Sorpresa, miedo, dudas, alegría se suceden ante la presencia de Cristo resucitado
Hechos, 3, 11-26; Sal. 8; Jn. 24, 35-48
Sorpresa y hasta en cierto modo miedo, dudas y
preguntas en el corazón, alegría que en cierto modo les deja paralizados, y
finalmente un gozo grande en el alma porque están sintiendo y viviendo algo
nuevo, son los sentimientos que se van sucediendo en los apóstoles en el relato
del evangelio que hoy hemos escuchado, que nos habla una vez más de Cristo
resucitado que se manifiesta en medio de los discípulos.
Alguien extraño o ajeno a lo que nosotros estamos
viviendo y celebrando en estos días de pascua, le podría parecer repetitivo que
una y otra vez hablemos, cantemos y celebremos a Cristo resucitado. Lo malo
sería también que, incluso entre cristianos y cristianos que se dicen que
tienen fe y son religiosos, tengan sentimientos o actitudes semejantes de
cansancio ante la celebración que queremos vivir.
Pero es que si consideramos bien todo lo que significa
el que Cristo haya resucitado aún nos quedamos cortos en nuestra celebración y
en nuestra vivencia. Por eso, como hemos dicho muchas veces, tenemos que
despertar nuestra fe de esa modorra rutinaria en la que muchas veces tenemos la
tentación de caer y con entusiasmo sigamos viviendo y celebrando nuestra fe en
Cristo resucitado.
Es el gran anuncio que tenemos que seguir haciendo en
nuestro mundo, porque es lo más grande que nos haya sucedido y ahí encontramos
todo el sentido y valor para nuestra vida, y ahí encontramos también toda la
fuerza que necesitamos para ese compromiso cristiano en nuestra vida. Que no
nos cansemos nunca de proclamar con entusiasmo y valentía nuestra fe.
El texto que escuchamos hoy en el evangelio es
continuación literal y en el tiempo del que escuchamos ayer. Aún estaban
comentando los discípulos que habían vuelto de Emaús todo lo que les había sucedido en el camino y cómo
lo habían reconocido al partir el pan, cuando ‘se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros’.
Ya decíamos al principio de nuestro comentario los
distintos sentimientos que se van sucediendo. ‘Llenos de miedo por la sorpresa, nos dice el evangelista, creían ver
un fantasma’. Tendrá que convencerles Jesús. ‘¿Por qué os alarmáis?’ Les muestra las manos y los pies. Allí
están las señales de su pasión y crucifixión. En el evangelio de Juan cuando se
nos narra esta aparición falta uno de los discípulos que poco menos que luego
exigirá meter sus dedos en las llagas de las manos y su mano en la llaga del
costado. Ya lo escucharemos en otra ocasión. Ahora Jesús incluso les pedirá
algo de comer. ‘Ellos le ofrecieron un
trozo de pez asado y El lo tomó y comió delante de ellos’, nos dice el
evangelista con todo detalle.
Les explicará, como ya lo hizo con los discípulos del
camino de Emaús, que todo estaba anunciado en la Escritura. Les abrirá el
entendimiento para que entiendan, pero explica con todo detalla. ‘Así está escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la
conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por
Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
De nuevo la misión que nos confía. No podemos callar.
Somos testigos que tenemos que anunciar la fe que vivimos y que nos trae la
salvación para que la salvación llegue a todos. Es nuestro compromiso. No nos
podemos quedar paralizados ante todo lo que estamos viviendo, sino todo lo
contrario. Ya le escucharemos el envío que hará para que vayamos a todas
partes, a todo el mundo a anunciar el evangelio.
No nos podemos callar y no podemos dejar de vivirlo con
toda intensidad. Es que desde Cristo resucitado nos sentimos transformados, nos
sentimos hombres nuevos llenos de la gracia que Cristo nos ha regalado. Y el
entusiasmo y la alegría de la fe tenemos que manifestarlo para que el mundo
crea.
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