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martes, 19 de agosto de 2008

Con su pobreza enriquecernos a todos...

Ez. 28, 1-10
Dt. 32, 26-28.30.35-36
Mt. 19, 23-30

‘Creedme: difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos’. Una afirmación tajante y rotunda de Jesús, de manera que los discípulos espantados se preguntan: ‘Entonces, ¿quién puede salvarse?’
La afirmación de Jesús viene a continuación del hecho que comentábamos ayer. El joven que cuando Jesús le propone vender todo lo que tiene para dar el dinero a los padre y luego seguirle, se va ‘triste, porque era rico’. Por eso Jesús incluso pondrá la comparación de que ‘más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos’. Agujas se llamaban las puertas pequeñas que había en las murallas de la ciudad, en las que por su estrechez no podía pasar un camello con toda su carga.
El profeta Ezequiel que hoy hemos escuchado también en nombre del Señor habla contra aquellas ciudades y aquellos hombres que se habían llenado de orgullo por sus riquezas. Era proverbial la riqueza de los fenicios, al norte de Israel, donde estaban las ciudades de Tiro y Sidón a las que hoy se dirige el profeta. Eran unos grandes mercaderes y esa tarea del comercio les había hecho amasar inmensas fortunas.
Es por lo que el profeta les dice: ‘Se hinchó tu corazón y dijiste: soy Dios entronizado en solio de dioses en el corazón del mar... con tu talento, con tu habilidad, te hiciste una fortuna, acumulaste oro y plata en tus tesoros... ibas acrecentando tu fortuna y tu fortuna te llenó de presunción...’
Todos conocemos las actitudes presuntuosas de quienes han amasado fortunas y por eso se creen poderosos por encima de todos, como para dominar a todos y manejarlos a su antojo por la fuerza y el poder del dinero. Es la tentación del dinero, pero que quienes quizá con pobres y nada tienen en su ambición sueñan también con tener un día tal poderío económico para así sentirse halagados por todos.
El Señor nos libre de esas tentaciones. Que nuestro espíritu y nuestro corazón sea humilde y nunca apeguemos nuestro corazón a las cosas materiales y terrenas. ‘Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para con su pobreza enriquecernos a todos’. Así nos enseña el apóstol en sus cartas.
Así lo contemplamos en el evangelio. Serían muchos los textos en los que podemos contemplar a Jesús así. El que no vino a ser servido sino a servir, lo contemplamos en el oficio de los sirvientes, a los pies de sus discípulos. ‘Me llamáis el Maestro y el Señor y en verdad lo soy; si yo os he lavado los pies, os he dado ejemplo para que vosotros también lo hagáis’. Es el ejemplo, la lección que nos da Jesús. Es el estilo de los que vivimos o queremos vivir en su reino.
Pedro todavía se atreve a preguntar a Jesús: ‘Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos va a tocar?’ Jesús nos dará siempre lo mejor. Y lo mejor es poder vivir a Dios y teniendo a Dios lo tenemos todo y además en abundancia. ‘El que por mí deja casa, hermanos y hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna’. No dejamos las cosas haciéndonos pobres para enriquecernos con bienes o riquezas materiales. El premio lo tenemos en la vida eterna, que es lo importante. Y la vida eterna es poseer a Dios.
Terminará diciendo Jesús: ‘Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros’.

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