Comunión entre los que creemos en
Jesús para edificar el templo vivo de Dios
Apc. 21, 1-5; Sal. 45; Jn. 2, 13-22
‘Vi la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como
una novia que se adorna para su esposo’. Con estas
palabras tomadas del libro del Apocalipsis, que luego hemos escuchado también
en la proclamación de la Palabra, la liturgia quiere iniciar esta fiesta de la
Dedicación de la Iglesia de Letrán. Cuando uno se acerca a esta Basílica de El
Salvador, o San Juan de Letrán que de una y otra manera es conocida en Roma, al
contemplar la belleza de tan hermoso templo estas imágenes descritas en el
Apocalipsis de alguna manera se nos hacen presente en nuestra mente en la,
repito, grandiosidad y belleza del lugar.
Alguien quizá podría preguntarse y por esta celebración
en el calendario litúrgico de la Iglesia universal si en fin de cuentas es una
Iglesia situada en Roma. Hay una razón poderosa, es la catedral del Papa, es la
catedral del Roma, sede del Obispo de Roma que al mismo tiempo es Pastor de la
Iglesia universal. Se trata, pues, de una reafirmación de nuestra fe
apostólica, del sentido eclesial de nuestra fe, y de nuestra comunión con el
Papa pero también con toda la Iglesia.
No se trata, pues, de un templo cualquiera, sino que
tiene un significado muy especial para toda la Iglesia por los motivos que
hemos mencionado. Sin dejar de lado este sentido eclesial de nuestra fe y este
sentido apostólico de nuestro Credo, al celebrar la Dedicación de un templo también
podríamos hacernos hermosas consideraciones para nosotros que hemos sido
también ungidos para ser ese templo del Espíritu y esa morada de Dios que
quiere venir a habitar en nosotros, como nos enseña Jesús en el Evangelio.
Por ese camino va, además, el sentido de la liturgia de
esta fiesta expresado no solo en la Palabra proclamada sino también en los
textos propios de esta fiesta como son las diversas oraciones y también el
prefacio. Nos sentimos congregados en el templo construido con piedras, podemos
decir, para expresar cómo se ha de manifestar de forma admirable el misterio de
la comunión de Dios entre nosotros. Congregados quienes hemos sido convocados
en Iglesia nos sentimos unidos, nos sentimos en comunión los que confesamos una
misma fe, pero no es una comunión entre nosotros solamente lo que queremos
expresar sino también nuestra comunión con Dios.
Por eso cuando aquí nos congregamos vamos haciendo
crecer nuestra propia fe y nuestra vida, vamos edificando este templo de Dios
que somos nosotros en la medida en que acogemos la Palabra de Dios que aquí se
nos proclama y alimentamos nuestra vida cristiana, nuestra fe y nuestro amor,
en los sacramentos que aquí en comunión celebramos. ‘En este lugar tú vas edificando aquel templo que somos nosotros, y
así la Iglesia, extendida por toda la tierra, crece unida, como Cuerpo de
Cristo, hasta llegar a ser la nueva Jerusalén, verdadera visión de paz’,
como proclamamos en el prefacio para expresar lo que aquí venimos a celebrar,
el sentido de esta fiesta.
Un templo de Dios somos que hemos de cuidar y hacer
resplandecer. Así como nuestros templos materiales donde nos reunimos, como
hemos expresado más arriba, los queremos tener limpios y adornados, para que
por una parte expresen lo que es el culto que queremos tributar a Dios con toda
la mayor y profunda dignidad, así nosotros, verdaderos templos de Dios hemos de
estar bien adornados por la virtudes y resplandecientes con la santidad de
nuestra vida.
Como decía san Cesáreo de Arlés en una homilía en la
dedicación de este templo, ‘debemos
disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la
Iglesia cuando venimos a ella’. Y prosigue ‘¿deseas encontrar limpia la Basílica? Pues no ensucies tu alma con el
pecado. Si deseas que la Basílica esté bien iluminada, Dios desea también que
tu alma no esté en tinieblas, sino que sea en verdad lo que dice el Señor: que
brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está
en los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta Iglesia, así quiere Dios
entrar en tu alma, como tiene prometido: habitaré y caminaré con ellos’.
Hermosas consideraciones que nos tendrían que hacer
reflexionar mucho. Que la celebración de la dedicación de este templo
consagrado al Señor sea una llamada que sintamos en el corazón a la más viva
comunión entre los que creemos en Jesús, sea una invitación a la vida de la
santidad y de la gracia que no desoigamos, sea un punto de apoyo fuerte para
nuestra conciencia de Iglesia, de nuestra pertenencia a la Iglesia universal en
comunión con el Papa y con todos los Obispos.
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