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martes, 11 de octubre de 2011

Contagiemos a los que nos rodean de la alegría de la fe y del evangelio


Rom. 1, 16-25;

Sal. 18;

Lc. 11, 37-41

‘Yo no me avergüenzo del Evangelio: es fuerza der Dios para todo el que cree… porque en él se revela la justicia de Dios para los que creen en virtud de la fe…’ No me avergüenzo, todo lo contrario es mi orgullo y mi gloria. Si de algo podemos sentirnos en verdad orgullosos, llenos de gozo interior es de la justicia y salvación que Dios nos ofrece en su evangelio.

Creemos en Jesús y seguimos los caminos de su evangelio; creemos en Jesús y en su evangelio encontramos la verdadera luz de nuestro caminar; creemos en Jesús y viviendo el evangelio podemos conocer a Dios que se nos revela en plenitud; creemos en el evangelio y nos llenamos de Dios, nos llenamos de su salvación.

La fe que tenemos en Jesús y en su evangelio no puede ser algo vergonzoso y que ocultemos o disimulemos; todo lo contrario cuando hemos encontrado la perla preciosa de la fe y del evangelio nuestra vida tiene que volverse luminosa, resplandeciente y con alegría nos manifesstamos creyente delante de todo el mundo.

Son muchas las tentaciones en este sentido que sufrimos. El mundo que nos rodea no nos entiende y nos falta en muchas ocasiones valentía para manifestarnos como creyentes, aunque tengamos que ir a contracorriente del mundo. Algunas veces nos toca sufrir a causa de nuestra fe porque nos vamos a encontrar los intransigentes que proclaman su libertad, pero no nos dejan manifestar con toda nuestra libertad la fe que nosotros profesamos. Unas veces de forma abierta, otras de manera más sutil, pero tenemos que saber dar la cara por el evangelio, por nuestra fe aunque nos cueste.

Es triste, como nos señala de alguna manera el apóstol, que tantos teniendo ante sus ojos la claridad y el resplandor que nos puede llevar a descubrir a Dios, prefieren permanecer en la oscuridad del error, del sin sentido; tienen la evidencia de las obras de Dios que nos están manifestando en todo momento la gloria de Dios, pero se ciegan y confunden y se crean sus propios dioses o sus propias esclavitudes.

‘Realmente no tienen defensa, nos viene a decir el apóstol, porque conociendo a Dios no le han dado la gloria y las gracias que Dios se merecía… al contrario su mente insensata se sumergió en tinieblas… cambiando el Dios verdadero por uno falso, adorando y dando culto a la criatura en lugar de al Creador’.

Busquemos a Dios; reconozcamos las obras de Dios que nos hablan del Creador. Sigamos a Jesús, convirtamos el evangelio en la razón de ser de nuestra vida. Sintamos gozo profundo en el alma por la fe que tenemos y dejemonos iluminar por su luz. No nos acobardemos ni nos encerremos en nosotros mismos a causa de nuestros miedos y temores, sino que valientemente demos testimonio, proclamemos nuestra fe en Jesús, contagiemos a los que están a nuestro lado de la alegría de la fe.

Finalmente una palabra del evangelio hoy proclamado. El fariseo se extraña o escandaliza de que Jesús no se lavara las manos antes de sentarse a la mesa. Pero Jesús nos quiere hacer ver que lo que en verdad tiene que estar limpio es el corazón. ‘Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades’.

Que de la bondad de nuestro corazón seamos capaces de repartir siempre para ser generosos en todo momento con los demás. Cuando aprendamos a ser generosos y compartir lo que llevamos dentro iremos purificando nuestro corazón de toda maldad y de todo pecado. Un corazón generoso nunca permitirá que aniden en él los malos propósitos y malos deseos.

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