Un nuevo anuncio del evangelio que
tenemos que hacer en medio de nuestro mundo
Flp. 2, 12-18; Sal. 26; Lc. 14, 25-33
Seguir a Jesús, ser cristiano no es cuestión de
entusiasmo de un momento. Seguir a Jesús supone ponerle en verdad como centro
de nuestra vida. Nada puede ocupar el lugar de Jesús en mi vida. Lo que
significa que tiene sus exigencias, que no es cuestión solo de buena voluntad,
sino que significa un empeño grande para dejar atrás todo aquello que me impida
seguir el paso de Jesús. Nada ni nadie puede ser obstáculo, tendría que ser
obstáculo, aunque el obstáculo en la mayor parte de las veces está en nosotros
mismos con nuestros apegos y superficialidades.
Jesús en el evangelio realmente está invitándonos a que
nos pensemos bien las cosas, que no tomemos decisiones a la ligera que pronto
pueden volverse en contra nuestra, cuando nos veamos sin fuerza o las
tentaciones arrecien. Además hemos de saber bien el camino que emprendemos, a
lo que nos compromete esa fe que hemos puesto en el Señor y lo que va a
significar seguir su camino, que será siempre vivir su misma vida.
A pensar bien en
todo esto nos ayudan las imágenes y las alegorías que Jesús nos va proponiendo.
El constructor que inicia la edificación de una torre o el rey que va a batalla
ha de saber bien cuales son sus fuerzas y posibilidades, como nos viene a decir
con las imágenes que nos propone. Y lo mismo los apegos del corazón de los que
tenemos que desprendernos.
Un camino, un esfuerzo que realizamos siempre
acompañados de la gracia del Señor. No lo hacemos por nosotros mismos ni por
nuestras fuerzas, sino en el nombre del Señor, como decía Pedro cuando echaba
la red al lago, con la fuerza y el poder del Señor, que nos ha prometido que
estará siempre con nosotros hasta la consumación del mundo.
San Pablo que sigue hablando con el corazón en la mano
a aquella comunidad tan querida de Filipos les anima ahora a seguir trabajando
sin cansarse nunca en su propia santificación. Conoce Pablo cómo es la fe de
aquella comunidad y la obediencia de la fe a todo lo que el Señor les pide. Por
eso les habla de esa búsqueda con ahínco siempre de lo que es la voluntad del
Señor y les invita además a vivir con alegría y entusiasmo su fe.
Habrá cosas que nos puedan costar que nos pida el
Señor, pero nuestra respuesta ha de ser siempre positiva, entusiasta, no a
regañadientes como si fuera a la fuerza sino con generosidad de espíritu. Eso
será un ejemplo de una vida santa e irreprochable en medio de los que les
rodean, porque entre ellos brilláis, les dice, como lumbreras del mundo
mostrando una razón para vivir. Creo que aquí podemos ver un hermoso mensaje
para nuestra vida cristiana y para el testimonio misionero que en todo momento
tendríamos que dar. Y es que quienes nos rodean vean el convencimiento de
nuestra fe, nuestro entusiasmo y nuestra alegría, a pesar de las dificultades
por las que tengamos que pasar.
Es algo que nos está pidiendo el Papa repetidamente
para que así, desde nuestra vida proclamemos ante el mundo nuestra fe. Es el
nuevo anuncio del evangelio que tenemos que hacer en medio de nuestro mundo, y
el anuncio que hoy se nos pide no son palabras nuestras por muy bonitas que las
sepamos decir, sino el testimonio de nuestra fe; somos unos testigos de nuestra
fe en medio del mundo que nos rodea.
El mundo necesita testigos. San Pablo llegará a decir
que no tiene miedo a que pueda llegar la hora en que sea inmolado, porque
siempre que es la ofrenda que ha de presentar al Señor, y eso está dispuesto a
hacerlo con alegría.
¿Será así nuestra fe? ¿Nos mostraremos con esa alegría
y convicción frente al mundo que nos rodea?
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