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sábado, 21 de marzo de 2009

Misericordia, conocimiento de Dios frente a los holocaustos y sacrificios

Oseas, 6, 1-6
Sal. 50
Lc. 18, 9-14

`Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos’. Así nos dice el profeta Oseas. No son la ofrendas de cosas las que agradan a Dios. La búsqueda sincera de Dios. La escucha de Dios con sinceridad en nuestro corazón para conocerlo más y más. La misericordia que inunda nuestro corazón.
Este mensaje tan hermoso y consolador se expresa también admirablemente en la parábola del evangelio. Ya le hemos escuchado no hace mucho a Jesús que nos enseñaba que el amor al prójimo vale más que todos los sacrificios y holocaustos.
Nos lo expresa Jesús hoy con la parábola de dos hombres que suben al templo a orar. Buenas personas, tenemos que decir. El fariseo era hombre religioso y cumplidor. No faltaban sus oraciones y ayunos. No faltaban incluso sus limosnas y la entrega meticulosa de los diezmos al templo. Hacían gala de ello. No se presentaba con grandes pecados, porque no era ladrón, ni injusto, ni adúltero.
Pero, ¿era suficiente? ¿era eso lo que en verdad agradaba a Dios? ¿Bastaba con no tener unos grandes pecados para poder justificarse delante de Dios? Ya Jesús al proponernos en la parábola la figura del fariseo orante nos lo presenta de una manera especial. ‘Erguido, oraba así en su interior’. Esa postura, erguido, está definiendo una actitud. La contrapone Jesús con la del ‘pulicano, que se quedó atrás y no se atrevió a levantar la cabeza’. Podía ser un pecador. Así los llamaban, publicanos, pecadores. Pero se reconocía pecador.
Quien está lleno de sí mismo nunca podrá llenarse de Dios. Su ‘ego’ ocupa el lugar de Dios. Quien se compara y desprecia, se considera mejor o se pone erguido en un pedestal no entenderá nunca de misericordia, y no entenderá lo que es más preciado del corazón de Dios. Quien tiene esta manera de actuar ni conoce de verdad a Dios ni será capaz nunca de poner misericordia en el corazón. Pero esa dureza de espíritu quizá quiera compensarla con actos formales que parecen cumplidores, pero que en lo más hondo de sí mismos están vacíos de contenido y de sentido.
El que es humilde y sabe reconocer su pecado, la miseria de su corazón podrá sintonizar mejor con lo que es el amor y la misericordia de Dios. Experimentará en sí mismo lo que es el amor y misericordia de Dios, lo que le llevará a un conocimiento más vital y más experiencial de Dios. Va por el camino de lo que decía el profeta. La misericordia, el conocimiento de Dios, la búsqueda sincera de lo que es el corazón de Dios para por una parte refumigarnos y sentirnos acogidos en él y por otra aprender de El para tener esa misericordia para con los demás. ¡Cómo no vamos a amar, a tener misericordia con el otro si yo eso mismo he experimentado de parte de Dios!
Ya nos dice el evangelista antes de proponernos la parábola de Jesús que fue dicha ‘por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás’. Por eso concluirá Jesús la parábola diciéndonos que aquel que se vació de sí mismo para sólo llenarse de la misericordia, del amor, de la gracia de Dios será el que en verdad se podrá sentir justificado por Dios. Pero el otro, el que se enaltece, el que se endiosa, va sentirse realmente humillado cuando sea Dios el que no lo escuche. 'Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido'.
`Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos’. Que sea eso de lo que de verdad llenemos nuestro corazón.

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