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sábado, 27 de marzo de 2010

Subamos con Jesús a la Pascua

Ez. 37, 21-28
Sal. Jer. 31
Jn. 45-56

‘Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera’. Por supuesto entendemos el sentido de las palabras de Caifás según sus propios supuestos.
La gente se estaba yendo con Jesús y para ellos era un fracaso. Tras la resurrección de Lázaro muchos judíos habían comenzado a creer en Jesús. Así nos lo ha ido explicando el evangelista en distintas situaciones. Según las suposiciones de los sumos sacerdotes, de los fariseos y del Sanedrín aquella podría acabar en división y en una posible revuelta y los romas actuarían y podría haber grandes matanzas. Mejor que muera uno, no muchos o todo un pueblo que podría verse aplastado.
Pero aunque esta era la buena posición en su lógica política, los creyentes en Jesús desde un principio entendieron estas palabras de Caifás como una profecía y así nos lo recoge el evangelista. ‘Esto no lo dijo por propio impulso sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos'.
La muerte de Jesús no fue sólo una trama humana de quienes no quisieran aceptar a Jesús como Mesías o como Hijo de Dios. Con ojos de fe detrás de todo eso estamos viendo el designio de Dios. Un designio amoroso en el que quiere darnos la paz y la salvación. Un designio divino ya anunciado en el paraíso terrenal cuando anuncia la derrota de la serpiente. Pero un designio divino mantenido en la fe y la esperanza del pueblo creyente por los profetas en la espera de un Mesías Salvador. Es cierto que habían confundido muchas veces el sentido de ese Mesías Salvador, pero así estaba anunciado como aquel que iba a restablecer de una vez para siempre la Alianza de Dios con su pueblo, con toda la humanidad, como hoy mismo lo hemos escuchado en el profeta Ezequiel como muchas veces en otros profetas. ‘Haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos… con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo…’
Por eso nos hablará Jesús de su voluntad decidida de subir a Jerusalén cuando llegaba el tiempo y la hora. Se mantiene lejos de Jerusalén mientras no ha llegado esa hora, como le vemos en estos momentos que se va más allá del Jordán. Nos hablará de que nadie tiene poder para quitarle su vida, sino que El la entrega libremente.
Cuando llegue la hora de pasar de este mundo al Padre El iniciará todos los preparativos y dará los pasos. Lo veremos prontamente cuando se disponga a celebrar la Cena del Cordero Pascual, el cordero de la Antigua Alianza. El será el Cordero de la Nueva Alianza que se entregará y se inmolará, que nos dará la más suprema prueba de amor. Que derramará su Sangre para sellar la Alianza nueva y eterna. Es verdad, el va a morir por nosotros y por todos los hombres. Se entrega El para que nosotros no muramos sino que tengamos vida. A precio de su sangre hemos sido rescatados. Su muerte por nosotros en la Cruz es el inicio de una vida nueva porque podremos comenzar a llamarnos y ser hijos.
Es lo que nos disponemos a celebrar y a vivir. Hemos de disponer de verdad nuestro espíritu, abrir nuestro corazón a la gracia divina, celebrar y vivir con toda intensidad esta fiesta pascual a la que vamos a subir con Jesús.

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