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domingo, 19 de febrero de 2012


Viendo Jesús la fe que tenían

Is. 43, 18-19.21-22.24-25;
 Sal. 40;
 2Cor. 1, 18-22;
 Mc. 2, 1-12
No siempre, cuando nos proponemos conseguir algo al encontrarnos con problemas o dificultad para obtenerlo, mantenemos con constancia nuestra voluntad de conseguirlo sino que en muchas ocasiones tenemos la tentación de sentirnos defraudados y abandonamos pronto nuestra lucha o nuestro esfuerzo.
Pero aunque esa sea una experiencia que no pocas veces tenemos o sufrimos, sin embargo también somos conscientes de cuántos ante la dificultad se crecen, el ingenio se aviva y sobre todo cuando actuamos movidos por el amor somos creativos para resolver dichas dificultades. Este segundo sentido, podríamos decir, que manifiesta nuestra madurez y deseos de estar en contínuo crecimiento como personas. Habrá que descubrir quizá también que no será de forma individualista y nosotros solo como hemos de actuar.
Algo de eso encontramos en el evangelio de hoy y espero que nos valga como arranque de nuestra reflexión. Jesús estaba de nuevo en Cafarnaún y estaba en una casa, probablemente la casa de Simón y Andrés que se había convertido en punto de encuentro y de arranque de toda la actividad de Jesús por Galilea, o podría estar también en casa de alguien que pudiera haber invitado a Jesús. El hecho es que la gente, al enterarse de la presencia de Jesús, se agolpaba a la puerta y no quedaba sitio para nadie más ni para poder entrar.
Llegan unos hombres portando en una camilla a un paralítico con el deseo de que Jesús le imponga las manos y lo cure. No pueden entrar, Aquí se aviva el ingenio y no darán marcha atrás a pesar de la dificultad. ‘Levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico’. Asombroso el ingenio y la fuerza de voluntad. Asombrosa la fe de aquellos hombres. El evangelista va a resaltarlo. ‘Jesús viendo la fe que tenían…’ dirá, y parece que se dispone a hacer el milagro.
Pero serán otras y distintas las palabras que Jesús pronuncie. Todos esperan que le mande levantarse, tomar la camilla para que pueda marcharse a casa. Pero en su lugar Jesús dirá: ‘Hombre, tus pecados quedan perdonados’. ¿Era eso lo que realmente buscaban cuando acudían a Jesús? ¿Qué era lo que realmente Jesús quería ofrecerles, quería y quiere ofrecernos hoy?
Todos se asombran, pero más aún se van a escandalizar los escribas que están allí sentados observándolo todo. ¿Venían realmente por la fe que despertaba Jesús en su entorno o vendrían como jueces para analizar lo que aquel profeta nuevo que ha surgido por Galilea está haciendo? Allí están pensando para sus adentros. ‘¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’
¿Quién era realmente aquel que aparecía como un nuevo profeta por las aldeas y pueblos de Galilea, allí a la orilla del lago y en Cafarnaún? ¿Podía realmente arrogarse ese poder divino de perdonar los pecados? Habría que descubrir realmente quien era Jesús. Habrá que tener otras actitudes y otros sentimientos en el corazón para poder llegar a vislumbrar su misterio.
Pero ¿quién es el que realmente puede tener poder para devolver la salud, para hacer que aquellos miembros entumecidos puedan restablecerse y volver a su movimiento natural? ¿Era poder de los hombres o el poder dar vida era algo que superaba también todo poder humano?
Jesús conoce bien el corazón de los hombres y en su sabiduría divina e infinita puede saber bien cuáles son nuestros sentimientos o nuestros pensamientos por muy ocultos que estén. ‘Se dio cuenta de lo que pensaban, nos dice el evangelista. ¿Por qué pensáis así? ¿Por qué pensais eso que estáis pensando? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico, tus pecados quedan perdonados, o decirle, levántate, coge la camilla y vete a tu casa?’
No cabe duda. Allí está el Señor de la vida y el que viene a darnos vida. Allí está el Señor que nos sana y el Señor que nos salva y nos redimirá con su muerte dándonos con generosidad su perdón. ‘Para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados, contigo hablo – le dice al paralítico – levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’. Ahora si que todos reconocen quién es Jesús. ‘Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual’.
Muchas lecciones no da este texto del evangelio que nos tienen que llevar a confesar nuestra fe en Jesús y dan también gloria al Señor. Es el Señor que viene a nosotros y que como nos anunciaba el profeta viene a realizar todo nuevo. Tenemos que mirar hacia adelante, hacia donde nos lleva el Señor. No podemos quedarnos mirando atrás, mirando una y otra vez nuestra invalidez y nuestro pecado. Porque el Señor viene a levantarnos, a ponernos en camino de vida nueva, a realizar en nosotros un hombre nuevo.
Nos levanta el Señor y nos sentimos amados y perdonados. Nos levanta el Señor y nos viene a enseñar una nueva forma de caminar, de pensar, de actuar. Lejos de nosotros lo viejo, la invalidez de juicios malévolos, de encerronas en nosotros mismos e insolidaridades. No podemos quedarnos regodeándonos en lo mal que estamos o lo malos que somos, sino que tenemos que mirar adelante hacia donde nos quiere llevar el Señor. En momentos difíciles o de dificultades el Espíritu del Señor viene a llenarnos de vida por dentro y avivados con esa vida nueva tenemos que encontrar esos caminos nuevos que nos lleven a un mundo distinto y mejor.
Hay un detalle que no podemos dejar pasar desapercibido en este hecho que nos narra el evangelio. Se nos dice que ‘Jesús viendo la fe que tenían…’ comenzó a actuar. Era la fe de aquellos hombres que confiaban totalmente en que Jesús iba a curar a aquel paralítico, pero ante la dificultad no se quedaron cruzados de brazos ni desistieron. Encontraron la fórmula y aquel hombre llegó a los pies de Jesús. Busquemos la la fórmula o la forma, pero no nos quedemos con los brazos cruzados.
Comencemos por la solidaridad como aquellos hombres que entre todos cargaron al enfermo hasta llegar a la casa de Jesús. Nos hace falta más solidaridad, para no andar tan solos en la vida, tan solitarios y tan cada uno por su lado. No podemos ser solitarios sino solidarios, que aprendamos a caminar juntos, a tendernos la mano, a poner cada uno sus posibilidade, su granito de arena como se suele decir, y entre todos podremos hacer que las cosas cambien, que nuestro mundo sea mejor. No estemos esperando a que el otro haga, o el otro comience, sino comencemos juntos, tomemos la iniciativa del amor que nunca nos dejará insensibles ni dormidos.
Nos vale en el camino de nuestra fe personal; nos vale en el camino que como Iglesia hemos de ir haciendo donde nunca ni podremos sentirnos solos ni podremos ir cada uno por su lado; nos vale en el camino de tantas necesidades en el orden social que con los ojos del amor desubrimos a nuestro alrededor, y a donde en parte nos han llevado esos caminos de egoismo e insolidarios que tantas veces hemos caminado.
‘Levántate, toma la camilla…’ nos dice el Señor. levántate y toma la camilla, pero únete a los otros para llevarla, porque una camilla no la lleva nunca uno sólo sino que siempre tenemos que ayudarnos mutuamente a llevarla. No quieras llevarla tu solo, ni te desentiendas del otro que está intentando llevarla. Jesús nos está señalando una forma nueva de llevar la camilla, de enfrentarnos a los males de este mundo, de trabajar por hacer un mundo nuevo y mejor. Aprendamos esos caminos y esas formas de solidaridad y de amor. Su Espíritu estará con nosotros para recorrerlos.

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