Ellos se pusieron en camino para trabajar por Cristo
2Jn. 5-8; Sal. 111; Lc. 18, 1-8
‘Ellos han hablado de
tu caridad ante la comunidad de aquí’.
Así le dice Juan a Gayo, a quien dirige esta carta, la tercera de las del
apóstol Juan. Esta semana hemos venido escuchando diversas cartas breves tanto
de san Pablo como ahora de Juan.
Esta de hoy es uno de los escritos más breves del Nuevo
Testamento y como hemos escuchado Juan hace alabanza del buen hacer de Gayo
para con la comunidad y para con los pastores de la comunidad. En lo que hemos
citado para comenzar hace referencia a lo que los hermanos han dicho de él, de
su buen hacer, de su caridad. Ahora Juan le va a pedir que siga actuando de esa
misma manera generosa con los que van a hacer un viaje de evangelización. ‘Por favor, provéelos para el viaje como
Dios se merece, ellos se pusieron en camino para trabajar por Cristo… por eso
nosotros debemos sostener a hombres como estos, cooperando así con la
propagación de la verdad’.
El pregonero del evangelio tiene estricto derecho a
vivir del Evangelio, es decir, que la comunidad se preocupe de atenderlos para
que puedan dedicarse plenamente a su labor sin otras preocupaciones. Ya lo
enseña Jesús en el evangelio, que el obrero de la viña del Señor merece su salario,
y también el apóstol Pablo hablará en sus cartas en este sentido.
Nos viene bien esta reflexión a la luz de la Palabra
del Señor precisamente cuando estamos en días de celebrar el Día de la Iglesia
Diocesana, que será mañana domingo. Y entre los objetivos de esta Jornada está
el que tomemos condición de nuestro ser Iglesia, pero también de cómo todos
hemos de contribuir al bien de la Iglesia, colaborando incluso económicamente
para el desarrollo de sus actividades y para el sostenimiento del clero, de los
pastores dedicados plenamente al anuncio del evangelio.
En su mensaje para esta jornada nuestro obispo nos
dice: ‘Como en cualquier familia
natural, en la Iglesia cada uno –de acuerdo con sus posibilidades- está llamado
a poner lo mejor de si mismo para el bien del conjunto de los fieles. De ese
modo, todos aportan y todos se benefician. Nadie se basta a sí mismo y, lo
mismo que los demás me necesitan de mi aportación, yo también necesito de
servicio de los otros. Sin duda alguna, ayudando a la Iglesia ganamos todos.
La Iglesia se preocupa (y se ocupa) de las necesidades espirituales y
materiales de sus hijos y, también, de quienes no están vinculados a ella y que
aceptan su servicio. Esto, ni más ni menos, es lo que hace la Iglesia:
preocuparse y ocuparse de las necesidades espirituales y materiales de las
personas. Por eso, podemos afirmar que directa e indirectamente, con su acción
espiritual y socio-caritativa, la
Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor’.
Y continúa más adelante: ‘Para realizar todo esto, la Iglesia pide a sus miembros (a los que se
sienten y declaran católicos) que se impliquen y participen en la vida
eclesial, no contentándose sólo con ser sujetos pasivos que disfrutan de las
cosas de la Iglesia, sino colaborando activamente con la oración, la dedicación
personal y, también, con las aportaciones económicas necesarias el
sostenimiento de la vida eclesial y para la atención a los pobres’.
Creo que nos pueden valer
estas palabras de nuestro obispo para completar la reflexión que nos ofrece hoy
la Palabra de Dios y así nos sintamos bien mentalizados de lo que es nuestra
pertenencia a la Iglesia y la contribución generosa que en todos los sentidos
nosotros podemos y tenemos que hacer.
Recojamos también el hermoso
mensaje del evangelio con la parábola que Jesús nos propone para explicarnos
cómo tenemos que orar siempre sin desanimarnos. Que así sea siempre nuestra
oración en alabanza al Señor y para pedir por nuestras necesidades y las de la
Iglesia y el mundo.
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