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miércoles, 7 de noviembre de 2012


Un nuevo anuncio del evangelio que tenemos que hacer en medio de nuestro mundo

Flp. 2, 12-18; Sal. 26; Lc. 14, 25-33
Seguir a Jesús, ser cristiano no es cuestión de entusiasmo de un momento. Seguir a Jesús supone ponerle en verdad como centro de nuestra vida. Nada puede ocupar el lugar de Jesús en mi vida. Lo que significa que tiene sus exigencias, que no es cuestión solo de buena voluntad, sino que significa un empeño grande para dejar atrás todo aquello que me impida seguir el paso de Jesús. Nada ni nadie puede ser obstáculo, tendría que ser obstáculo, aunque el obstáculo en la mayor parte de las veces está en nosotros mismos con nuestros apegos y superficialidades.
Jesús en el evangelio realmente está invitándonos a que nos pensemos bien las cosas, que no tomemos decisiones a la ligera que pronto pueden volverse en contra nuestra, cuando nos veamos sin fuerza o las tentaciones arrecien. Además hemos de saber bien el camino que emprendemos, a lo que nos compromete esa fe que hemos puesto en el Señor y lo que va a significar seguir su camino, que será siempre vivir su misma vida.
A pensar  bien en todo esto nos ayudan las imágenes y las alegorías que Jesús nos va proponiendo. El constructor que inicia la edificación de una torre o el rey que va a batalla ha de saber bien cuales son sus fuerzas y posibilidades, como nos viene a decir con las imágenes que nos propone. Y lo mismo los apegos del corazón de los que tenemos que desprendernos.
Un camino, un esfuerzo que realizamos siempre acompañados de la gracia del Señor. No lo hacemos por nosotros mismos ni por nuestras fuerzas, sino en el nombre del Señor, como decía Pedro cuando echaba la red al lago, con la fuerza y el poder del Señor, que nos ha prometido que estará siempre con nosotros hasta la consumación del mundo.
San Pablo que sigue hablando con el corazón en la mano a aquella comunidad tan querida de Filipos les anima ahora a seguir trabajando sin cansarse nunca en su propia santificación. Conoce Pablo cómo es la fe de aquella comunidad y la obediencia de la fe a todo lo que el Señor les pide. Por eso les habla de esa búsqueda con ahínco siempre de lo que es la voluntad del Señor y les invita además a vivir con alegría y entusiasmo su fe.
Habrá cosas que nos puedan costar que nos pida el Señor, pero nuestra respuesta ha de ser siempre positiva, entusiasta, no a regañadientes como si fuera a la fuerza sino con generosidad de espíritu. Eso será un ejemplo de una vida santa e irreprochable en medio de los que les rodean, porque entre ellos brilláis, les dice, como lumbreras del mundo mostrando una razón para vivir. Creo que aquí podemos ver un hermoso mensaje para nuestra vida cristiana y para el testimonio misionero que en todo momento tendríamos que dar. Y es que quienes nos rodean vean el convencimiento de nuestra fe, nuestro entusiasmo y nuestra alegría, a pesar de las dificultades por las que tengamos que pasar.
Es algo que nos está pidiendo el Papa repetidamente para que así, desde nuestra vida proclamemos ante el mundo nuestra fe. Es el nuevo anuncio del evangelio que tenemos que hacer en medio de nuestro mundo, y el anuncio que hoy se nos pide no son palabras nuestras por muy bonitas que las sepamos decir, sino el testimonio de nuestra fe; somos unos testigos de nuestra fe en medio del mundo que nos rodea.
El mundo necesita testigos. San Pablo llegará a decir que no tiene miedo a que pueda llegar la hora en que sea inmolado, porque siempre que es la ofrenda que ha de presentar al Señor, y eso está dispuesto a hacerlo con alegría.
¿Será así nuestra fe? ¿Nos mostraremos con esa alegría y convicción frente al mundo que nos rodea?

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