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jueves, 12 de abril de 2012


Sorpresa, miedo, dudas, alegría se suceden ante la presencia de Cristo resucitado

Hechos, 3, 11-26; Sal. 8; Jn. 24, 35-48
Sorpresa y hasta en cierto modo miedo, dudas y preguntas en el corazón, alegría que en cierto modo les deja paralizados, y finalmente un gozo grande en el alma porque están sintiendo y viviendo algo nuevo, son los sentimientos que se van sucediendo en los apóstoles en el relato del evangelio que hoy hemos escuchado, que nos habla una vez más de Cristo resucitado que se manifiesta en medio de los discípulos.
Alguien extraño o ajeno a lo que nosotros estamos viviendo y celebrando en estos días de pascua, le podría parecer repetitivo que una y otra vez hablemos, cantemos y celebremos a Cristo resucitado. Lo malo sería también que, incluso entre cristianos y cristianos que se dicen que tienen fe y son religiosos, tengan sentimientos o actitudes semejantes de cansancio ante la celebración que queremos vivir.
Pero es que si consideramos bien todo lo que significa el que Cristo haya resucitado aún nos quedamos cortos en nuestra celebración y en nuestra vivencia. Por eso, como hemos dicho muchas veces, tenemos que despertar nuestra fe de esa modorra rutinaria en la que muchas veces tenemos la tentación de caer y con entusiasmo sigamos viviendo y celebrando nuestra fe en Cristo resucitado.
Es el gran anuncio que tenemos que seguir haciendo en nuestro mundo, porque es lo más grande que nos haya sucedido y ahí encontramos todo el sentido y valor para nuestra vida, y ahí encontramos también toda la fuerza que necesitamos para ese compromiso cristiano en nuestra vida. Que no nos cansemos nunca de proclamar con entusiasmo y valentía nuestra fe.  
El texto que escuchamos hoy en el evangelio es continuación literal y en el tiempo del que escuchamos ayer. Aún estaban comentando los discípulos que habían vuelto de Emaús todo  lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan, cuando ‘se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros’.
Ya decíamos al principio de nuestro comentario los distintos sentimientos que se van sucediendo. ‘Llenos de miedo por la sorpresa, nos dice el evangelista, creían ver un fantasma’. Tendrá que convencerles Jesús. ‘¿Por qué os alarmáis?’ Les muestra las manos y los pies. Allí están las señales de su pasión y crucifixión. En el evangelio de Juan cuando se nos narra esta aparición falta uno de los discípulos que poco menos que luego exigirá meter sus dedos en las llagas de las manos y su mano en la llaga del costado. Ya lo escucharemos en otra ocasión. Ahora Jesús incluso les pedirá algo de comer. ‘Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado y El lo tomó y comió delante de ellos’, nos dice el evangelista con todo detalle.
Les explicará, como ya lo hizo con los discípulos del camino de Emaús, que todo estaba anunciado en la Escritura. Les abrirá el entendimiento para que entiendan, pero explica con todo detalla. ‘Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
De nuevo la misión que nos confía. No podemos callar. Somos testigos que tenemos que anunciar la fe que vivimos y que nos trae la salvación para que la salvación llegue a todos. Es nuestro compromiso. No nos podemos quedar paralizados ante todo lo que estamos viviendo, sino todo lo contrario. Ya le escucharemos el envío que hará para que vayamos a todas partes, a todo el mundo a anunciar el evangelio.
No nos podemos callar y no podemos dejar de vivirlo con toda intensidad. Es que desde Cristo resucitado nos sentimos transformados, nos sentimos hombres nuevos llenos de la gracia que Cristo nos ha regalado. Y el entusiasmo y la alegría de la fe tenemos que manifestarlo para que el mundo crea. 

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