Sal. 26;
Lc. 11, 27-28
‘Tú permaneces como la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo en el desierto’. Con esta antífona inicia la liturgia la celebración de este día. Una clara referencia a aquella nube que como columna luminosa en la noche y resfrescante con su sombra en el día iba sobre el campamento del pueblo peregrino por el desierto y que era además la señal cuando se levantaba o se posaba sobre el campamento de su camino hacia la tierra prometida.
La liturgia en este día con ello nos señala a María que así nos acompaña en nuestro peregrinar de fe a lo largo de la vida como madre que nos guía y nos protege, pero clarísima referencia a lo que ha significa para el pueblo cristiano español la columna, el pilar de la Santísima Virgen María, anclado a las orillas del Ebro en Zaragoza.
Es María esa tienda de la Alianza plantada en medio del pueblo cristiano que siempre nos recordará a Jesús, nos llevará hasta Jesús para que sintamos su presencia y su gracia salvadora. La primera lectura nos ha hablado del traslado del Arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios siempre con su pueblo, que el Rey David traslada con todo honor y veneración hasta la Tienda que había preparado en medio de su pueblo.
Cuando el Verbo de Dios decide plantar su tienda en medio de nosotros, como nos dice el evangelio de Lucas, escogerá a María para en sus entrañas encarnarse y hacerse hombre, por eso podemos decir que María es esa Tienda de la Nueva Alianza porque con su Sí hizo posible la encarnación de Dios, la presencia del Emmanuel, Dios con nosotros, para ser nuestra vida y salvación.
Por eso siempre nosotros recordaremos a María, miraremos a María para aprender de ella a abrir nuestro corazón para que Dios se haga presente en nuestra vida, para decir Sí en todo momento a lo que es la voluntad de Dios, sintiéndonos como María humildes ante Dios para que su voluntad se realice en nosotros, para que su Palabra se plante en nuestra vida, y como María demos frutos de vida, de gracia, de salvación. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.
Dichosa María, todas las generaciones la felicitarán como ella misma proféticamente anunciara en el cántico del Magnificat – ‘desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí’ - y que veremos en el evangelio que será llamada dichosa por su fe por parte de su prima Isabel – ‘¡dichosa tú que has creido!’ -; dichosa por haber criado en su seno al Hijo de Dios, - ‘los pechos que te alimentaron y el vientre que te llevó’ - como la cantara la mujer anónima que escuchamos hoy en el evangelio; y dichosa porque escuchaba la Palabra de Dios y la plantaba en su vida, como diría también de ella el mismo Jesús. ‘¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!’
Nosotros queremos también cantar a María y no sólo la llamamos a ella dichosa porque grande era el amor que se derramaba en su corazón porque Dios así la había llenado de gracia, sino que con ella nos sentimos nosotros dichosos por tenerla como madre que así nos la regaló Jesús desde la cruz, por tenerla a nuestro lado como esa columna que nos guía y nos sostiene noche y día alcanzándonos la gracia del Señor, por tenerla en medio de nosotros como ese pilar en quien apoyarnos para sentirnos seguros, porque con María sabemos que no erraremos el camino que nos conduce hasta Jesús, que nos hace seguir a Jesús.
‘El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado’, hemos exclamado nosotros en alabanza a María con el responsorio del salmo. ¡Qué dicha haber tenido siempre en España esa especial presencia de María que nos ha ayudado en nuestro caminar, ha mantenido la fe de todas las generaciones, y nos ha impulsado a llevar esa misma fe por los caminos del mundo en tantos y tantos misioneros y misioneras que han surgido de nuestra tierra y que se han repartido por todas partes!
Por eso tenemos que pedirle a María, madre amorosa y buena, que siga intercediendo por nosotros, que nos sintamos cobijados bajo su manto protector, que nos alcance la gracia del Señor para mantenernos siempre firmes en nuestra fe frente a tantos embates que de una forma u otra quieren atentar contra la integridad de nuestra fe cristiana.
Necesitamos sentirnos fortalecidos frente al materialismo de la vida que nos invade, frente a la tibieza y a la frialdad qu nos llevan a una indiferencia religiosa muy preocupante en muchas generaciones hoy en día, frente a ese neopaganismo que muchas veces se nos quiere imponer cuando se nos quiere relegar al ámbito sólo de lo privado la vivencia y manifestación de nuestra fe y cuando se quieren desterrar de lo público y lo social todo lo que sea un signo religioso y cristiano.
Necesitamos ser valientes en la proclamación de nuestra fe y es gracia que le queremos pedir en este día a María, la Virgen, Madre de Dios y madre nuestra. Que nos mantengamos firmes en la fe y generosos en el amor, como pedimos en las oraciones litúrgicas porque ante tantas necesidades y problemas que se viven en nuestra sociedad y que sufren tantos hermanos nuestros como sabemos por la situación tan crítica que vivimos, nuestro amor, nuestra generosidad, nuestra solidaridad tienen que brillar de manera especial.
Fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor, son actitudes, son estilo de vivir y de manifestarnos que también pedimos en otra de las oraciones de la liturgia de esta fiesta. La columna o el pilar dan fortaleza a una edificación; que María, su presencia, su amor, la gracia que del Señor nos alcanza, nos ayude a tener y manifestar en todo momento esa fortaleza y esa vivencia comprometida de nuestro ser cristiano.
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