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miércoles, 11 de abril de 2012


Sentemos a Jesús en la mesa de nuestro corazón desde la acogida y el amor

Hechos, 3, 1-10; Sal. 104; Lc. 24, 13-35
‘Dos discípulos iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús… Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo…’
Cuando nos llenamos de dudas por dentro y de desconfianza qué oscuridad se nos pone en los ojos que hasta nos impide ver y comprender lo más conocido. No estaban muy seguros en lo que habían de creer. La muerte de Jesús había sido algo muy duro de asimilar. Costaba entender y aceptar las palabras de Jesús. Aunque venga alguien que nos trate de ayudar y nos ilumine con respuestas, seguimos en la duda y la desconfianza y no terminamos de creer por mucho que les digan.
Algo así les pasaba a aquellos dos discípulos que desalentados marchaban a Emaús. No les servía que las mujeres hubieran ido al sepulcro y lo encontraran vacío y vinieron diciendoles que unos ángeles les habian anunciado que Jesús había resucitado. ‘Nosotros esperábamos que el fuera el futuro libertador de Israel’, comentan, pero como si ya se les hubieran agotado todas las esperanzas. Esperábamos, dicen, pero parece que ya no esperan.
Y Jesús estaba con ellos. Y les explicaba todo lo que había sucedido porque así estaba anunciado en las Escrituras. ‘Comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a El en toda la Escritura’. Allí estaban corroborando todo lo sucedido la ley y los profetas, los dos pilares de la fe judía. Y seguían con los ojos cerrados para reconocerle. Aunque luego reconozcan que el corazón comenzaba a ardeles por dentro seguían con las esperanzas perdidas y la fe bien lejos de sus corazones.
Les sirvió que de lo que habían aprendido del Maestro quedaban las buenas costumbres de la hospitalidad. No querían que siguiera adelante porque comenzaba a anochecer y los caminos no eran seguros. ‘Le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída’.
Sería cuando se sentó a la mesa y partió el pan… entonces ‘se les abrieron los ojos y lo reconocieron’. Correrían de nuevo a Jerusalén aunque ahora no importaba que fuera tarde y el camino se hiciese en la noche. Ellos llevaban ya luz suficiente en sus corazones. ‘Era verdad, ha resucitado el Señor…’ En Jerusalén ya contaban lo mismo porque Jesús se había aparecido ya a Simón. ‘Ellos contaron lo que les había sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan’.
El Señor está haciendo el camino también a nuestro lado y muchas veces no lo reconocemos. Serán las dudas y las desconfianzas que se nos meten por dentro, o será en ocasiones que nos cerramos al amor y a la gracia. De tantas maneras el Señor nos va hablando una y otra vez. Su Palabra es proclamada continuamente a nuestro lado y son muchas las señales que el Señor va dejando de su presencia a nuestro lado.
Pero tenemos cerrados los ojos. Estamos entretenidos en nuestras cosas. Pareciera que hubiera cosas más importantes para nosotros que Jesús y su Palabra. Nos cuesta desprendernos de nosotros mismos, de nuestras ideas, de nuestros prejuicios contra los otros, de esos orgullos que se nos meten por dentro, superar esas pasiones que nos dominan, poner voluntad para arrancarnos de nuestro pecado, y no dejamos sitio en nuestro corazón para el Señor.
Abramos las puertas de nuestro corazón. Comencemos a iluminarlo poniendo un poquito de más amor en lo que hacemos o en nuestro trato y relación con los demás. Abramos las puertas de la hospitalidad sabiendo acoger con sencillez, con humildad y con amor a los que pasan a nuestro lado. Cuando sepamos escuchar al otro, ser comprensivo con él, poniendo amabilidad en nuestra vida estaremos sentando a Jesús en la mesa de nuestro corazón.
Ojalá sepamos reconocerle. El está ahora mismo dispuesto a explicarnos las Escrituras y a partir el pan para nosotros. Ahora mismo se nos está dando en la Eucaristía.

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