Hay que ser valientes como Leví para tomar nuestra decisión
Is. 58, 9-14; Sal. 85; Lc. 5, 27-32
Hay ocasiones en que tenemos la oportunidad de una
decisión que pudiera ser importante en la vida, pero nos llenamos de temores y
miedos ante lo que nos pueda deparar el futuro, hasta donde pueda llegar a comprometernos
o porque nos cuesta salir quizá de nuestra situación en la que nos podemos
encontrar cómodos o quizá con ataduras que se nos pegan. Nos quedamos en la
indecisión y le damos largas o tratamos de olvidarlo. Nos sucede en muchos
ámbitos de la vida.
Nos sucede en el camino del seguimiento de Jesús y de
nuestra vida cristiana. Vemos que tendríamos que cambiar; que quizá sentimos
allá en el corazón una llamada que nos empuja a otras cosas mejores; una reflexión
que alguien nos ayudó a hacer o que nos hicimos tras algún acontecimiento
vivido, pero no nos hemos decidido; nos cuesta tomar una decisión.
Lo mismo cuando tenemos que arrancarnos de una
situación que pudiera ser dolorosa en nuestra vida, o una situación y unas
actitudes que sabemos que no son buenas y que están bien alejadas de lo que el
Señor nos pide. Nos cuesta arrancarnos, dar el paso hacia adelante, salir de
esa situación. Muchos ejemplos podríamos poner y muchos testimonios podríamos
dar cada uno de nosotros mirando con sinceridad nuestra vida.
En este camino luminoso de la cuaresma que vamos
haciendo la Palabra del Señor que vamos escuchando cada día nos va llamando,
nos va señalando caminos y nos va ofreciendo testimonios de quienes han sabido
ser valientes en dar el paso hacia adelante. De una cosa podemos estar seguros:
que cuando demos el paso luego nos vamos
a sentir más felices y dichosos, más llenos de plenitud.
Por una parte tenemos lo que nos ha dicho el profeta.
Es una continuación del texto de ayer con aquel grito que nos llamaba e
invitaba a la conversión abriendo prisiones, rompiendo cepos que nos atan,
liberándonos de todo lo que nos oprime y esclaviza, compartiendo generosamente
con los demás.
Nos decía entonces y nos ha vuelto a repetir hoy ‘entonces
brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’. Y luego
nos hacia la descripción de lo que eran las bendiciones del Señor que nos
conducen a la plenitud con imágenes de una tierra que se convierte en vergel,
en paraíso. ‘Entonces el Señor será tu delicia’. ¡Qué consolador mensaje!
Pero está también el testimonio valiente que nos ofrece
el evangelio. ‘Jesús vio a un recaudador llamado Leví sentado al mostrador de
los impuestos y le dijo: Sígueme. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió’.
¿No le costaría a Leví tomar esa decisión? No podemos decir que no le costara.
Allí junto a aquel mostrador estaba lo que era su vida, sus esfuerzos, sus
ganancias. Lo que se le presentaba delante siguiendo a aquel profeta era algo
incierto. Aunque muchos pensaran que podría ser el Mesías eso aún no se tenía
claro. Pero ‘se levantó y lo siguió dejándolo todo’.
¿Una locura? ¿Algo no suficientemente pensado? ¿Qué
podríamos pensar? Pero había llegado Jesús a su vida, había tocado su corazón.
Lo dejó todo y lo siguió. Seguro que allá en lo hondo de si mismo sintió el
fuego del amor de Dios que apaga dudas e indecisiones y se dejó arrastrar por
esa llamarada de amor que llegaba a su vida.
Cuánto necesitamos esa valentía para tomar la decisión
rotunda y clara de seguir siempre a Jesús. Ya lo seguimos pues nos llamamos
cristianos. Pero bien sabemos cuantas dudas, cuantas reticencias, cuantas
debilidades, cuantas vueltas atrás vamos teniendo en la vida. Nuestro
seguimiento no es todo lo radical que tendría que ser. Somos muchas veces
cobardes a la hora de dar la cara por Jesús.
Necesitamos sentir vivamente esa llamarada del amor de
Dios en nuestro corazón. Depende de nosotros. Dios quiere inundarnos del fuego
de su amor y encender nuestra vida, pero nosotros no le dejamos porque ponemos
tantos mostradores como el de Leví por medio. Que el Espíritu del Seños nos
ayude a saltar por encima de ese mostrador, a romper todos esos cepos que nos
atan, a dejarnos iluminar por la luz del Señor para que nunca más haya
oscuridad y tiniebla de muerte en nuestra vida.
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