La ambición desmedida, la avaricia,
la arrogancia nos crean un mundo dividido y lleno de violencia
Flp. 4, 10-19; Sal. 111; Lc. 19, 9-15
El avaricioso nunca se sentirá satisfecho plenamente.
Siempre estará buscando la forma de conseguir más, de tener más, aunque al
final ni siquiera termine disfrutándolo. Y además sabemos cómo se destruyen las
relaciones entre la s personas cuando lo que nos guía es esa ambición
desmedida. Podemos hablar de situaciones especiales por su magnitud que nos
lleva la situación de injusticia en que vive nuestro mundo con tantas
diferencias y abismos que nos vamos creando, pero esto también tenemos que
entenderlo o aplicarlo en el día a día de nuestra convivencia, de las
relaciones con los que están más cercanos a nosotros que, cuando la avaricia y
la ambición andan por medio, ya sabemos cómo solemos terminar en rupturas y
violencias.
Hemos de escuchar muy bien lo que nos dice hoy Jesús en
el Evangelio. ‘Ningun siervo puede servir
a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará
al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’.
El evangelista dice que ‘por allí andaban
unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de El’. Hay cosas que
muchas veces no queremos escuchar, nos hacemos oídos sordos, y a quien nos
pueda decir la verdad lo mejor es acallarlo, no hacerle caso o burlarnos de él.
Previamente Jesús nos había hablado de la fidelidad
incluso en las cosas pequeños o incluso en el manejo del dinero. ‘El que es de fiar en lo menudo, también en
lo importante es de fiar’, nos dice Jesús. Hemos de saber valorar todas las
cosas y no podemos dejar de lado una responsabilidad porque nos pueda parecer
pequeña o insignificante.
Todo hay que medirlo en su justo valor. Por eso nos dirá
también que hemos de ser fiables también en el uso del dinero. Para nuestras
relaciones, para la adquisición de lo que necesitamos, para no carecer de lo
necesario para una vida digna necesitamos es cierto el dinero. Pero como nos
dirá Jesús no lo convirtamos en un dios de nuestra vida al que adoremos. Dios
solamente hay uno y es el Señor al único que tenemos que adorar.
Podríamos pensar - es una tentación -, que la
abundancia de bienes es la que nos va a solucionar todas las cosas y la que nos
va a llevar por un camino de verdadera felicidad. Si ponemos la felicidad
solamente en la posesión de bienes o riquezas materiales en cosas bien
caducas y efímeras nos apoyamos. No son
esos los mejores fundamentos para nuestra felicidad. Y cuando no le damos un verdadero
cimiento al edificio de nuestra vida sabemos que puede terminar en ruina. A
nuestro alrededor vemos tantos corazones rotos, tantas vidas destrozadas desde
un actuar de esta manera y sentido. A la vida tenemos que darle hondura con
valores más consistentes.
El apóstol, en la carta a los Filipenses que venimos
escuchando, nos da un hermoso mensaje en este sentido. La vida del apóstol no
era fácil yendo de un lugar para otro en una vida itinerante, y aunque lo vemos
en muchas ocasiones trabajando con sus propias manos en lo que habia sido su
profesión, tejedor de tiendas, sin embargo le veremos también en momentos por
los que pasa mucha dificultad.
Ahora le es la ocasión de darle las gracias a la
Iglesia de Filipos por la ayuda que le ha prestado. Y es ahí donde nos deja un
hermoso mensaje en el sentido de lo que veníamos reflexionando desde el
evangelio. ‘Yo he aprendido a arreglarme
en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y en abundancia. Estoy entrenado
para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo
lo puedo en aquel que me conforta’.
Nos hace falta aplicarnos este hermoso mensaje del
apóstol. Si lo hiciéramos de forma distinta nos sabríamos enfrentar a los malos
momentos que nos van apareciendo en nuestra vida. Hay valores más importantes
por los que tenemos que luchar y que nos darán mayor hondura espiritual y un
mejor sentido a nuestra vida. El evangelio nos ayuda a encontrarlos. Un
espíritu humilde y de saber compartir, una capacidad de sacrificio para con serenidad
arrostrar esos malos momentos, un corazón lleno de amor que nos producirá una
paz inmensa cuando desde ese amor seamos capaces de compartir incluso de
nuestra pobreza, son perlas preciosas que hemos de cultivar en nuestro corazón
y en nuestra vida; serán una dulce medicina que nos cure de nuestras ambiciones
egoístas y avariciosas que tanto daño nos hacen.
Aprendamos la lección. Y recordemos las palabras con
las que terminaba Jesús hoy: ‘La
arrogancia con los hombres, Dios la detesta’.
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