Ex. 14, 21-15, 1;
Sal.: Ex. 15, 8-17;
Mt. 12, 46-50
‘Israel vio la mano grande del Señor… y el pueblo temió al Señor y creyó en el Señor… entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron un cántico al Señor’. Es el mensaje final de este acontecimiento maravilloso del paso del Mar Rojo que tantas repercusiones puede tener para nuestra vida de fe y nuestra vida cristiana.
‘Israel vio la mano grande del Señor…’ El pueblo reticente a salir de Egipto a pesar de sus deseos de libertad; el pueblo que se había llenado de dudas y de temor al verse de nuevo acosado por los Egipcios y en la incertitumbre de cómo rebasar aquel mar que se les interponía en su camino de libertad, sabe descubrir la mano grande del Señor, sabe descubrir a Dios en aquellas cosas portentosas que se suceden. ‘Y creyó en el Señor…’
Se pueden dar mil explicaciones de este acontecimiento de abrirse el mar para el paso de Israel. Ya el autor sagrado al comenzarlo a narrar nos habla de hechos naturales como el viento fuerte del este que sopló durante la noche sobre el mar. Pero el creyente sabe descubrir detrás de todo lo que sucede la mano providente del Señor. Es lo que supo ver Israel en aquel acontecimiento y es lo que tenemos que aprender a descubrir nosotros también. Cosas que suceden y decimos el azar o el destino, pero pueden ser cosas donde veamos la mano amorosa de Dios que nos protege, nos cuida, se hace presente junto a nosotros. Y se pueden convertir en un milagro de Dios; y son un milagro del amor de Dios para nuestra vida.
‘Israel temió al Señor… e Israel creyó en el Señor’. Era verdad, Dios estaba con ellos. Dios estaba con ellos para conducirlos por un camino que los llevase a la libertad, los llevase a ser verdaderamente un pueblo que caminara unido. Dios se manifestaba grande y poderoso, pero al mismo tiempo un Dios que estaba al lado de su pueblo y con su pueblo iba a caminar ese lago camino hacia la tierra prometida. Aún le faltarían muchos pasos que dar y en momentos serían dolorosos o costosos; no faltarían dudas e incluso rebeliones, pero allí se estaba manifestando el amor de Dios por su pueblo, dispuesto siempre a perdonarlo y a hacerle recomenzar una y otra vez el camino de la fidelidad. Será el pueblo con el que hará una Alianza.
Reconozcamos nosotros también la grandeza y el poder del Señor, pero sintámoslo también a nuestro lado, caminando junto a nosotros, haciéndonos crecer en libertad y en amor porque así quiere hacernos grandes también a nosotros. Tememos al Señor porque reconocemos su grandeza, creemos en el Señor porque estamos viendo la mano del Señor junto a nosotros, amamos al Señor porque nos sentimos amados por El, y de qué manera.
Y el pueblo entero terminó cantando agradecido al Señor. ‘Cantemos al Señor, sublime es su victoria’. Será algo que no olvidarán nunca y este acontecimiento será un hito muy importante de su historia. Forma parte de todos aquellos acontecimientos de la Pascua, del Exodo, ahora del paso del Mar Rojo, y posteriormente de la Alianza que harán con el Señor en el Sinaí.
Ya hemos comentado que para nosotros los cristianos este paso del Mar Rojo es también un signo importante que nos anuncia y nos recuerda nuestra bautismo. Si aquel fue el paso de la esclavitud a la libertad el bautismo para nosotros es ese paso de la muerte a la vida, es más con Cristo somos sepultados en el bautismo para con Cristo en el Bautismo renacer a una nueva vida. Por eso, por ejemplo, en la bendición del agua bautismal se recuerda este paso del mar Rojo. ‘Hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán, para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los bautizados’. Así lo expresamos en la oración litúrgica.
Nos puede valer esta reflexión que nos hacemos a partir de este texto de la Palabra proclamada para que recordemos nuestro bautismo, nuestra condición de bautizados; para que sintamos en verdad que en Cristo hemos sido liberados de toda esclavitud y vivamos la libertad gloriosa de los hijos de Dios con todo lo que eso implica de vivir en santidad.
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