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miércoles, 20 de agosto de 2008

Id también vosotros a mi viña...

Ez. 34, 1-11
Sal. 22
Mt. 20, 1-16

¿Qué decir de esta parábola que nos propone Jesús en el evangelio de los trabajadores llamados a su viña a distintas horas? Sencillamente que Dios nos quiere a todos en su viña. Nos irá llamando en distintas horas de nuestra vida, pero lo que quiere es que todos estemos en su viña del Reino de los cielos. ‘Salió al amanecer... otra vez a media mañana... hacia mediodía y a media tarde... al caer la tarde... id también vosotros a mi viña’.
Unos desde la más temprana edad mamaron, por decirlo así, en sus padres cristianos y en su familia el don de la fe y del amor de Dios, y otros en su pubertad o en su juventud, en la edad madura de la vida adulta o quizá en los últimos años de su vida, han ido recibiendo esa llamada del Señor. Las circunstancias han hecho que no lo hayamos conocido siempre desde la primera hora, pero El si ha estado llamándonos en las distintas horas. Lo importante es que respondamos en la hora que el Seños nos invite a participar de su viña. Y a todos nos ofrece un denario. ‘Se ajustaron con él en un denario...’
¿Qué significa ese denario que nos ofrece? ¿En qué consiste ese pago que nos da por la respuesta a pertenecer y trabajar en su viña?
Sencillamente tenemos que decir, la vida eterna. No son pagos con premios y ganancias humanas. Son regalos de plenitud. ¿Qué nos ofrece el Señor? ¿En qué consiste ese cielo que nos ofrece? Vivir a Dios, vivir la vida de Dios en plenitud, la visión de Dios, la posesión eterna de Dios. Esta es su heredad. Y todo eso en plenitud. Es la plenitud de la dicha del cielo, de la posesión de Dios, de la visión de Dios, de ese llenarnos de la vida de Dios para estar en Dios.
Algunas veces cuando pensamos en el cielo estamos pensando en nuestras categorías humanas. Unos méritos que nos ganamos y a quien tenga más méritos más se le da. Pienso que en el cielo no hay esas categorías. Porque si el cielo es la posesión de Dios, cuando tenemos a Dios, lo tendremos siempre en plenitud. Cuando gocemos de la visión de Dios, será una visión de Dios en plenitud. Cuando gocemos de la vida de Dios, ese gozo, esa felicidad es en plenitud, porque en el cielo no puede ser de otra manera.
Quizá cuando estamos pensando en eso desde aquí abajo, nos sucede un poco como a los obreros de la parábola. ‘...nosotros hemos aguantado todo el peso del día y el bochorno’. Pero pienso que cuando ya gocemos de Dios no nos caben las sombras de la envidia o del resentimiento porque a mí me da igual, menos o más según mis medidas, que al otro. Simplemente gozamos de Dios y lo hacemos en plenitud. Por eso lo importante es esa respuesta que nosotros le demos a esa invitación que el Señor nos hace.
Dios nos gana siempre en generosidad. El amor que Dios nos tiene es por igual para todos. No caben esas categorías de diferenciaciones ni de méritos. Porque además la salvación no es por lo que nosotros merezcamos, sino por lo que el Señor en su infinita bondad quiere ofrecernos. La salvación es un regalo que El nos da, es gracia. Y Dios es siempre más generoso que todo lo generoso que nosotros podamos ser.
Que alcancemos ese denario de Dios. Que vivamos y trabajemos en su viña y así gozaremos de la plenitud de Dios. Démosle gracias a Dios porque así nos quiere hacer partícipes de su vida y de su gloria.

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