregó a su Hijo hasta el extremo
de morir por nosotros para darnos la salvación. Es el amor de Dios que
transformará nuestro corazón y nos hará alcanzar la verdadera salvación que el
Señor nos tiene reservada. Y los que se entregan así con generosidad por los
demás tienen asegurada su recompensa en el cielo.
Solo viviendo desde el amor podemos salvar a nuestro
mundo que con el egoísmo y la injusticia de tal manera hemos destrozado.
Algunas veces podemos pensar que se han de imponer leyes que mejoren la
sociedad y el mundo en que vivimos envuelto en tanta maldad, en tanto egoísmo e
injusticia, tantas crisis que no son sólo las económicas porque se ha olvidado
quizá de los mejores valores que lo pueden transformar desde dentro.
Pero serán nuestros gestos solidarios, la generosidad
con que nos acerquemos a los demás para compartir no sólo lo que tenemos sino
lo que somos, la humildad en el amor que nos haga entrar en una nueva órbita de
relaciones más humanas y fraternales entre los unos y los otros, lo que irán
transformando nuestro mundo, lo que lo que lo irá sembrando de nuevas semillas
que germinarán en los corazones poniendo ese amor y esa generosidad que tanto
necesitan y que producirán los frutos de una revolución del amor para hacer
nuestro mundo mejor, más justo, más humano, más auténtico, más fraternal.
La viuda del templo de la que nos habla el evangelio
ofreció algo muy pequeño y que pudiera parecer que tenía escaso valor, pero
fijémonos como su gesto se ha seguido recordando y aun hoy, veinte siglos
después, merece nuestra admiración y alabanza; un gesto pequeño de generosidad
y amor y que ha contribuido a generar esa revolución del amor en el corazón de
tantos que a lo largo de los siglos se han sentido y se siguen sintiendo
motivados desde ese ejemplo y sencillo de aquella viuda.
Es el estímulo que sentimos en nuestro interior al
escuchar este texto del evangelio que para nosotros es palabra de Dios, palabra
que el Señor nos dice para interpelarnos por dentro. Estamos llamados a
realizar esa transformación de nuestro mundo desde esos pequeños gestos que
nosotros cada día podemos realizar allí donde estamos y que son semillas que
plantamos para ir transformando corazones a nuestro paso y ayudándolos entonces
a que también se empapen del espíritu del Evangelio.
No pensemos en cosas grandes y extraordinarias - que si
el Señor nos pidiera realizarlas también nos daría su gracia para seguir su
impulso - sino en esas pequeñas cosas, pequeños gestos de amor que cada día
podemos tener para los que están a nuestro lado. Que no haya oscuridades en
nuestra vida sino que todo sea luz porque resplandezcamos por las obras de
nuestro amor. Cuando lo hagamos así nos
estaremos llenando de la luz de Dios, de la luz de Cristo resucitado.
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