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sábado, 23 de agosto de 2008

Despojémonos para hacernos los últimos

Ez. 43, 1-7
Sal.84
Mt. 23, 1-12

La contemplación de las actitudes y la manera de actuar de los doctores de la ley y de los fariseos le lleva a Jesús a decirnos cuál es el estilo que tiene que imperar en la comunidad de los que le seguimos, en los que creemos en El. Una actitud de sencillez y humildad, una actitud de servicio y de amor. Pidamos al Señor que sea eso lo que resplandezca en su Iglesia.
Nos viene a decir Jesús que hagamos lo que nos dicen, porque siempre nos dirán cosas buenas, pero que no hagamos como ellos. ‘Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar’. Muchas normas y preceptos descritos minuciosamente, pero lejos de lo que realmente es la voluntad de Dios y ellos no están dispuestos a cumplirlos.
Un camino de sencillez y de humildad frente a la apariencia y la vanidad que les guía. Vanidad incluso en sus vestiduras que llenan de flecos y franjas, filacterias y anchas franjas en sus mantos, para decir que son cumplidores de la ley. Búsqueda de honores y de reconocimientos buscando ‘los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, y que la gente les haga reverencias por la calle y los llame maestros’.
El estilo que Jesús quiere para sus discípulos es el de la humildad y el del servicio. No es grande el que más alto está u ocupa un puesto más destacado, sino el que sabe agacharse y ocupar el último lugar para servir. Nos lo enseñó El mismo que no vino a ser servido sino a servir. ‘El primero entre vosotros sea vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será servido’.
¡Cuánto cuesta la humildad de abajarnos y ponernos en nuestro sitio! Claro que pensamos siempre y primero que nuestro sitio está delante y en lo más alto. Cómo me voy a rebajar. Es que encima tengo que agacharme y rebajarme hasta incluso ser yo el primero en pedir perdón... cuántas veces nos viene la tentación y pensamos así. Un recuerdo que me viene al pensamiento ahora; para entrar en la basílica de la Natividad en Belén hay que agacharse, porque la puerta es muy bajita y no podrá entrar nunca un hombre de pie derecho. Para entrar en el lugar del Santo Sepulcro en Jerusalén sucede lo mismo. Para llegar hasta Jesús siempre tenemos que ir por el camino de la humildad.
Y Jesús da unas recomendaciones: ‘Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro... no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra... no os dejéis llamar jefes ni consejeros... uno solo es vuestro Maestro... vuestro Padre del cielo... vuestro consejero, Cristo...’ Y nosotros buscamos títulos y reconocimientos. Y a los sacerdotes nos gusta (¡!) que nos llamen ‘padre’. Qué lejos de lo que nos dice Jesús.
Pidamos al Señor que en la Iglesia entendamos y lleguemos a vivir estas palabras de Jesús. Que siempre sea nuestro estilo el del amor, el servicio, la humildad. Que nos despojemos de nuestros flecos y franjas, de nuestras ostentosidades, lujos y apariencias, tan lejanas del espíritu del Evangelio. Que huyamos de los lugares de honor y de los reconocimientos. Que no temamos despojarnos nosotros, porque de lo contrario serán otros los que nos despojarán como ha sucedido tantas veces en la historia por no vivir el evangelio de Jesús.
Que seamos en verdad la Iglesia pobre y de los pobres, la Iglesia humilde que no lleva dinero en la faja ni busca bastones para el camino. La Iglesia que solo busca a su Señor y se agacha y humilla también haciéndose pequeña y pobre para poder llegar hasta El. Que sean esas las actitudes profundas que tengamos todos en nuestro corazón, pero que las reflejemos en el actuar de nuestra vida.

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