Is. 7, 10-14; 8, 10:
Sal. 39;
Heb. 10, 4-10;
Lc. 1, 26-38
‘La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros…’Es el misterio de Dios que hoy estamos celebrando. Dios que en su infinito amor por nosotros se hace hombre, toma nuestra carne humana para ser Dios con nosotros al mismo tiempo que se hace hombre. El amor de Dios hacia el hombre que ha creado le lleva no sólo a manifestarse, a dársenos a conocer, decirnos su Palabra, trazarnos un camino, sino que en todo ha querido parecerse a nosotros, ha querido hacerse hombre, tomando nuestra naturaleza humana. Maravilloso misterio de la unión de la naturaleza divina y humana en la persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
Cuando contemplamos a Jesús estamos contemplando verdaderamente a Dios y estamos contemplando a Jesús verdadero hombre, verdadero hombre y verdadero Dios. ¿Cómo se realiza este misterio? Los Teólogos nos hablarán de la unión hipostática en la persona divina de Jesús. Pero nosotros vamos a contentarnos con contemplar el relato del Evangelio donde el ángel le anuncia a María el nacimiento de un hijo suyo verdadero hombre pero que será verdadero Dios. Dios quiere contar con María para en su carne y en sus entrañas hacerse hombre verdadero sin dejar de ser Dios.
‘Has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo…’ Es el Hijo de Dios. Todo será por la fuerza del Espíritu divino. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará el Hijo de Dios’.
Hoy es un día para la adoración porque es Dios mismo el que llega a nosotros al hacerse hombre; para el reconocimiento de este misterio admirable que no terminamos de admirar y alabar lo suficiente; para dar gracias por cuánto es el amor que Dios nos tiene que se ha hecho hombre para salvarnos.
Es el Emmanuel, el Dios con nosotros, como había anunciado el profeta. ‘La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le podrá por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’.
Pero esa cercanía de Dios, Emmanuel, no nos puede hacer olvidar la inmensidad y la grandeza de Dios. Jesús se acerca a nosotros, como lo vemos en el evangelio, y esa cercanía de Dios nos manifiesta lo que es ese amor infinito de Dios que es Padre y que nos entrega a su Hijo. Pero es el Dios que hemos de adorar en espíritu y verdad, o sea, con toda nuestra vida, desde lo más hondo de nuestro ser, haciendo que sea en verdad el único Dios y Señor de nuestra vida, a quien en todo momentos hemos de tributar honor, gloria y alabanza. ‘Te damos gracias, te alabamos, te adoramos, te bendecimos' como expresamos en el cántico del gloria en la Misa. Para Dios siempre toda bendición y toda alabanza.
La Palabra de Dios que hoy hemos escuchado nos invita a muchas cosas. De María, con quien Dios quiso contar para encarnarse y hacerse hombre, hemos de aprender a decir Sí, con generosidad y disponibilidad total como lo hizo María. ‘He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra’, que fue la respuesta de María. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, como repetimos una y otra vez en el salmo tomándolo también de la carta a los Hebreos.
Según tu palabra, tu voluntad, generosidad, disponibilidad, amor. Eso cada día y en cada situación. Nada es ajeno a lo que es la voluntad de Dios. No lo podemos separar.
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