1Cor. 4, 6-15;
sal. 144;
Lc. 6, 1-5
Qué bien nos vienen estas palabras de Pablo en su carta a los Corintios para cuando se nos meten los orgullos en nuestro corazón porque nos sintamos humillados o porque las apetencias de grandezas y reconocimientos no se ven realizadas. Cuánto daño nos hacen por dentro esos orgullos y que nos hacen reaccionar de mala manera ante las situaciones adversas por las que tengamos que atravesar en la vida.
Con una actitud humilde se presenta el apóstol sintiéndose el último de todos. Colocado el último como un condenado a muerte, débil y despreciado, insultado y perseguido, como la basura del mundo. Son algunas expresiones que emplea para describir la situación por la que pasa el apóstol en tantas incomprensiones y recelos por parte de muchos. Mucho tuvo que sufrir el apóstol en su tarea evangelizadora y no fue sólo de parte, podíamos decir, de los enemigos del evangelio de Jesús, sino en muchas ocasiones incluso en medio de aquellas comunidades donde evangelizaba por incomprensiones, envidias y muchas cosas. A cosas así está haciendo referencia en este texto que comentamos.
Creo que nos está ofreciendo una hermosa lección. Diríamos que todo eso lo transforma desde el amor y desde la fidelidad a la misión que ha recibido del Señor, de ser su apóstol. Y más que humillado él se siente humilde, porque la humillación que de una forma u otra pretendían inflingirle no permite que le dañe por dentro, no le sirve para mal, sino todo lo contrario, le hace ofrecer su vida con humildad como una ofrenda de amor por la misión que ha recibido.
Por ahí, creo, que puede ir la lección que nos ofrece el apóstol. En la vida muchas veces pasamos por situaciones difíciles en nuestro trato o en nuestra relación con los demás. Habrá quizá quien quiera humillarnos, desde las envidias que tantas veces corroen el corazón del hombre, también desde incomprensiones y desconfianzas o desde otras muchas cosas que nos hacen sufrir, pero no nos vamos a sentir humillados ni doloridos, sino que vamos a ser humildes y vamos a poner ese bálsamo hermoso del amor en nuestra vida y desde esa humildad con amor vamos a saber ofrecernos al Señor.
Será otra entonces nuestra actitud, la forma de actuar y reaccionar. No vamos a dejar que nuestro corazón se llene de dolor, resentimiento o maldad en esa situación por la que quieran hacernos pasar. A Cristo en su pasión y en su camino hacia la cruz pretendían humillarlo, pero en el amor supo ser humilde, supo poner mansedumbre en el corazón y así hizo su ofrenda redentora de amor por nosotros. ‘Venid a mi, nos dice Jesús, todos los que estáis afligidos y aprended de mi que soy manso y humilde de corazón’.
El camino de la humildad vivido desde el amor puede ser un hermoso camino para sentir más cerca a Dios en nuestra vida. No nos puede faltar la fe para ver la presencia amorosa, reconfortante del Señor a nuestro lado, que nunca nos deja solos. Pero ese camino de humildad vivido también en el amor y desde el amor puede ser un testimonio, una luz para que muchos a nuestro lado lleguen a vislumbrar ese amor de Dios y se acerquen a El. Dios se nos manifiesta en la humildad y desde nuestro corazón humilde podemos conocer mejor a Dios.
‘Cerca está el Señor de los que lo invocan’, pedíamos en el salmo, por eso ‘pronuncie mi boca en todo momento,- también en los momentos duros y difíciles - la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre’.
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