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jueves, 2 de septiembre de 2010

Tenemos que liberarnos las redes que nos aprisionan

1Cor. 3, 18-23;
Sal. 23;
Lc. 5, 1-11

‘La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios…’ Allí estaban ansiosos de que Jesús les enseñara, aunque Pedro y sus compañeros pescadores andaban afanados en repasar y lavar las redes después de una noche de faena aunque fuera infructuosa.
Pero cuando hay ansias de Jesús y nos dejamos enseñar, conducir y guiar, Jesús realiza maravillas para manifestarnos la salvación que quiere ofrecernos y para ponernos en camino también de hacer cosas grandes. Es lo que contemplamos en este texto; Jesús enseña a las gentes aunque tenga que subirse a una barca que le sirva como de estrado para que todos puedan escucharle mejor; pero más cosas van a suceder a continuación para manifestar así la gloria del Señor.
La palabra de Jesús es una Palabra de salvación, una palabra que libera y da vida, una palabra que nos levanta y nos pone en camino también de cosas grandes. Tiene fuerza de liberación y salvación. Fijémonos como se realiza en Pedro. Lo va a liberar de sí mismo, de sus desconfianzas y de sus miedos pero también de todo aquello que pudiera atarle a las rutinas de cada día porque además Jesús para Pedro y para aquellos pescadores tiene reservada una especial misión.
Ya sabemos lo que sucedió a continuación porque lo hemos escuchado. Pedro tendrá que interrumpir su faena de limpiar redes porque Jesús le pedirá su barca y que la separe de la orilla para enseñar a la gente; pero Pedro tendrá que remar otra vez mar adentro en el lago porque así se lo pide Jesús aunque él sabe que no hay pesca, porque ‘hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada’. Se desprenderá Pedro de sus conocimientos de pescador para dejarse guiar por Jesús y por su palabra echar de nuevo las redes.
Comenzarán a manifestarse las maravillas del Señor, el asombro se apoderará de todos para reconocer las maravillas del Señor; aparecerá la solidaridad y el compañerismo de los otros pescadores que vendrán en su ayuda y al final Pedro, que tuvo que reconocer sus limitaciones e incapacidades, se reconocerá indigno de estar ante Jesús porque se siente hombre pecador. ‘Apártate de mí, Señor, que soy un pecador’.
Pero será el paso para sentirse liberado totalmente para seguir a Jesús. ‘No temas, desde ahora será pescador de hombres’. Se acabaron los miedos, ‘sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron’. Un nuevo camino, una nueva pesca, una nueva misión.
A la luz de este evangelio, mirémonos nosotros. También tenemos nuestros miedos e inseguridades, o el orgullo de lo que somos o sabemos, porque nos creemos quizá que sabemos muchas cosas, nos puede hacer engreídos, pero al final nos sentimos incapaces o el mal que hayamos dejado meter dentro de nosotros nos ha paralizado. Comencemos por reconocerlo como Pedro para poder sentirnos en verdad liberados por Jesús.
Cuánto nos cuesta reconocer esas negruras que pudiera haber en nuestra alma, en nuestro corazón. Es el paso que tenemos que dar y veremos la salvación de Dios en nuestras vidas y podremos ver también para qué nos quiere el Señor. Quizá no le hemos abierto la puerta de nuestro corazón lo suficiente. Es una liberación que tenemos que dejar que el Señor realice en nosotros. Tenemos que sacar las redes que aún pudieran estar aprisionándonos.
María se reconoció pequeña ante Dios, se sentía la humilde esclava del Señor, pero el Señor realizó en ella obras grandes. Y María lo reconoció.

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