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viernes, 14 de octubre de 2011

Como un libro abierto


Rom. 4, 1-8;

Sal. 31;

Lc. 12, 1-7

Esta persona es como un libro abierto. Seguramente habremos escuchado una expresión semejante para referirnos a una persona sincera y recta. Y cuando hablamos de sinceridad no es simplemente la de aquellos que proclaman que dicen siempre la verdad, que no tienen papas en la boca (en expresión muy canaria) y que dicen siempre lo que sienten o piensan a quien sea o como sea, sin importarles incluso el daño que puedan hacer.

Cuando hablamos de sinceridad nos referimos más bien a la sinceridad de la vida en el sentido de la congruencia que hay en esa persona entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace. Porque decir, se pueden decir muchas cosas; lo que es necesario es que haya autenticidad porque haya verdadera concordancia entre una cosa y otra. Por eso decimos sinceridad y rectitud; sinceridad en la vida para dejar trasparentar en lo que hace esa rectitud interior. Por eso decimos, es como un libro abierto, porque viéndola estamos viendo sus obras y su interior, la rectitud de su corazón.

Hoy le hemos escuchado decir a Jesús: ‘Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía’. Se había congregado mucha gente alrededor de Jesús. En esas expresiones hiperbólicas de los evangelistas con las que se quiere magnificar la admiración que Jesús suscita en sus oyentes, se nos habla de ‘miles y miles de personas que se agolpaban hasta pisarse unos a otros’. Es una forma de hablar. Y Jesús comienza haciendo esa recomendación que hemos escuchado a los discípulos.

Frente a la hipocresía de los fariseos, esa doblez de corazón, la sinceridad y la autenticidad. Y en esa sinceridad y autenticidad de nuestra vida seremos, tenemos que ser, como un libro abierto. Porque la verdad ha de conocerse; la verdad tiene que resplandecer; la verdad tiene que contagiar a todos para hacer un mundo nuevo, ese mundo nuevo que llamamos Reino de Dios. ‘Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse…’ Hagamos lo bueno, pensemos en lo bueno, tengamos lleno el corazón de bondad y con ellos contagiaremos de bondad y de amor a los demás. Que en ese libro abierto de nuestra vida todos sepan leer toda esa rectitud, todas esas cosas buenas de las que tenemos lleno el corazón.

Pero algo más quiere decirnos hoy el Señor. Nos habla de los miedos que pudiera haber en nuestra vida. Por muchos motivos hoy andamos muy temerosos y hasta desconfiados los unos de los otros. Un mundo de violencias y de maldad que nos rodea hace que nuestro corazón se llene de temores porque podemos sufrir las consecuencias de esa violencia o de esa maldad. Tememos el que podamos poner en peligro la vida, o las cosas que poseemos. Nos aferramos a la vida y nos aferramos a las cosas.

Pero Jesús nos habla no de esos miedos, sino de algo más profundo y qué tendríamos que temer. ‘No tengáis miedo a los que puedan matar el cuerpo, pero no pueden hacer nada más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar en el fuego’. ¿Qué nos quiere decir Jesús? No es matar el cuerpo, no se refiere simplemente a la vida material o corporal.

Hay quien puede influir en nosotros para apartarnos del camino del bien e inducirnos al mal. Hay quien puede influir en nosotros para que llenemos nuestra vida de falsedad y de muerte. Hay quien nos puede alejar de la virtud, poner en duda nuestros principios y nuestra fe. Hay quien nos puede hacer resbalar por un camino de frialdad, de indiferencia, de atonía espiritual. Y muchas cosas más. ¡Cuánto daño nos pueden hacer con estas cosas! Esto es lo que tenemos que temer. Quien puede meter el pecado en nuestra vida, quien nos puede apartar de los caminos de Dios. ¡Cuidado con quien nos pueda echar en el fuego de la maldad!, nos viene a decir Jesús.

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