Ex. 16, 1-5.9-15;
Sal. 77;
Mt. 13, 1-9
La semilla de la Palabra de Dios cae una vez más sobre nosotros que queremos ser esa tierra buena que la acoja para hacerla fructificar en nuestra vida. Como hemos reflexionado en estos días con espíritu abierto a Dios, en actitud orante hemos de saber escucharla siempre, y la fuerza y la sabiduría del Espíritu hemos de saber pedir para que mejor llegue a nuestra vida. Una vez más hemos escuchado la parábola del sembrador, porque ahora nos coincide con la lectura continuada que vamos haciendo cada día. Pero siempre es Palabra que el Señor quiere decirnos, quiere plantar en nuestro corazón.
‘Es el pan que el Señor os da de comer’. Nos vale esta respuesta de Moisés ante la sorpresa del pueblo ante el maná caído del cielo para alimentar al pueblo que peregrino caminaba por el desierto hacia la tierra prometida. Podemos decirlo también nosotros de esa Palabra que del Señor recibimos cada día.
El camino de los hebreos por el desierto no era un camino fácil. Aunque continuamente estaban viendo las maravillas que el Señor obraba con ellos o en su favor, como había sucedido al paso del mar Rojo, se les hacía duro y difícil el camino sintiendo una y otra vez la tentación de la rebeldía o del deseo de la vuelta a Egipto. Protestan contra Moisés y contra todo porque el alimento que encontraban en aquellos parajes de desierto no era lo suficiente para dar de comer a toda aquella comuniddad que había salido de Egipto. ‘Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad’, protestan. Pero Dios les anuncia un alimento misterioso. Por eso lo llamarán Maná.
Cuando Aarón les está diciendo cómo el Señor ha escuchado sus murmuraciones y protestas, ‘ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que se les aparecía en una nube’. Dios le habla a Moisés. ‘Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan, para que sepáis que yo soy el Señor vuestro Dios… una bandada de codornices por la tarde cubrió todo el campamento; por la mañana había una capa de rocío alrededor de él’. Era el Maná prometido del Señor que les alimentaría hasta la entrada en la tierra prometida.
Este pan bajado del cielo que los alimentó en su peregrinar por el desierto es lo que los judíos de Cafarnaún recordarán cuando Jesús les habla del Pan bajado del cielo que daría vida al mundo. Pero Jesús ya no les daría un maná, un pan como el que comieron en el desierto y sin embargo murieron; Jesús promete un pan venido del cielo que el que lo coma vivirá para siempre. Jesús les dirá que El es ese Pan bajado del cielo, que habrá que comer su carne y beber su sangre, pero el que lo coma tendrá vida para siempre.
Recordamos las palabras de Jesús en la Sinagoga de Cafarnaún que tantas veces hemos meditado, y las reticencias de los judíos a aceptar esa palabra de Jesús. Será en la última cena cuando Jesús instituya el Sacramento de la Eucaristía cuando terminaremos de comprender cómo tenemos que comer a Cristo porque El así se hace nuestra vida y nuestro alimento.
Ahora nosotros podemos decir recordando las palabras de Moisés al pueblo en el desierto: ‘Es el pan que el Señor os da de comer’. Es Cristo mismo que se nos da en comida, y nos alimenta con su Palabra y nos alimenta con la Eucaristía, en que le comemos a El para tener vida y tener vida para siempre. Pedimos nosotros también al Señor que nos dé de ese pan porque queremos tener vida.
Cómo decíamos abrimos nuestro corazón a su Palabra, queremos alimentarnos de la Palabra del Señor que es Cristo mismo. Abrimos nuestra vida toda a Cristo porque queremos alimentarnos de El y queremos vivirle a El. Es su vida la que tiene que ser nuestra vida, la que lo tiene que ser todo para nosotros.
El camino de nuestra vida se nos hace duro y difícil en muchas ocasiones porque las tentaciones nos acechan, porque la debilidad y el sufrimiento aparecen en nuestra vida, porque los problemas quizá nos abruman, porque ese caminar se nos hace pesado en nuestro trabajo o en el desarrollo de nuestras responsabilidades. Pero Dios no quiere que muramos en este desierto de la vida. El está con nosotros. El quiere ser nuestro alimento. Cada día tenemos la oportunidad de alimentarnos de su Palabra y comer a Cristo en la Eucaristía. Recibamos ese alimento y esa gracia del Señor que tanta fortaleza nos da con corazón agradecido.
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