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jueves, 25 de marzo de 2010

Unos ojos que se abren para conocer a Cristo

Unos ojos que se abren para conocer a Cristo
El ciego de nacimiento imagen de nuestras cegueras y nuestro encuentro con la luz (Jn. 9, 1-41)


¿Qué es lo que he hecho para que Dios me trate así? Es una queja recientemente escuchada de un joven que se con muchos problemas en su vida: problemas de índole familiar, social, del propio desarrollo de sus estudios e, incluso, casi de subsistencia. En la negrura y casi desesperación con que ve su vida a causa de los problemas se interroga incluso sobre su fe, preguntándose por qué ese castigo de Dios, qué es lo que hecho para merecerlo.
Digo esta experiencia porque es algo que he escuchado recientemente en un desahogo de esa persona, pero son preguntas que mucha gente se hace, que muchas veces nos hacemos cuando nos vemos envueltos en problemas y sufrimientos, una enfermedad que aparece en nuestra vida, la muerte quizá de unos seres queridos o de personas inocentes, problemas que nos surgen y a los que nos parece encontrarle solución y nos preguntamos por el por qué de tanto sufrimiento o dónde está Dios que permite que nos sucedan esas cosas.
Bien sabemos que muchas personas ven la enfermedad y el sufrimiento como un castigo de Dios y es por eso por lo que se preguntan qué es lo que han hecho para merecer tanto sufrimiento o tanto castigo. Claro que planteado desde una auténtica fe no podemos verlo de esa manera.
‘Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Fue por un pecado suyo o de sus padres?’ Es el planteamiento que le hacen también los discípulos a Jesús. caminaban por las calles de Jerusalén y allí estaba aquel hombre ciego de nacimiento pidiendo limosna a todo el que pasaba. Eran frecuentes esas situaciones en Palestina. Ya el evangelio nos habla de muchos ciegos que acuden a Jesús en búsqueda de luz para sus ojos.
La respuesta de Jesús es tajante y rápida por así decirlo. ‘La causa de su ceguera no ha sido ni un pecado suyo ni de sus padres. Nació así para que el poder de Dios pueda manifestarse…’ Y se va a manifestar la gloria de Dios. Jesús se acercó al ciego y dice el evangelista con todo detalle ‘escupió en el suelo, hizo un poco de lodo con la saliva y lo extendió sobre los ojos de aquel hombre. Luego le dijo: Ahora ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa enviado) El ciego fue, se lavó y, cuando regresó, ya había recobrado la vista’.
Muchas consideraciones nos podemos hacer y es bien hermoso el mensaje. Comencemos apuntando cómo el ciego se dejó hacer. No sabía bien qué es lo que pasaba, por qué le hacían aquello ni tampoco tenía muy claro quien se lo había hecho, sin embargo se dejó hacer. Admirable esa actitud del ciego. Quizá era su confianza, su esperanza y su deseo de recobrar la vista. Pero no siempre nos dejamos hacer así. ¿Para qué me sirve eso? Siempre buscando un utilitarismo en todo lo que hacemos o nos piden hacer. ¿Qué me va a añadir a mi vida? Desconfiamos si aquello me va a servir para algo o va a mejorar mi situación de algunas manera. ¿Qué gano yo con esto? Siempre andamos interesados buscando ganancias o beneficios. ¿No tendríamos que cambiar en esas actitudes de prejuicio con que andamos?
El camino del ciego una vez recuperada la vista no fue tan fácil. Había comenzado a ver la luz y aún no sabía bien de donde venía. Cuando le preguntan quien se lo ha hecho, en principio él no sabe dar razón de quien ha sido. Comenzarán para él muchas pruebas y dificultades, que podríamos decir le van purificando por dentro. Poco a poco sus ojos se irán abriendo a la luz verdadera. Y si en principio no sabía quien había sido, pronto dirá que no puede ser un pecador quien le haya hecho eso porque tiene que ser un hombre de Dios, o tendrá que ser un profeta.
Un camino largo hemos de recorrer también nosotros porque habrá que ir cambiando muchas cosas dentro de nosotros, desmontando muchas ideas como aquello que decíamos antes del castigo de Dios por los sufrimientos o problemas que nos puedan surgir, hasta que lleguemos a conocer a Jesús de verdad y el sentido que en El vamos a encontrar para nuestra vida. Al final de todo el proceso el ciego que ha sido curado llegará a conocer a Jesús de verdad, aunque antes tenga que pasar por muchas pruebas. ‘¿Crees en el Hijo del Hombre?... y ¿quién es para que pueda creer en El?... ya lo has visto, es el que te está hablando…’
Pero la gente que está a su alrededor no le ayudaba porque lo que hacían era presentar oposición, porque no quieren aceptar el milagro, ni tampoco quien aceptar a aquel a través del cual se ha manifestado la gloria de Dios. Incluso sus propios padres, temiendo comprometerse, lo dejarán solo. Al final se verá también excluido de la sinagoga porque tal es la oposición a quien pueda aparecer con fe en Jesús.
¿Se parecerá todo esto a situaciones por las que nosotros pasamos o actitudes que de una forma o de otra podemos tener dentro de nosotros? Cuando se nos manifiestan las maravillas de Dios pueden surgir dudas dentro de nosotros, o también habrá quienes quieran hacernos poner en duda todo eso que nos ha sucedido; se tratará de darnos explicaciones de orden natural o de la razón con tal de que no seamos capaces de ver la acción sobrenatural del Señor que actúa en nosotros manifestándose así la gloria del Señor.
Pero Dios sigue saliéndonos al encuentro. Podrá realizar maravillas con cosas asombrosas, no podemos negar el poder infinito de Dios, pero también se nos manifestará a través de signos sencillos pero que producirán en nosotros frutos maravillosos de gracia. Son los sacramentos.
Los sacramentos, tenemos que decir, signos sencillos pero maravillosos. Sencillos como el agua, el aceite, el pan y el vino, una imposición de manos, una expresión de entrega y de amor… pero a través de esos signos Cristo se nos va a hacer presente en nuestra vida y nos llenará de su gracia, Cristo viene a nuestro encuentro con la fuerza de su Espíritu; Cristo se nos da para hacernos partícipes de su vida llenándonos de la vida de Dios; Cristo nos perdona o nos alimenta, nos fortalece en la debilidad de nuestro cuerpo enfermo o se hace compañero de nuestra vida y nos dará la fuerza más grande y sobrenatural a nuestro amor.
Unos signos sencillos, como decíamos, pero que por la acción del Espíritu Santo son para nosotros sacramento de Dios, signo y señal clara y certera de que Dios está con nosotros, seguridad absoluta de la gracia y de la fuerza del Señor que no nos faltará en nuestra vida. Recordemos lo que decía a Nicodemo, nacer de nuevo, nacer por el agua y el Espíritu y nos está señalando los signos del Bautismo.
Recordáis lo que comentábamos al principio del lodo que Jesús hizo para poner en los ojos del ciego, que algunos se preguntaban y para qué sirve, o qué voy a ganar, qué me va a añadir a mi vida y cosas así. También muchos se lo preguntan acerca de los sacramentos, qué me añade a mi matrimonio si yo ya amo a mi pareja el que me case o no por la iglesia, como dicen algunos. Y así tantas objeciones que nos ponen muchos.
Claro que todo esto solo por la fe lo podemos entender y llegar a vivir. No es simplemente el agua, el aceite o el pan, por decir sólo algunos elementos, sino que es la acción del Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, como ya mencionamos recordando las palabras de Jesús a Nicodemo en relación al Bautismo, lo que hace que para mí sea Sacramento y signifique esa presencia de Dios, de Cristo, de su gracia en mi vida.
Por la fuerza del Espíritu será ese nuevo nacimiento, se hará Cristo alimento y presencia en el pan y vino de la Eucaristía, nos da esa gracia y esa fuerza del Señor en cada uno de los sacramentos por ejemplo en la unción, se hace presente todo el don del Espíritu en nosotros para hacer verdaderos testigos y apóstoles, alcanzaremos el perdón de los pecados por el ministerio de la Iglesia, o nuestro amor matrimonial se hará verdadero signo del amor de Cristo por su Iglesia y será fortalecido con la gracia del Señor. Es la fe la que nos hará descubrir, sentir y vivir esa gracia de Dios en nuestra vida, esa presencia de Cristo que viene a nosotros con su salvación. Cada vez que estemos celebrando un sacramento estaremos haciendo presente esa pascua salvadora de Cristo en su muerte y resurrección.
Por eso ahora cuando vamos a vivir estos días de la Semana Santa tenemos que llegar a ese encuentro vivo y profundo con Cristo que me salva y viene a mí en la gracia sacramental. Repito, encuentro vivo y profundo con Cristo. Un encuentro personal con el Señor que viene a nosotros, que viene a mi. Un encuentro que viviremos y celebraremos, por supuesto, con los demás, en comunidad, en sentido verdadero de Iglesia que se siente amada y salvada por el Señor.
Algunos se quedan en asistir, un poco como espectadores, contemplar unas imágenes o ir a unas procesiones. Parece eso un tanto pasivo, como espectador, con falta de hondura y profundidad. No nos podemos quedar en lo externo. No terminamos de llegar a ese encuentro vivo con el Señor. Es en lo que tenemos que estar muy vigilantes.
Esos actos religiosos a los que asistimos, esas imágenes sagradas que contemplamos y que son algo más que unos objetos de arte, esas procesiones en las que vamos contemplamos los distintos momentos del misterio de nuestra redención como fue la pasión y la muerte de Jesús, tienen que ser medios que nos lleven a Cristo, a dejarnos encontrar por El, y a vivirle con toda profundidad llenándonos de su gracia; tienen que llevarnos a la vivencia sacramental de la presencia del Señor que es verdadera presencia en nuestra vida; tienen que llevarnos a vernos inundados por la gracia salvadora del Señor que nos perdona y que nos da vida, que nos salva y que nos pondrá en camino de una más exigente santidad.
Todo ello nos llevará a una transformación de nosotros mismos. Porque Cristo viene a nosotros para que tengamos vida, para arrancarnos de la muerte, para quitar esas cegueras de nuestra vida, como abrió los ojos del ciego de nacimiento como hemos venido reflexionando.
‘¿Acaso nosotros también estamos ciegos?’, se preguntaban los fariseos cuando escucharon a Jesús. No temamos hacernos esa pregunta, porque será la manera de que comencemos a dar pasos hacia la luz, hacia Cristo que nos abrirá los ojos del corazón llenándonos de su luz y de su gracia salvadora. Que como se manifestó la gloria del Señor en la curación del ciego de nacimiento así también se manifieste la gloria de Dios en la transformación de nuestra vida y cuando Cristo se hace presente en mí en la celebración de los Sacramentos.

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