1Cor. 3, 1-9;
Sal. 32;
Lc. 4, 38-44
‘Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros campo de Dios. Sois también edificio de Dios’. En esta frase final del texto de la carta a los Corintios que hoy se nos ha proclamado emplea el apóstol dos bellas imágenes para describirnos el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza. Campo de Dios, edificio de Dios.
Nuestro labrador, nuestro constructor o Arquitecto de ese edificio es Cristo. Somos ese campo o ese edificio. Edificio de Dios construido sobre el cimiento de los Apóstoles, como nos dice también el apóstol y ha hemos meditado muchas veces, sobre todo en la fiesta de los Apóstoles. No podemos pretender ser nosotros por nosotros mismos los constructores o labradores de ese campo. Sin embargo nos dice el Apóstol que somos colaboradores de Dios, porque ahí nos confía también un misión.
Al apóstol Pablo le da ocasión para dejarnos este mensaje ciertos problemas surgidos en la comunidad de Corinto, que podrían también iluminarnos a nosotros en muchas situaciones. El apóstol incluso se pone un poco serio y les dice que son como niños porque hay entre ellos envidias y contiendas, rivalidades y enfrentamientos a causa de cierta división surgida entre ellos por unos que son partidarios de Apolo, que también allí ha contribuido a la predicación del evangelio, y otros partidarios del mismo Pablo. Cosas que sucedieron entonces y siguen sucediendo muchas veces también en el seno de nuestras comunidades. Que si este cura o este obispo es mejor que el otro, que si el párroco que estaba antes, que si aquel sí que trabaja, que si éste es más cercano o más amigo de todos, y no se cuántas cosas más que vemos muchas veces. Esa no tiene que ser nuestra mirada ni nuestra actitud. Escuchemos lo que dice el Apóstol.
‘Cuando uno dice yo estoy por Pablo, y otro, yo por Apolo, ¿no sois como cualquiera? En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Agentes de Dios, que os llevaron a la fe, cada uno como le encargó el Señor. Yo planté, Apolo regó, fue Dios quien hizo crecer… el que cuenta es el que hace crecer, o sea Dios… nosotros somos colaboradores de Dios’.
Surgen entre nosotros muchas veces también divisiones y rencillas, y sucede también en el seno de la comunidad cristiana, de la Iglesia. Es bien iluminador este texto. Bien sabemos los pastores que nuestra misión es sembrar, anunciar el evangelio, hacer llegar la gracia de Dios a través de los sacramentos. Pero quien en verdad hace crecer la fe y la vida cristiana es Dios que llama al corazón, inspira con la fuerza del Espíritu, da la gracia. Y lo que importa es la vida divina sembrada en nuestro corazón, esa vida divina que nos hace hijos de Dios, nos llena de la santidad de Dios.
Contribuyamos con la santidad de nuestra vida a la fecundidad de ese campo de Dios que somos nosotros. Contribuyamos al crecimiento de ese edificio de Dios, a ese crecimiento de la vida de la Iglesia poniendo cada uno de nosotros los granitos de arena de su vida, de su santidad, de su bien hacer, de sus buenas obras, de esa semilla de la Palabra de Dios que con nuestra vida vamos sembrando cada día entre los que nos rodean. Eso es lo importante. Dios regará todo eso bueno que hagamos con su gracia y es el que por la fuerza del Espíritu hará crecer la santidad de su Iglesia a través de esa santidad que vivamos cada uno de nosotros.
Oremos al Señor para que en el seno de nuestras comunidades cristianas no surjan nunca esas rivalidades sino que siempre todos valoremos el trabajo de nuestros pastores cada uno en su función, en su propio ministerio, en el lugar al que el Señor le ha llamado a trabajar en ese campo de Dios. Pidámosle al Señor que nunca se rompa esa unidad de su Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario