Is. 9, 1-6
Sal. 112
Lc. 1, 26-38
Hace ocho días contemplábamos ‘una figura portentosa aparecida en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas’. Era la imagen bella del Apocalipsis que la liturgia aplicaba a María en su Asunción y glorificación en el cielo.
Hoy queremos seguir cantando la alabanza de María, en esta como octava de su Asunción al cielo, y la llamamos y la invocamos, como tantas veces decimos en las oraciones de la piedad popular ‘Reina y Madre de misericordia’. Así la proclamamos y la celebramos en este día. Es la Madre de Dios, que es también nuestra madre. Para ella la mejor alabanza y los mejores cantos, los más bellos piropos y las más fervientes oraciones. Así la contemplamos glorificada y viviendo ya en plenitud el Reino de los cielos, porque el Señor Dios, su Hijo, la liberó de la muerte y la llevó gloriosa al cielo.
María, Reina de los santos, de los mártires, de los apóstoles, de los confesores, de los vírgenes. Así la llamamos y la invocamos y así la queremos representar en nuestras imágenes, porque para ella que es nuestra Madre queremos lo mejor y la queremos ver cómo la más bella coronada de gracia y santidad.
En nuestra piedad y en nuestra más tierna devoción a María queremos vestirla con las mejores galas y por eso sus imágenes van cubiertas con los más hermosos mantos, la adornamos de nuestras mejores joyas y la coronamos con suntuosas coronas porque siempre la queremos ver como nuestra Madre y nuestra Reina.
Pero ¿cuáles son las más hermosas joyas que adornan a María y las gloriosas coronas? No sabemos como mejor honrarla y terminamos por cubrirla con esas riquezas humanas, ella la que se hizo pobre y humilde para ser siempre la servidora del Señor y de los pobres, la que cantó al Señor que derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes.
Su más grandiosa corona y sus joyas más hermosas son su santidad y todas las virtudes que la adornan. ‘Llena de gracia’, la llama el ángel de la Anunciación, ‘porque has encontrado gracia ante el Señor’. Esa es la belleza de María, esas son sus joyas y esa es su más hermosa corona.
Cuando nosotros queremos honrarla y mostrarle todo nuestro amor, las mejores joyas que podamos ofrecerle serán siempre la imitación que hagamos de su santidad y de sus virtudes. Copiar a María en nosotros; vestirnos de María, pero no externamente sino porque en la santidad de nuestra vida, estemos reflejando e imitando su santidad. Que seamos buenos hijos de María y así nosotros nos engastemos en su corona como bellas joyas porque resplandezcamos por nuestro amor y nuestro espíritu de servicio, por la paz que llevemos en el corazón y con la que contagiemos a los demás, por la búsqueda de todo lo bueno y por el resplandor de la verdad de nuestra vida. Que así brillemos en nuestra santidad.
‘Salve, Reina de los cielos y Señora de los ángeles; salve, raíz; salve, puerta que dio paso a nuestra luz. Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más bella. Salve, oh hermosa doncella, ruega a Cristo por nosotros’.
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