Dan. 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62;
Sal. 22;
Jn. 12-8-20
‘Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’. La imagen de la luz es una constante en el evangelio. Una hermosa imagen para hablarnos de Jesús, de nuestra fe en El, de cómo hemos de seguirle y dejarnos iluminar por El, cómo en El encontramos el sentido más profundo de la vida y del hombre.
La luz es para iluminar, para que veamos el camino, sepamos el rumbo que le damos o tomamos en la vida, y para señalarnos el norte hacia el cual hemos de caminar. En una noche oscura necesitamos de la luz que nos ilumine los senderos por donde hemos de ir. La luz nos hará ver con claridad las cosas y las personas, podremos conocer y podremos decidir. La luz del sol nos ilumina durante el día, pero podemos decir también que es como fuente de vida.
Sin luz no podríamos vivir. Cuántas cosas podemos decir de la luz, de lo que la necesitamos y de su utilidad y también su necesidad para la vida.
Y Jesús nos dice: ‘Yo soy la luz del mundo’. Cristo nuestra luz. Imagen que nos aparece repetidas veces en el evangelio. Jesús nos dice que El es luz, pero también nos enseña cómo nosotros tenemos que ser luz. ‘Vosotros sois la luz del mundo’, una luz que tiene que iluminar, que colocarse bien alto, que ha de brillar a través de nuestras obras. ‘Así ha de ser vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo’.
Hoy nos dice Jesús que sin esa luz estaremos en tinieblas, o más bien nos dice que siguiéndole a El no estaremos en tinieblas sino todo lo contrario en la región de la luz y de la vida verdadera. ‘El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’. Seguir a Jesús, creer en Jesús, aceptar a Jesús como única y verdadera luz de nuestra vida.
No siempre es fácil porque pareciera que muchas veces preferimos las tinieblas a la luz. No queremos la luz porque quizá con ella se vería la verdad de nuestra vida, de nuestras obrar y muchas veces nuestras obras no son de luz, sino de muerte. Quien está manchado o desfigurado en la vida no querrá acercarse a la luz, para que no se vean sus manchas o su mala vida. Las tinieblas quieren cautivarnos, encerrarnos en su círculo de no-luz.
Ya lo anunciaba el mismo evangelista Juan en el principio de su evangelio. ‘La vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron’. Es dramático el que prefiramos las tinieblas a la luz. Pero esa es nuestra condición pecadora. Y Dios sigue ofreciéndonos su luz, queriendo iluminar nuestras tinieblas.
Pidamos a Dios que podamos tener esa luz de la vida, que nos dejemos iluminar por su luz, que no nos dejemos engañar por las obras de la muerte que quieran presentársenos como si fueran obras de la luz y de la vida. Muchas veces nos cegamos, pero no con las obras de la luz, sino son las obras del mal y de las tinieblas. Nunca la luz de Jesús nos cegará, sino todo lo contrario. En El vamos a encontrar la total plenitud.
Vayamos hasta Jesús. Queramos ponernos en camino para seguirle. Busquémosle con toda sinceridad. Sepamos oír su voz para seguirle.
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