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sábado, 25 de febrero de 2012


Hay que ser valientes como Leví para tomar nuestra decisión

Is. 58, 9-14; Sal. 85; Lc. 5, 27-32
Hay ocasiones en que tenemos la oportunidad de una decisión que pudiera ser importante en la vida, pero nos llenamos de temores y miedos ante lo que nos pueda deparar el futuro, hasta donde pueda llegar a comprometernos o porque nos cuesta salir quizá de nuestra situación en la que nos podemos encontrar cómodos o quizá con ataduras que se nos pegan. Nos quedamos en la indecisión y le damos largas o tratamos de olvidarlo. Nos sucede en muchos ámbitos de la vida.
Nos sucede en el camino del seguimiento de Jesús y de nuestra vida cristiana. Vemos que tendríamos que cambiar; que quizá sentimos allá en el corazón una llamada que nos empuja a otras cosas mejores; una reflexión que alguien nos ayudó a hacer o que nos hicimos tras algún acontecimiento vivido, pero no nos hemos decidido; nos cuesta tomar una decisión.
Lo mismo cuando tenemos que arrancarnos de una situación que pudiera ser dolorosa en nuestra vida, o una situación y unas actitudes que sabemos que no son buenas y que están bien alejadas de lo que el Señor nos pide. Nos cuesta arrancarnos, dar el paso hacia adelante, salir de esa situación. Muchos ejemplos podríamos poner y muchos testimonios podríamos dar cada uno de nosotros mirando con sinceridad nuestra vida.
En este camino luminoso de la cuaresma que vamos haciendo la Palabra del Señor que vamos escuchando cada día nos va llamando, nos va señalando caminos y nos va ofreciendo testimonios de quienes han sabido ser valientes en dar el paso hacia adelante. De una cosa podemos estar seguros: que cuando demos el paso luego  nos vamos a sentir más felices y dichosos, más llenos de plenitud.
Por una parte tenemos lo que nos ha dicho el profeta. Es una continuación del texto de ayer con aquel grito que nos llamaba e invitaba a la conversión abriendo prisiones, rompiendo cepos que nos atan, liberándonos de todo lo que nos oprime y esclaviza, compartiendo generosamente con los demás.
Nos decía entonces y nos ha vuelto a repetir hoy ‘entonces brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’. Y luego nos hacia la descripción de lo que eran las bendiciones del Señor que nos conducen a la plenitud con imágenes de una tierra que se convierte en vergel, en paraíso. ‘Entonces el Señor será tu delicia’. ¡Qué consolador mensaje!
Pero está también el testimonio valiente que nos ofrece el evangelio. ‘Jesús vio a un recaudador llamado Leví sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió’. ¿No le costaría a Leví tomar esa decisión? No podemos decir que no le costara. Allí junto a aquel mostrador estaba lo que era su vida, sus esfuerzos, sus ganancias. Lo que se le presentaba delante siguiendo a aquel profeta era algo incierto. Aunque muchos pensaran que podría ser el Mesías eso aún no se tenía claro. Pero ‘se levantó y lo siguió dejándolo todo’.
¿Una locura? ¿Algo no suficientemente pensado? ¿Qué podríamos pensar? Pero había llegado Jesús a su vida, había tocado su corazón. Lo dejó todo y lo siguió. Seguro que allá en lo hondo de si mismo sintió el fuego del amor de Dios que apaga dudas e indecisiones y se dejó arrastrar por esa llamarada de amor que llegaba a su vida.
Cuánto necesitamos esa valentía para tomar la decisión rotunda y clara de seguir siempre a Jesús. Ya lo seguimos pues nos llamamos cristianos. Pero bien sabemos cuantas dudas, cuantas reticencias, cuantas debilidades, cuantas vueltas atrás vamos teniendo en la vida. Nuestro seguimiento no es todo lo radical que tendría que ser. Somos muchas veces cobardes a la hora de dar la cara por Jesús.
Necesitamos sentir vivamente esa llamarada del amor de Dios en nuestro corazón. Depende de nosotros. Dios quiere inundarnos del fuego de su amor y encender nuestra vida, pero nosotros no le dejamos porque ponemos tantos mostradores como el de Leví por medio. Que el Espíritu del Seños nos ayude a saltar por encima de ese mostrador, a romper todos esos cepos que nos atan, a dejarnos iluminar por la luz del Señor para que nunca más haya oscuridad y tiniebla de muerte en nuestra vida.

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