Viendo Jesús la fe que tenían
Is. 43,
18-19.21-22.24-25;
Sal. 40;
2Cor. 1, 18-22;
Mc. 2, 1-12
No
siempre, cuando nos proponemos conseguir algo al encontrarnos con problemas o
dificultad para obtenerlo, mantenemos con constancia nuestra voluntad de
conseguirlo sino que en muchas ocasiones tenemos la tentación de sentirnos
defraudados y abandonamos pronto nuestra lucha o nuestro esfuerzo.
Pero
aunque esa sea una experiencia que no pocas veces tenemos o sufrimos, sin
embargo también somos conscientes de cuántos ante la dificultad se crecen, el
ingenio se aviva y sobre todo cuando actuamos movidos por el amor somos
creativos para resolver dichas dificultades. Este segundo sentido, podríamos
decir, que manifiesta nuestra madurez y deseos de estar en contínuo crecimiento
como personas. Habrá que descubrir quizá también que no será de forma
individualista y nosotros solo como hemos de actuar.
Algo de
eso encontramos en el evangelio de hoy y espero que nos valga como arranque de
nuestra reflexión. Jesús estaba de nuevo en Cafarnaún y estaba en una casa,
probablemente la casa de Simón y Andrés que se había convertido en punto de
encuentro y de arranque de toda la actividad de Jesús por Galilea, o podría
estar también en casa de alguien que pudiera haber invitado a Jesús. El hecho
es que la gente, al enterarse de la presencia de Jesús, se agolpaba a la puerta
y no quedaba sitio para nadie más ni para poder entrar.
Llegan unos
hombres portando en una camilla a un paralítico con el deseo de que Jesús le
imponga las manos y lo cure. No pueden entrar, Aquí se aviva el ingenio y no
darán marcha atrás a pesar de la dificultad. ‘Levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un
boquete y descolgaron la camilla con el paralítico’. Asombroso el ingenio y
la fuerza de voluntad. Asombrosa la fe de aquellos hombres. El evangelista va a
resaltarlo. ‘Jesús viendo la fe que
tenían…’ dirá, y parece que se dispone a hacer el milagro.
Pero serán
otras y distintas las palabras que Jesús pronuncie. Todos esperan que le mande
levantarse, tomar la camilla para que pueda marcharse a casa. Pero en su lugar
Jesús dirá: ‘Hombre, tus pecados quedan
perdonados’. ¿Era eso lo que realmente buscaban cuando acudían a Jesús?
¿Qué era lo que realmente Jesús quería ofrecerles, quería y quiere ofrecernos
hoy?
Todos se
asombran, pero más aún se van a escandalizar los escribas que están allí
sentados observándolo todo. ¿Venían realmente por la fe que despertaba Jesús en
su entorno o vendrían como jueces para analizar lo que aquel profeta nuevo que
ha surgido por Galilea está haciendo? Allí están pensando para sus adentros. ‘¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién
puede perdonar pecados fuera de Dios?’
¿Quién era
realmente aquel que aparecía como un nuevo profeta por las aldeas y pueblos de
Galilea, allí a la orilla del lago y en Cafarnaún? ¿Podía realmente arrogarse
ese poder divino de perdonar los pecados? Habría que descubrir realmente quien
era Jesús. Habrá que tener otras actitudes y otros sentimientos en el corazón
para poder llegar a vislumbrar su misterio.
Pero
¿quién es el que realmente puede tener poder para devolver la salud, para hacer
que aquellos miembros entumecidos puedan restablecerse y volver a su movimiento
natural? ¿Era poder de los hombres o el poder dar vida era algo que superaba
también todo poder humano?
Jesús
conoce bien el corazón de los hombres y en su sabiduría divina e infinita puede
saber bien cuáles son nuestros sentimientos o nuestros pensamientos por muy
ocultos que estén. ‘Se dio cuenta de lo
que pensaban, nos dice el evangelista. ¿Por
qué pensáis así? ¿Por qué pensais eso que estáis pensando? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico,
tus pecados quedan perdonados, o decirle, levántate, coge la camilla y vete a
tu casa?’
No cabe
duda. Allí está el Señor de la vida y el que viene a darnos vida. Allí está el
Señor que nos sana y el Señor que nos salva y nos redimirá con su muerte
dándonos con generosidad su perdón. ‘Para
que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados, contigo
hablo – le dice al paralítico – levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’.
Ahora si que todos reconocen quién es Jesús. ‘Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto
una cosa igual’.
Muchas
lecciones no da este texto del evangelio que nos tienen que llevar a confesar
nuestra fe en Jesús y dan también gloria al Señor. Es el Señor que viene a
nosotros y que como nos anunciaba el profeta viene a realizar todo nuevo.
Tenemos que mirar hacia adelante, hacia donde nos lleva el Señor. No podemos
quedarnos mirando atrás, mirando una y otra vez nuestra invalidez y nuestro
pecado. Porque el Señor viene a levantarnos, a ponernos en camino de vida
nueva, a realizar en nosotros un hombre nuevo.
Nos
levanta el Señor y nos sentimos amados y perdonados. Nos levanta el Señor y nos
viene a enseñar una nueva forma de caminar, de pensar, de actuar. Lejos de
nosotros lo viejo, la invalidez de juicios malévolos, de encerronas en nosotros
mismos e insolidaridades. No podemos quedarnos regodeándonos en lo mal que
estamos o lo malos que somos, sino que tenemos que mirar adelante hacia donde
nos quiere llevar el Señor. En momentos difíciles o de dificultades el Espíritu
del Señor viene a llenarnos de vida por dentro y avivados con esa vida nueva
tenemos que encontrar esos caminos nuevos que nos lleven a un mundo distinto y
mejor.
Hay un
detalle que no podemos dejar pasar desapercibido en este hecho que nos narra el
evangelio. Se nos dice que ‘Jesús viendo
la fe que tenían…’ comenzó a actuar. Era la fe de aquellos hombres que confiaban
totalmente en que Jesús iba a curar a aquel paralítico, pero ante la dificultad
no se quedaron cruzados de brazos ni desistieron. Encontraron la fórmula y
aquel hombre llegó a los pies de Jesús. Busquemos la la fórmula o la forma,
pero no nos quedemos con los brazos cruzados.
Comencemos
por la solidaridad como aquellos hombres que entre todos cargaron al enfermo
hasta llegar a la casa de Jesús. Nos hace falta más solidaridad, para no andar
tan solos en la vida, tan solitarios y tan cada uno por su lado. No podemos ser
solitarios sino solidarios, que aprendamos a caminar juntos, a tendernos la
mano, a poner cada uno sus posibilidade, su granito de arena como se suele
decir, y entre todos podremos hacer que las cosas cambien, que nuestro mundo
sea mejor. No estemos esperando a que el otro haga, o el otro comience, sino
comencemos juntos, tomemos la iniciativa del amor que nunca nos dejará
insensibles ni dormidos.
Nos vale
en el camino de nuestra fe personal; nos vale en el camino que como Iglesia
hemos de ir haciendo donde nunca ni podremos sentirnos solos ni podremos ir
cada uno por su lado; nos vale en el camino de tantas necesidades en el orden
social que con los ojos del amor desubrimos a nuestro alrededor, y a donde en
parte nos han llevado esos caminos de egoismo e insolidarios que tantas veces
hemos caminado.
‘Levántate, toma la camilla…’
nos dice el Señor. levántate y toma la camilla, pero únete a los otros para
llevarla, porque una camilla no la lleva nunca uno sólo sino que siempre
tenemos que ayudarnos mutuamente a llevarla. No quieras llevarla tu solo, ni te
desentiendas del otro que está intentando llevarla. Jesús nos está señalando
una forma nueva de llevar la camilla, de enfrentarnos a los males de este
mundo, de trabajar por hacer un mundo nuevo y mejor. Aprendamos esos caminos y
esas formas de solidaridad y de amor. Su Espíritu estará con nosotros para
recorrerlos.
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