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lunes, 18 de julio de 2011

Estad firmes y veréis la victoria del Señor


Ex. 14, 5-18;

Sal. Ex. 15, 1-6;

Mt. 12, 38-42

La palabra del Señor que cada día vamos escuchando es esa buena semilla que se va sembrando en nuestro corazón y que tenemos que procurar que siempre de abundantes frutos de amor y de santidad. Es el alimento que cada día recibimos; es la luz que nos ilumina en nuestro caminar; es una gracia del Señor que enriquece nuestro corazón. Por eso con atención la escuchamos, queremos que nuestro corazón sea esa tierra buena, y evitamos que malas semillas o malas cizañas se metan en nuestra vida que nos lleven por caminos del mal.

Unas veces quizá nos entretenemos con más extensas reflexiones, y otras simplemente subrayamos aspectos que nos puedan resultar más interesantes o importantes para nuestra vida de fe.

En ese comienzo del peregrinar del pueblo de Israel tras su salida de Egipto rumbo a la tierra prometida de libertad nos encontramos ya con unas primeras dificultades. ‘El faraón y su corte cambiaron de parecer… y se empeñó en perseguir a los israelitas’, nos dice el texto. Cuando el pueblo se ve perseguido y acorralado, porque enfrente tiene un mar que atravesar se llena de temores y de dudas.

¡Cuántas dudas nos surgen a la primera dificultad cuando emprendemos una obra buena! ¿Habremos hecho bien en emprender esta tarea? ¿No hubiera sido preferible quedarnos como estábamos? Protestaban ahora contra Moisés porque casi preferían seguir como esclavos en Egipto a tener que enfrentarse ahora a estas dificultades.

Pero allí está Moisés el hombre que se fía plenamente del Señor. ‘No tengáis miedo; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder…’ Podrán atravesar el mar que tienen delante y saldrán victoriosos frente a los egipcios que sufrirán una dura derrota. Mañana veremos con todo detalle el paso del mar Rojo, que tan significativo fue en la historia del pueblo de israel y que es para nosotros un gran signo del Bautismo que nos hace renacer a una vida nueva. Ya lo comentaremos.

‘Cantemos al Señor, sublime es su victoria’, hemos repetido en el salmo. Un salmo que recitamos también en la noche del sábado santo después de haber hecho la lectura de estos mismos textos del paso del mar Rojo. Un canto que con gozo de pascua cantábamos en la Vigilia Pascual porque celebrábamos la victoria y el triunfo de Cristo resucitado de entre los muertos.

Con ese mismo sentido lo queremos recitar hoy, queremos seguir cantando al Señor porque en Cristo muerto y resucitado tenemos la victoria en tantas luchas, en tantas dificultades, en tantas tentaciones que cada día vamos soportando. Pero con el Señor tenemos asegurada la victoria. Como le decía Moisés al pueblo, nos dice también a nosotros: ‘No tengáis miedo; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder…’

Y aquí podemos subrayar algo de lo que nos decia el Evangelio. Los letrados y fariseos se acercan a Jesús pidiendo señales. ‘Maestro, queremos ver un milagro tuyo’. Ya hemos comentado este texto o sus paralelos y vemos la respuesta de Jesús. ‘No se les dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, pues tres días y tres noches estará el Hijo del Hombre en el seno de la tierra’. Una referencia a la muerte y a la resurrección del Señor, centro de nuestra fe.

La certeza de la resurrección del Señor anima nuestra vida. La fe que ponemos en Jesús y en su salvación nos hace sentirnos seguros frente a las dificultades. La gracia que mana de la resurreccion del Cristo nos da fuerza para vivir su salvación.

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