¡Resucitó de veras mi amor y mi
esperanza!’
Juan
20, 1-9
‘¿Qué has visto de
camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los
ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi
esperanza!’
Así bellamente proclaman los versos de la secuencia la
resurrección del Señor en esta mañana luminosa de la Pascua. ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
El evangelio que hemos escuchado nos lo ha relatado.
Las mujeres habían ido al sepulcro a embalsamar el cuerpo de Jesús, nos
narraban los otros evangelistas. Juan nos habla de María Magdalena que cuando
encuentra ‘quitada la losa del sepulcro
echa a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien
Jesús tanto quería… Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde
lo han puesto…’ Es su primera
impresión. Es lo primero que comunicará a los apóstoles que corren también al
sepulcro.
Ya hemos escuchado. Cuando ven las vendas en el suelo,
el sudario doblado aparte creen, pero no que se hayan llevado el cuerpo de
Jesús, sino que la palabra de Jesús en verdad se ha cumplido. Era verdad, ha
resucitado el Señor. Leemos el evangelio no en un solo texto, sino que en el
conjunto de los evangelistas corroboramos todos los datos. Y tenemos que decir
con los versos de la secuencia, en labios de María Magdalena, que más tarde
tendrá la experiencia del encuentro con el Señor resucitado ‘¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
Es lo que desde anoche, cuando en la Vigilia Pascual
celebramos la resurrección del Señor, nos hemos venido repitiendo y nos ha
llenado de alegría. Ha crecido nuestra
fe, se ha consolidado la esperanza, nos hemos puesto en el nuevo camino del
amor.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Es lo que ha
sido fundamento de nuestra fe y lo que generación tras generación desde
aquellos primeros testigos de la resurrección la Iglesia ha continuado
proclamando.
Es lo que da sentido último y profundo a toda nuestra
vida. Es lo que sustenta toda nuestra fe y todo nuestro actuar cristiano. Es lo
que nos ha hecho testigos de la luz y de la vida; es lo que en verdad nos
compromete a ser testigos de Cristo con nuestro amor y con todo nuestro compromiso cristiano.
Es lo que dio fuerza a los mártires que fueron capaces
de dar su vida por la fe en Jesús. Es lo que ha dado y sigue dando empuje a
tantos cristianos que como misioneros se
han lanzado por el mundo en el anuncio del evangelio.
Es lo que da fuerza y coraje para luchar por un mundo
nuevo y mejor transformado desde el amor. ¡Cuántos cristianos, anónimos muchas
veces, van dando testimonio de la resurrección del Señor con su palabra, con su
trabajo, con su compromiso!
Es lo que nos da sentido para no perder nunca la
esperanza y la alegría de vivir aunque la vida pueda llenarse de nubarrones por
los problemas y dificultades que nos aparezcan o el dolor y el sufrimiento nos
envuelvan. ¡Qué ejemplo más hermoso hemos tenido en nuestro recordado don
Felipe – obispo emérito de Tenerife - en su enfermedad y que el Señor
precisamente en la tarde del Viernes Santo ha querido llevarse a participar ya
de la pascua eterna del cielo!
Es la gracia que sustenta el trabajo de tantos
cristianos comprometidos por los demás y que generosamente comparten lo que son
y lo que tienen porque no soportan el sufrimiento de tantos en sus carencias y
necesidades en momentos difíciles. Compromisos con los pobres, con los
enfermos, con los ancianos, con los discapacitados, con los enfermos de SIDA,
con los esclavizados en el mundo de la droga, con los últimos del mundo y de la
sociedad…
Es lo que nos convierte en levadura buena que quiere
hacer fermentar la masa de nuestro mundo para que vayan brotando cada vez más
las flores y los frutos del amor, suscitando almas generosas y desprendidas
para hacer el bien y ser capaces de sacrificarse por los otros.
Es la fuerza de Cristo resucitado que inunda nuestras
vidas y quiere rebosar sobre nuestro mundo para hacerlo mejor. Y cuando estamos
celebrando el triunfo de Cristo en su resurrección tenemos que hacer ese cántico
también a tantos comprometidos desde su fe para anunciar con su vida la Buena
Nueva de Jesús en este mundo concreto en que vivimos.
Y es que los cristianos ni nos encerramos en nosotros
mismos, ni sólo nos contentamos en cantar nuestra alegría. No somos seres
utópicos que nos contentemos con soñar, sino que sabemos arremangarnos para
trabajar por hacer un mundo mejor, por sembrar la semilla de la fe y del amor
en medio del mundo.
La luz de Cristo resucitado que hoy ilumina nuestras
vidas es fuerza y es gracia que nos pone en camino, que implica toda nuestra
vida, que nos hace ser mejores nosotros superando tentaciones y egoísmos, que
nos convierte en fermento de nuestro mundo, que nos hace ir sembrando las
semillas de los valores del evangelio en el amplio campo que nos rodea.
La luz y la fuerza de Cristo resucitado no nos hace
quedarnos con los brazos cruzados sino que nos compromete hondamente para ser
siempre y en todo lugar esos testigos entusiastas y convencidos de nuestra fe,
de que Cristo verdaderamente ha resucitado.
Hoy estamos celebrando con gozo grande el día de la
Resurrección del Señor. Es la Pascua. Hemos venido queriendo abrir nuestro
corazón a lo largo de toda la cuaresma para este momento pascual, para acoger
de verdad a Dios que llega a nuestra vida en la muere y resurrección de Jesús
para inundarnos de su vida y de su salvación, de su gracia y de su amor. Todos
esos pasos que hemos ido dando, que en ocasiones habrán podido ser costosos en
esa tarea de superación, nos traen a que ahora vivamos esta alegría de la
pascua, a que ahora podamos cantar con tanto entusiasmo que Cristo resucitó, a
que repitamos una y otra vez sin cansarnos el aleluya de la resurrección.
‘Rey vencedor,
apiádate de la miseria humana y da tus fieles parte en tu victoria santa’, proclamamos con la secuencia.
Estamos celebrando, sí, la victoria de Cristo resucitado, pero que es celebrar
también nuestra victoria en El en la medida que nos unimos a El, en la medida
en que participamos plenamente de su muerte y resurrección, en la medida en que
queremos vivir en su amor y por su amor. Hemos de resucitar con Cristo. Hemos
de dejarnos transformar por la luz de Cristo resucitado para vivir la vida
nueva de la gracia.
Vivamos el gozo de la resurrección del Señor. Que por
el entusiasmo de nuestra alegría y nuestra fe todos puedan conocer de verdad
que Cristo verdaderamente ha resucitado. Feliz pascua de resurrección. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!’
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