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jueves, 31 de marzo de 2011

No endurezcáis el corazón


Jer. 7, 23-28;

Sal. 94;

Lc. 11, 14-23

‘Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón’. Así hemos rezado y repetido en el salmo. Una llamada del Señor y un deseo por nuestra parte. Queremos escuchar la voz del Señor, aunque algunas veces nos cuesta, nos distraemos con otras voces, o cerramos nuestros oídos.

El salmo nos recuerda aquellos momentos difíciles del pueblo peregrino por el desierto. Les costaba hacer el camino y se rebelaban contra el Señor. No tenían agua para calmar su sed, aunque el Señor por medio de Moisés haría saltar agua de la roca. Lo recordamos el pasado domingo. ‘No endurezcáis vuestro corazón como en Masá y Meribá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras…’

Ante nuestros ojos tenemos tantas obras maravillosas que hace el Señor; desde la propia naturaleza con todas sus bellezas que nos puede hablar de la belleza y del poder del Señor; o en tantas otras obras donde sentimos la presencia del Señor que nos guía, que está a nuestro lado, que nos cuida, nos previene de males o nos da fuerzas para el caminar de nuestra vida. Seguro que cada uno de nosotros tiene experiencias de este tipo en su vida. Pero muchas veces cerramos los ojos. No somos capaces o no queremos contemplar las maravillas del Señor cuando tendríamos que irlas contando continuamente a todos los que nos rodean.

En la lectura del profeta está la palabra dolorida del Señor. ‘Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien. Pero no escucharon ni prestaron oido, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado…’ Y les recuerda como les ha enviado profetas que no han escuchado, sino que más bien endurecieron su corazón.

En este mismo sentido es el rechazo de Jesús que vemos en el evangelio de tal manera que atribuyen el poder de Jesús a las obras del maligno. Veían las obras de Jesús, sus milagros, su vida, su palabra y no eran capaces de reconocer las obras de Dios. ‘Si yo echo los demonios con el Dedo (el poder) de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros’, les dice Jesús.

La palabra de Dios que vamos escuchando cada día es esa llamada que nos va haciendo el Señor una y otra vez. Una palabra que nos tiene que hacer mirar a nosotros mismos, mirar nuestro corazón, mirar la respuesta que le estamos dando al Señor. Muchas cosas tenemos que examinar, porque muchas veces se nos cierra el corazón, se nos endurece, o nos hacemos oídos sordos a la llamada del Señor.

Llamada del Señor que nos llega de muchas manera; nos llega en la voz de la Iglesia, en sus pastores y en la predicación que escuchamos; llamada del Señor que nos llega en este tiempo con la liturgia que nos ayuda con todas sus celebraciones a prepararnos para la pascua; llamada del Señor que nos llega también a través de muchas señales que podemos ver a nuestro alrededor en personas, en acontecimientos, en hechos quizá muchas veces sencillos pero que son una voz del Señor que quiere llegar a nuestro corazón.

También en ocasiones, como decíamos antes, hay tantas cosas que nos distraen con sus ruidos que nos impiden escuchar la voz y la llamada del Señor. O, como decía el profeta, preferimos caminar por nuestros caminos según nuestras ideas. Con sinceridad tenemos que acercarnos al Señor reconociendo nuestros caminos errados tantas veces, pero acogiéndonos una y otra vez a la misericordia del Señor.

Ojalá escuchemos la voz del Señor, no endurezcamos nuestro corazón, sino que abramos nuestra vida a la gracia.

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