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lunes, 20 de febrero de 2012


Fe, oración, ayuno, sacrificio, ofrenda de amor al Señor

Sant. 3, 13-18; Sal. 18; Mc. 9, 13-28
Baja Jesús del monte de la transfiguración después de la experiencia intensa que han tenido los tres apóstoles que subieron con El. Al llegar al pie de la montaña, donde estaban los demás discípulos, se encuentra el grupo alborotado. Un hombre ha venido con su hijo poseído de un espíritu inmundo para que Jesús lo cure, y al no estar Jesús le ha pedido a los discípulos que allí estaban que lo curara. Pero no han podido hacerlo.
El hombre ahora acude a Jesús que llega. ‘Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu inmundo que no le deja hablar, y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Le he pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces’. La descripción de lo que sucede es amplia y aún abundará más en lo que el padre luego seguirá diciendo. El resultado negativo de los discípulos es claro.
Jesús se queja de la poca fe. Y ante la súplica insistente del padre dirá que ‘todo es posible para el que tiene fe’. Surge de nuevo la súplica en aquel padre que también se siente atormentado y lleno de dolor por lo que le sucede a su hijo. ¡Qué padre no va a sufrir ante el sufrimiento de un hijo! Aunque suplica tiene dudas; aunque quiere creer en su interior no se siente muy seguro; el dolor puede en ocasiones cegarnos y llenarnos de dudas. Pero aún así quiere creer. ‘Entonces el padre del muchacho gritó: Tengo fe, pero dudo, ayúdame’.
Hermosa súplica y confesión de fe. Confesión de fe por una parte porque quiere creer, pero confesión también de su debilidad. Pero aún en su debilidad quiere buscar fuerzas para creer y suplica a quien puede darle en verdad ese Espíritu de fortaleza, a quien puede fortalecerle en su fe.
¿Será así de confiada y de sincera nuestra súplica? No hemos de tener miedo a la sinceridad, porque es camino que nos llevará a la verdad. Sinceros en nuestra debilidad buscaremos la fuerza allí donde en verdad podemos obtenerla. ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’, tenemos que decirle tantas veces al Señor cuando nos abruman y ciegan nuestras dudas.
Ya hemos escuchado cómo Jesús cura al muchacho y se lo entrega a su padre. Pero cuando llegan a casa los discípulos le pregunta a Jesús por qué ellos no han podido. ¿Se sienten fracasados quizá? ¿Sentirán que algo aún le falta en su vida para poder realizar las obras de Jesús? Con sinceridad acuden a Jesús.
¡Qué importante que nos pongamos ante el Señor con la sinceridad de nuestra vida llena de debilidades y fracasos! La sinceridad que nos llevará a la verdad, como decíamos antes. La sinceridad con que tenemos que acudir siempre a Jesús porque es nuestra fortaleza, pero es también el Maestro que nos enseña, que nos pone en camino, que nos dice lo que nos falta. Qué bueno es la cura de la humildad de reconocer nuestros errores o nuestros fracasos, nuestras debilidades y flaquezas. El corazón humilde, aunque esté lleno de debilidades y pecados siempre es grato al Señor.
‘¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno’. Varias cosas nos está pidiendo el Señor. Primero, nuestra fe aunque esté llena de debilidades. Pero reconociendo la debilidad de nuestra fe y de nuestra vida, hemos de saber orar. ‘¡Ayúdame!’, le pedía aquel padre. ‘¡Ayúdame!’, le pedimos también nosotros al Señor. Oramos con confianza, con constancia, con deseos grandes de aprender a llenarnos de Dios. Oramos desde nuestra humildad y oramos también con la ofrenda de nuestra vida, nuestros sacrificios. Oramos convirtiendo nuestro corazón al Señor, arrancando todo lo malo que haya dentro de nosotros.
Fe, oración, ayuno, sacrificio, ofrenda de amor al Señor. ¡Cuánto tenemos que aprender!

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