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martes, 31 de agosto de 2010

Hemos recibido un Espíritu que viene de Dios

1Cor. 2, 10-16;
Sal. 144;
Lc. 4, 31-37

‘Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos…’
El Espíritu que viene de Dios. Como prometió Jesús ‘yo rogaré al Padre para que os envíe otro Defensor – el Paráclito, el Espíritu de la verdad -, para que esté siempre con vosotros’. Como nos sigue diciendo ‘el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo’.
Podríamos seguir recordando cosas que nos dijo Jesús cuando nos anuncia en la última cena el envío del Espíritu Santo. Es lo que nos viene a decir hoy san Pablo. ‘A nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu’.
Es el Espíritu Santo que despierta nuestra fe y nos fortalece para que nos mantengamos firmes en ella. Muchas veces nos encontramos a gentes que no entienden sobre cuestiones relacionadas con la fe, con la religión, con la Iglesia y a todo quieren hacer sus interpretaciones a su manera. Hablan de la religión, del cristianismo o de la Iglesia haciendo comparación o a imagen de las realidades humanas de nuestro mundo o de la sociedad. Si nos falta la fe, si nos falta esta asistencia del Espíritu es imposible que demos una buena interpretación a tantas cosas que suceden en este ámbito religioso o cristiano. Les puede parecer ‘una locura’, según frase del Apóstol. Como nos dice san Pablo hoy ‘sólo se pueden juzgar con el criterio del Espíritu’.
Aunque un peligro que podemos tener nosotros los creyentes es que olvidemos también ese criterio del Espíritu y veamos todo demasiado a lo humano o a imagen de las cosas de este mundo. No nos tendría que pasar. Por eso qué importante es que mantengamos con toda firmeza nuestra fe; que pidamos al Señor que nos regale ese don de la fe, haciéndonos sentir con fuerza en nuestra vida esa asistencia del Espíritu Santo.
Es más, creo que cuando nos acercamos al Evangelio, a la Biblia tendríamos que saber hacerlo desde ese Espíritu de fe, porque será el que nos haga comprender con mayor hondura el mensaje de Jesús, el mensaje del Evangelio. No podemos ir con criterios humanos a hacer una interpretación de la Palabra de Dios, sino que en verdad nos dejemos conducir por el Espíritu Santo; invoquemos con fe al Espíritu Santo cuando nos acercamos a la Palabra de Dios para que sea El quien nos ilumine, nos haga comprender todo ese misterio de Dios. Como decía san Pablo ‘lo íntimo de Dios, lo conoce sólo el Epíritu de Dios’. Que no nos falte esa luz, esa iluminación del Espíritu Santo.
Será así cómo podremos comprender mejor el mensaje de Jesús. Es que además sólo por la acción del Espíritu en nuestro corazón podremos llegar a exclamar con toda verdad y con todo sentido ‘Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre’. Ese Jesús, el Señor, que hoy contemplamos en el evangelio que hemos escuchado, como salvador desde lo más profundo del mal, arrancando de nosotros el mal, el peor mal que pueda haber en nosotros que es el pecado. Ese milagro de la expulsión de los espíritu inmundos eso viene a significar.
Que venga el Espíritu del Señor a nuestra vida y seamos capaces de reconocer cuantos dones de amor el Señor hace en nosotros.

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