Sentemos a Jesús en la mesa de nuestro corazón desde la acogida y el amor
Hechos, 3, 1-10; Sal. 104; Lc. 24, 13-35
‘Dos discípulos iban
andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús… Jesús en persona se acercó y
se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo…’
Cuando nos llenamos de dudas por dentro y de
desconfianza qué oscuridad se nos pone en los ojos que hasta nos impide ver y
comprender lo más conocido. No estaban muy seguros en lo que habían de creer.
La muerte de Jesús había sido algo muy duro de asimilar. Costaba entender y
aceptar las palabras de Jesús. Aunque venga alguien que nos trate de ayudar y
nos ilumine con respuestas, seguimos en la duda y la desconfianza y no
terminamos de creer por mucho que les digan.
Algo así les pasaba a aquellos dos discípulos que
desalentados marchaban a Emaús. No les servía que las mujeres hubieran ido al
sepulcro y lo encontraran vacío y vinieron diciendoles que unos ángeles les
habian anunciado que Jesús había resucitado. ‘Nosotros esperábamos que el fuera el futuro libertador de Israel’,
comentan, pero como si ya se les hubieran agotado todas las esperanzas. Esperábamos,
dicen, pero parece que ya no esperan.
Y Jesús estaba con ellos. Y les explicaba todo lo que
había sucedido porque así estaba anunciado en las Escrituras. ‘Comenzando por Moisés y siguiendo por los
profetas, les explicó lo que se refería a El en toda la Escritura’. Allí
estaban corroborando todo lo sucedido la ley y los profetas, los dos pilares de
la fe judía. Y seguían con los ojos cerrados para reconocerle. Aunque luego
reconozcan que el corazón comenzaba a ardeles por dentro seguían con las
esperanzas perdidas y la fe bien lejos de sus corazones.
Les sirvió que de lo que habían aprendido del Maestro
quedaban las buenas costumbres de la hospitalidad. No querían que siguiera
adelante porque comenzaba a anochecer y los caminos no eran seguros. ‘Le apremiaron diciendo: Quédate con
nosotros porque atardece y el día va de caída’.
Sería cuando se sentó a la mesa y partió el pan… entonces ‘se les abrieron los ojos y lo
reconocieron’. Correrían de nuevo a Jerusalén aunque ahora no importaba que
fuera tarde y el camino se hiciese en la noche. Ellos llevaban ya luz
suficiente en sus corazones. ‘Era verdad,
ha resucitado el Señor…’ En Jerusalén ya contaban lo mismo porque Jesús se
había aparecido ya a Simón. ‘Ellos
contaron lo que les había sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al
partir el pan’.
El Señor está haciendo el camino también a nuestro lado
y muchas veces no lo reconocemos. Serán las dudas y las desconfianzas que se
nos meten por dentro, o será en ocasiones que nos cerramos al amor y a la
gracia. De tantas maneras el Señor nos va hablando una y otra vez. Su Palabra
es proclamada continuamente a nuestro lado y son muchas las señales que el
Señor va dejando de su presencia a nuestro lado.
Pero tenemos cerrados los ojos. Estamos entretenidos en
nuestras cosas. Pareciera que hubiera cosas más importantes para nosotros que
Jesús y su Palabra. Nos cuesta desprendernos de nosotros mismos, de nuestras
ideas, de nuestros prejuicios contra los otros, de esos orgullos que se nos
meten por dentro, superar esas pasiones que nos dominan, poner voluntad para
arrancarnos de nuestro pecado, y no dejamos sitio en nuestro corazón para el
Señor.
Abramos las puertas de nuestro corazón. Comencemos a
iluminarlo poniendo un poquito de más amor en lo que hacemos o en nuestro trato
y relación con los demás. Abramos las puertas de la hospitalidad sabiendo
acoger con sencillez, con humildad y con amor a los que pasan a nuestro lado.
Cuando sepamos escuchar al otro, ser comprensivo con él, poniendo amabilidad en
nuestra vida estaremos sentando a Jesús en la mesa de nuestro corazón.
Ojalá sepamos reconocerle. El está ahora mismo dispuesto
a explicarnos las Escrituras y a partir el pan para nosotros. Ahora mismo se
nos está dando en la Eucaristía.
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