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jueves, 15 de noviembre de 2012

El Reino de Dios está dentro de vosotros, que se noten esas señales

Flm. 7-20; Sal. 145; Lc. 17, 20-25
‘Unos fariseos le preguntan cuando va a llegar el Reino de Dios’. El primer anuncio que hace Jesús cuando comienza su predicación por Galilea es invitar a la gente a convertirse y creer en la Buena Noticia de la llegada del Reino de Dios. Fue anuncio repetido una y otra vez y la gente estaba expectante. Era de alguna manera la señal de la llegada del Mesías esperado y con Jesús llegaba el Reino de Dios. Había que convertirse, había que creer, había que cambiar el corazón para poder acoger todo eso bueno que con Jesús llegaba.
Luego, si seguimos los pasos del evangelio, Jesús nos va explicando cómo es ese Reino de Dios. En el Sermón del Monte nos da sus fundamentales características porque nos está diciendo cómo ha de ser esa vida nueva que hemos de vivir. En las parábolas con imágenes nos va señalando también cómo va a ser ese Reino de Dios. ‘El Reino de los cielos se parece…’ y nos habla de la semilla sembrada, nos habla del banquete de bodas, nos habla de la viña entregada a los viñadores, y así nos va poniendo en imágenes cómo es y cómo vivirlo.
Sin embargo les costaba entender. A nosotros también, porque muchas veces tratamos de explicar como es ese Reino de Dios y qué es lo que hemos de hacer y también nos llenamos de confusiones. Pero los judíos seguían pensando en un Mesías victorioso y triunfante al frente de unos ejércitos o de toda una revolución que le devolviese la soberanía a Israel. Los apóstoles incluso les veremos momentos antes de la Ascensión seguir preguntando si ese era el momento de la restauración de la soberanía de Israel.
Les costaba entender. No habían realizado, como nos sucede a nosotros también, aquel necesario cambio del corazón para poder acoger ese Reino de Dios anunciado por Jesús. Seguían pensando en cosas espectaculares. A nosotros también nos gustan las cosas espectaculares. Quizá nos cuesta escuchar y atender a la Palabra de Dios que sencilla y humildemente se nos proclama cada día, pero si  nos dicen que aquí o allá se realizó no sé qué milagro, allá vamos corriendo entusiasmados porque queremos verlo o porque quizá centremos toda nuestra religiosidad en esas cosas. Somos muy dados a apariciones y visiones, a cosas espectaculares y somos capaces de recorrer medio mundo por ir a esos sitios, mientras tenemos a diario el milagro de la Eucaristía delante de nuestros ojos y ya casi  ni nos impresionamos.
¿Qué dice Jesús a la pregunta que le hacen los fariseos? ‘El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros’. Sí, es ahí en nuestro corazón donde tenemos que sentir el Reino de Dios, cuando reconocemos de verdad con todas sus consecuencias que Dios es el único Señor de nuestra vida. Y sentir que Dios es el único Señor de nuestra vida nos exigirá cambiar muchas cosas en nosotros, muchas actitudes y posturas, muchas maneras de ser y de vivir, muchas maneras de actuar.
Muchas veces hemos proclamado, y lo hacemos partiendo de todo lo que nos ha enseñado Jesús en el evangelio, que el Reino de Dios es paz, y es amor, y es justicia, y es verdad. Pues, sí, cuando vayamos poniendo más amor en nuestra vida porque a todos amemos y respetemos, porque todos nos queremos y seamos capaces de comprendernos y de perdonarnos; cuando seamos capaces de buscar el bien por encima de todo y buscar el bien el otro; cuando vayamos siendo sinceros, auténticos en nuestra vida desterrando de nuestro corazón todo lo que sea falsedad y mentira, apariencia o hipocresía, estaremos viviendo el Reino de Dios, estaremos sintiendo que el Reino de Dios está en nosotros y estando en nosotros lo iremos sembrando como buena semilla en nuestro mundo.
Por eso nos dice Jesús que no vayamos de acá para allá cuando nos digan que si está aquí o está allí, porque como el resplandor del relámpago lo ilumina todo con su luz de una vez, así nos sentiremos iluminados por Jesús allá donde estemos y allá donde estemos si vivimos el Reino de Dios estaremos también iluminando con esa luz el mundo que nos rodea. Y eso tenemos que hacerlo aquí donde estamos, con los que convivimos cada día, y con nuestros vecinos, y con nuestra familia, y con toda la sociedad que nos rodea. Demos de verdad esas señales del Reino de Dios por nuestra manera de vivir, por nuestro actuar, por nuestras actitudes, por nuestro compromiso, por nuestro amor. 

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