Ecl. 3, 17-18.20.28-29;
Sal. 67;
Heb. 12, 18-19.22-24;
Lcv. 14, 1.7-14
Tengo que comenzar confesando que este evangelio me interpela mucho. Es una tarea pendiente porque no he logrado llevarlo a la práctica de mi vida en esa humildad y gratuidad que hoy nos enseña Jesús.
Cuántos codazos nos vamos dando esa loca carrera de la vida por primeros puestos, por honores y reconocimientos, por rodearnos de gente importante o que nosotros creemos importantes e influyentes, y cómo rehuimos, permítanme la expresión, a aquellos que nos huelen mal. Es que yo soy amigo de… decimos tantas veces; es que conozco a éste o aquel… hay que tener amigos hasta en… - no voy a emplear la expresión que solemos usar, pero me entendéis -.
Como hemos escuchado en el evangelio le da ocasión a Jesús para dejarnos el mensaje ‘cuando entró en casa de uno de los principales para comer, le estaban espiando, pero el notó que los convidados escogían los primeros puestos…’ Y nos enseña Jesús algo que es mucho más que unas normas de urbanidad. ‘Cuando te conviden no te sientes en el puesto principal… vete a sentarte en el último puesto…’
¡Qué hermoso lo que ya nos decía el sabio del Antiguo Testamento, el libro del Eclesiástico! ‘Hijo mío en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios… que revela sus secretos a los humildes’.
Lo aprendemos en Jesús, de humilde corazón y que siendo Dios se hizo hombre, tomando la condición de esclavo, siendo el último de todos. Y recordemos cómo Jesús da gracias al Padre del cielo porque revela los misterios de Dios a los humildes y sencillos y las oculta a los que se creen sabios y entendidos. Por otra parte, ¿de quienes estaba rodeado Jesús siempre? De la gente sencilla, de los pobres, de los enfermos y de los que sufrían. Para ellos es su bienaventuranza.
Nos dirá Jesús: ‘Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’. Es lo que nos va repitiendo continuamente en el evangelio. Nada de luchas por primeros puestos, lugares de honor o rodearme de gentes importantes e influyentes que es nuestra tentación fácil. Le sucedía entonces a los discípulos como nos sigue sucediendo a nosotros hoy. Desterremos de nosotros esos orgullos, porque el orgullo siempre humilla al hombre, humilla al que está a nuestro lado.
De ahí la conclusión que Jesús mismo saca hoy en el evangelio. ‘Cuando des una comida o una cena…’ ¿a quién invitamos? ¿a los que a su vez puedan invitarnos también a nosotros? ‘No invites a tus amigos, a tus hermanos… a los que corresponderán invitándote… invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos’.
Hay un valor o una virtud que a veces nos cuesta tener en cuenta o valorar, la gratuidad. ¿Qué voy a ganar yo con eso? ¿en qué me voy a beneficiar? Lo habremos escuchado muchas veces. Con qué facilidad actuamos por el interés. La vida esta rodeada o demasiado construida por gestos que manifiestan lo interesado que somos. Que me quieran, que me correspondan a lo que hago, que me tengan en cuenta, que valoren mis cosas… de alguna manera como un deseo siempre de sentirme pagado por lo que hago. No está reñida la autoestima con la humildad, pero autoestima no significa estar buscando recompensas siempre por lo que hago.
Nos falta gratuidad. En lo que damos y también en la actitud que tenemos ante lo que recibimos que tendría que llevarnos al fin a la gratitud. No estamos acostumbrados a lo gratuito, a que nos den también de una forma gratuita y algunas veces como que nos extraña y nos cuesta entenderlo. Recuerdo hace años de capellán en una clínica repartía unas tarjetas de felicitación a los enfermos felicitándoles la navidad, y alguien no me la quería aceptar porque no tenía dinero que darme; no comprendía que era una felicitación, y por tanto gratuita, lo que yo le estaba ofreciendo.
Andamos en la vida, por otra parte, demasiado a la competición en lo que hacemos y en consecuencia nos falta esa generosidad para hacer y hacer lo mejor no para recibir nada a cambio. Y cuando andamos con competiciones creamos rivalidades y enemistades, surgen rupturas y resentimientos, porque podemos sentirnos humillados y heridos. No vamos a hacer el bien para quedar mejor que los otros; vamos a ser generosos porque sí, porque queremos a la persona, la valoramos, la aceptamos, nos respetamos y queremos siempre lo bueno.
Gratuidad frente a la competitividad del que más puede, más sabe o quiere ser siempre el primero y principal; gratuidad frente a esas acciones interesadas donde siempre buscamos una ganancia ya sea en lo material o ya sea en otro tipo de satisfacciones o reconocimientos. Gratuidad porque queremos ser generosos porque amamos y aprendemos de la generosidad del Señor que nos ama siempre aunque no nosotros no le correspondamos.
Y gratuidad también en lo que le ofrecemos a Dios que algunas veces en nuestra relación con Dios andamos también medio interesados. Demasiados mercantilistas somos a veces con Dios, porque andamos con El como a la compra-venta con nuestras ofrendas, nuestras promesas y no sé cuantas cosas. Amemos a Dios es Amor y porque de Dios recibimos tanto amor que no nos cabe en ninguna medida humana. Lo de aquella oración ‘aunque no hubiera cielo yo te amara…’
Que así con ese corazón humilde y generoso aprendamos a ir por la vida en nuestro trato y relación con los demás y así nos presentemos también ante Dios.
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