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miércoles, 18 de marzo de 2009

Son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia

Deut. 4, 1.5-9
Sal. 147
Mt. 5, 17-19


‘Ahora. Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño a cumplir, así viviréis… guardadlos y cumplidlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia, ante todos los pueblos…’
No todos quizá lo entienden de la misma manera. Algunas veces parecemos adolescentes rebeldes que siempre estaremos en oposición a todo lo que se nos diga y enseñe. Nos cuesta aceptar el consejo de alguien y muchos menos un mandato que se nos imponga. Nos creemos autosuficientes y pensamos que todo nos lo sabemos por nosotros mismos.
Sin embargo Moisés le dice al pueblo que guardar y cumplir los mandamientos que el Señor les da es ‘vuestra sabiduría y vuestra inteligencia…’ de manera que hasta los pueblos vecinos se admirarán por la sabiduría de los mandamientos que el Señor da a su pueblo.
Si entráramos un poco en razonamiento nos daríamos cuenta que el camino que Dios nos traza nunca irá contra el hombre, sino todo lo contrario. Es el camino que nos lleva a la mayor dignidad, al respeto de la persona, de toda persona, y si fuéramos capaces de dejarnos conducir por los mandamientos del Señor seríamos el pueblo más feliz del mundo. Sí, digo, el pueblo más feliz, porque nadie haría daño a nadie, nadie tendría que temer a nadie, y siempre estaríamos buscando lo más noble y lo más bello, lo que nos haría inmensamente felices. Cumplir los mandamientos del Señor nos lo facilitaría.
No pensemos que los mandamientos de Dios lo que pretendan es coartar nuestra libertad o imponernos cargas pesadas. Los mandamientos de Dios son el cauce, el camino que nos ha trazado el Señor para que, como decíamos antes, vivamos en el respeto a la mayor dignidad de toda persona. Por eso nos dice, ‘guardadlos y viviréis…’ Es camino que nos lleva a la vida y que nos conducirá a la vida más plena que podamos vivir cuando un día lleguemos a estar junto a Dios en el cielo.
Y como hemos escuchado a Jesús en el Evangelio en unos párrafos entresacados del Sermón del Monte Cristo viene a dar plenitud a ese mandamiento del Señor cuando todo nos lo resume y concentra en el mandamiento del amor. ‘No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas, no he venido a abolir sino a dar plenitud’.
Esa reacción negativa o adversa a todo lo signifique mandamiento de Dios o señalarnos o trazarnos un camino, sigue estando presente en el hombre de hoy. Sigue sucediendo que cuando la Iglesia proclama la verdad de la doctrina evangélica o cuando nos recuerda los principios inmutables de la moralidad humana y todo lo que defienda lo sacrosanto de la vida, siempre será rechazada, criticada, o incluso se le trata de desprestigiar. Cualquiera puede expresar su opinión o el sentido que tiene para él su vida, pero a la Iglesia no puede hablar, se le quiere quitar el derecho de hablar y presentar su doctrina y se le pretende hacer acallar.
Con la campaña que la Iglesia ha emprendido como defensa de la vida, precisamente en estos últimos días, parece como si todos pudieran hablar del aborto y expresar sus opiniones, pero la Iglesia no tiene derecho a presentar su doctrina y a defenderla ante la opinión pública. ‘Todos pueden decir lo que quieran, pero parece que la Iglesia no puede hablar’, me decía anoche mismo un joven comentando la campaña en contra de la Iglesia que se está orquestando desde diversos medios. Y ¿qué es lo que hace la Iglesia? Simplemente defender la vida, toda vida desde el primer momento de su concepción hasta la muerte natural. Y porque la vida es sagrada no se puede realizar la manipulación genética que se pretende hacer desechando y destruyendo esos embriones humanos que ya son vida humana.
Amemos los mandamientos del Señor. Tratemos de empaparnos profundamente de la ley del Señor para que sea la única norma de nuestra vida que nos llevará siempre a la mayor plenitud y felicidad. Que en esta Cuaresma, este camino cuaresmal que estamos haciendo, sintamos la fortaleza del Señor y la fuerza de su Espíritu para que en verdad en todo momento seamos fieles al mandamiento del Señor.

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