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sábado, 10 de noviembre de 2012


La ambición desmedida, la avaricia, la arrogancia nos crean un mundo dividido y lleno de violencia

Flp. 4, 10-19; Sal. 111; Lc. 19, 9-15
El avaricioso nunca se sentirá satisfecho plenamente. Siempre estará buscando la forma de conseguir más, de tener más, aunque al final ni siquiera termine disfrutándolo. Y además sabemos cómo se destruyen las relaciones entre la s personas cuando lo que nos guía es esa ambición desmedida. Podemos hablar de situaciones especiales por su magnitud que nos lleva la situación de injusticia en que vive nuestro mundo con tantas diferencias y abismos que nos vamos creando, pero esto también tenemos que entenderlo o aplicarlo en el día a día de nuestra convivencia, de las relaciones con los que están más cercanos a nosotros que, cuando la avaricia y la ambición andan por medio, ya sabemos cómo solemos terminar en rupturas y violencias.
Hemos de escuchar muy bien lo que nos dice hoy Jesús en el Evangelio. ‘Ningun siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’. El evangelista dice que ‘por allí andaban unos fariseos, amigos del dinero, y se burlaban de El’. Hay cosas que muchas veces no queremos escuchar, nos hacemos oídos sordos, y a quien nos pueda decir la verdad lo mejor es acallarlo, no hacerle caso o burlarnos de él.
Previamente Jesús nos había hablado de la fidelidad incluso en las cosas pequeños o incluso en el manejo del dinero. ‘El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar’, nos dice Jesús. Hemos de saber valorar todas las cosas y no podemos dejar de lado una responsabilidad porque nos pueda parecer pequeña o insignificante.
Todo hay que medirlo en su justo valor. Por eso nos dirá también que hemos de ser fiables también en el uso del dinero. Para nuestras relaciones, para la adquisición de lo que necesitamos, para no carecer de lo necesario para una vida digna necesitamos es cierto el dinero. Pero como nos dirá Jesús no lo convirtamos en un dios de nuestra vida al que adoremos. Dios solamente hay uno y es el Señor al único que tenemos que adorar.
Podríamos pensar - es una tentación -, que la abundancia de bienes es la que nos va a solucionar todas las cosas y la que nos va a llevar por un camino de verdadera felicidad. Si ponemos la felicidad solamente en la posesión de bienes o riquezas materiales en cosas bien caducas  y efímeras nos apoyamos. No son esos los mejores fundamentos para nuestra felicidad. Y cuando no le damos un verdadero cimiento al edificio de nuestra vida sabemos que puede terminar en ruina. A nuestro alrededor vemos tantos corazones rotos, tantas vidas destrozadas desde un actuar de esta manera y sentido. A la vida tenemos que darle hondura con valores más consistentes.
El apóstol, en la carta a los Filipenses que venimos escuchando, nos da un hermoso mensaje en este sentido. La vida del apóstol no era fácil yendo de un lugar para otro en una vida itinerante, y aunque lo vemos en muchas ocasiones trabajando con sus propias manos en lo que habia sido su profesión, tejedor de tiendas, sin embargo le veremos también en momentos por los que pasa mucha dificultad.
Ahora le es la ocasión de darle las gracias a la Iglesia de Filipos por la ayuda que le ha prestado. Y es ahí donde nos deja un hermoso mensaje en el sentido de lo que veníamos reflexionando desde el evangelio. ‘Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y en abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta’.
Nos hace falta aplicarnos este hermoso mensaje del apóstol. Si lo hiciéramos de forma distinta nos sabríamos enfrentar a los malos momentos que nos van apareciendo en nuestra vida. Hay valores más importantes por los que tenemos que luchar y que nos darán mayor hondura espiritual y un mejor sentido a nuestra vida. El evangelio nos ayuda a encontrarlos. Un espíritu humilde y de saber compartir, una capacidad de sacrificio para con serenidad arrostrar esos malos momentos, un corazón lleno de amor que nos producirá una paz inmensa cuando desde ese amor seamos capaces de compartir incluso de nuestra pobreza, son perlas preciosas que hemos de cultivar en nuestro corazón y en nuestra vida; serán una dulce medicina que nos cure de nuestras ambiciones egoístas y avariciosas que tanto daño nos hacen.
Aprendamos la lección. Y recordemos las palabras con las que terminaba Jesús hoy: ‘La arrogancia con los hombres, Dios la detesta’.  

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