Dan. 3, 25.34-43;
Sal. 24;
Mt. 18, 21-35
‘Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde… que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados…’
Es la oración de Azarías, de Daniel, que hemos escuchado en la primera lectura. Se sienten un pueblo pecador – ‘hoy estamos humillados por tierra a causa de nuestros pecados’, dice – y abandonados y perseguidos por los hombres, ponen toda su confianza en el Señor – ‘por el honor de tu nombre no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu mirada’ -. No tienen ni donde poder ofrecer sacrificios que sean agradables al Señor y le ofrecen lo mejor que tienen, su corazón ‘un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias’.
Nos vale esta oración para acercarnos también con humildad al Señor sintiéndonos pecadores. Nosotros además con toda la confianza en la misericordia de Dios que nos garantiza Jesús en su muerte y resurrección. La ofrenda que tenemos que hacer al Señor es nuestro corazón que queremos que el Señor purifique, pero en el que sentimos el dolor de nuestro pecado.
Un corazón contrito y humilde que nos hará tener nuevas actitudes, nuevos sentimientos hacia los demás. Quien se siente amado y perdonado por el Señor no puede menos que amar de la misma manera y tener esa actitud del perdón para con los que nos hayan podido ofender. Quien ha experimentado en sí lo que es la misericordia del Señor de la misma manera ha de actuar con misericordia con los demás. De lo contrario sería raquítica esa experiecia. Recordemos que cuando rezamos el padrenuestro le pedimos al Señor que ‘perdone nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los demás’.
Una invocación y petición del padrenuestro que quizá muchas veces decimos demasiado deprisa; y digo demasiado deprisa porque quizá no pensamos bien lo que decimos. Le pedimos perdón al Señor, pero, ¿de la misma manera y con la misma generosidad del Señor para con nosotros somos capaces nosotros de perdonar a los demás? Reconozcamos que es algo que nos cuesta. Ahí está herida difícil de curar.
Es lo que se nos plantea en el evangelio. Es la pregunta de Pedro pero puede ser también nuestra pregunta que aunque seamos buenos algunas veces parece que nos cansamos de ser buenos y de perdonar una y otra vez. Pero ¿es que tengo que perdonarle otra vez? ¡Ya está bien!, decimos tantas veces si no con las palabras sí con las actitudes cuestionándonos lo de perdonar una vez más.
‘Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿hasta siete veces?’ Ya conocemos la respuesta de Jesús. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’. Y nos propone Jesús la parábola que hemos escuchado. No es necesario detenernos mucho a explicarla porque con toda claridad está expuesto el mensaje. No podemos actuar como aquel a quien su señor le había perdona diez mil talentos y luego no era capaz de perdonar a su compañero cien denarios.
Hay una diferencia muy notable entre el valor de los talentos y el de los denarios. Como grande es la diferencia que hay entre lo que es nuestra ofensa a Dios y la ofensa que podamos recibir del hermano. Y Dios siempre está dispuesto a perdonar cuando con humildad acudimos a El porque ‘el Señor es compasivo y misericordioso’. Cuántas veces le decimos como hemos repetido hoy en el salmo ‘Señor, recuerda tu misericordia’. Reconozcamos que nos falta esa misericordia, esa compasión en nosotros, en nuestras comunidades cristianas, en nuestra iglesia.
Pero nosotros seguimos con nuestros resentimientos hacia los demás, tan sensibles a lo que nos puedan hacer o decir los otros, teniendo en cuenta la más mínima palabra o gesto que puedan tener con nosotros y que siempre malinterpretamos, y nos hacemos rencorosos no olvidando nunca y no siendo capaces de perdonar con generosidad.
Cuánto tenemos que aprender del Señor. Qué corazón contrito y humillado hemos de saber poner delante del Señor; y un corazon contrito es un corazón que copiando el amor de Dios es capaz de llenarse de amor para saber ser humildes con Dios y con los demás. Que sea sacrificio agradable en la presencia del Señor ese corazón que somos capaces de llenar de generosidad, de amor y de capacidad de perdón.
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