Encuentro de Jesús con la miseria humana en el triunfo de la misericordia divina
Tito, 3, 1-7; Sal. 22; Lc. 17, 11-19
Todo el camino de Jesús por la vida es un encuentro con
la miseria humana, pero al mismo tiempo un triunfo de su misericordia y su
poder sobre el mal, que suscita en nosotros la fe y que nos invita a la
obediencia a su Palabra.
La imagen del evangelio en aquellos diez leprosos, que
en las afueras del pueblo, pues por su condición de leprosos eran considerados
inmundos y apartados de la vida de la comunidad está reflejándonos hasta donde
llega la miseria del hombre. No es sólo la enfermedad que manifiesta la
debilidad de nuestro cuerpo, sino aquella situación discriminatoria que viven
los leprosos nos están señalando el pozo hondo en el caemos los hombres con
nuestro mal.
Retrata demasiado bien la negrura en que se ve envuelto
el corazón del hombre. Retrata no sólo la situación social de aquel momento con
aquellas costumbres tan duras, sino que nos retrata a nosotros con nuestras
distinciones y discriminaciones, con esas actitudes que se nos meten tantas
veces en el corazón que nos lleva a excluir y apartar a muchos de nuestra vida
porque sean de una forma determinada, porque nos hayan hecho algo que no nos
gusta o nos haya dañado, o por tantas cosas que como disculpas nos buscamos
para no dejarlos entrar en nuestro corazón.
Pero desde aquel pozo donde se ven hundidos aquellos
leprosos al enterarse que pasaba Jesús de Nazaret surge el grito suplicando:
‘Jesús, maestro, ten compasión de nosotros’. Y Jesús no se hace el sordo ante
aquella súplica. Jesús les hace salir de aquel pozo en que se han metido o los
han metido. Jesús los envía curados al encuentro de nuevo con la sociedad y con
la familia. ‘Id a presentaros a los sacerdotes’. Era el requisito legal para
que se reconociese que estaban curados y podían volver al seno de la comunidad
y al encuentro con sus familias.
Nos hace falta a nosotros también gritar con fe a
Jesús. El está pasando también por la cercanía de nuestra vida y no quiere ser
ajeno a nada de cuanto sufrimos. En muchos pozos nos vemos hundidos, ya sea el
mal del pecado que hayamos dejado entrar en nuestro corazón, ya sean las
actitudes no siempre positivas que nosotros en muchas ocasiones podamos tener
hacia los demás, ya sean otras situaciones duras y difíciles por los que
estemos pasando por la vida. Jesús también escucha nuestra súplica, está atento
a nuestra necesidad, nos tiende la mano a nosotros también para levantarnos y
salir de ese pozo, sea cual sea, en que estamos metidos.
No podemos desconfiar de la misericordia del Señor que
es grande, como grande es su amor. El ha venido para liberarnos del mal, para
arrancarnos del pecado, para enseñarnos y darnos fuerza para salir de ese mal
que hemos dejado meter en nuestro corazón; El ha venido para tendernos la mano
y darnos esperanza en esas situaciones difíciles por las que pasamos en la
vida.
Con El tenemos asegurada la salvación. Dejémonos
conducir por El, que también nos está señalando los caminos que hemos de
recorrer para llegar a esa vida nueva que nos ofrece. Si aprendiéramos esos
caminos de amor, de solidaridad, de justicia, de verdad y autenticidad cuántos
problemas se solucionarían, de cuántas maneras podríamos ayudar a los que están
a nuestro lado, que estilo más bonito de unión y de comunión viviríamos entre
unos y otros.
Y nos queda un comentario, un mensaje que siempre nos
enseña este texto del evangelio. Seamos agradecidos con cuánto Dios hace en
nosotros. Sepamos ver y reconocer su acción salvadora en nuestra vida y con
gozo y humildad sepamos darle gracias. Así caminaremos en verdad hacia la
salvación total. De aquellos diez leprosos de los que habla el Evangelio -
todos habían sido curados - solo uno volvió a los pies de Jesús y sabemos que
para él no solo llegó la curación de su cuerpo sino la salvación total.
‘Levántate, vete; tu fe te ha salvado’, le dice Jesús.
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