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domingo, 24 de agosto de 2008

Una confesión de fe con toda la vida

Is. 22, 19-23; Sal. 137; Rm. 11, 33-36; Mt. 16, 13-20
¡Qué pasada las preguntas de Jesús a los apóstoles! Primero, qué es lo que opina la gente de él, y luego más directamente qué es lo que piensan ellos. ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?... y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Preguntas comprometidas.
Eran momentos de una mayor intimidad, podríamos decir, pues habían llegado a la región de Cesarea de Filipo, que quedaba realmente fuera del territorio palestino y era la oportunidad, lejos del agobio de las multitudes que lo seguían, para hablar más en un tú a tú entre Jesús y los apóstoles. Ellos podían captar lo que eran los comentarios de las gentes que acudían a Jesús, que le escuchaban sus enseñanzas, o que eran testigos o beneficiarios de sus milagros y era lo que Jesús preguntaba aunque como veremos era algo más lo que Jesús buscaba.
Ya en alguna ocasión el evangelio habla de la admiración de la gente por Jesús. ‘Nadie ha hablado como él, con tal autoridad... un gran profeta ha aparecido entre nosotros... este hombre tiene que venir de Dios porque si no, no podría hacer las obras que hace...’ Vemos la respuesta de los apóstoles: ‘Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas’.
Pero el trato hace el conocimiento y ese trato y conocimiento creciente hace brotar la flor de la amistad y del amor. Con los apóstoles Jesús había mantenido una mayor cercanía. Estaban siempre con El. Con Jesús iban a todas partes. A ellos les explicaba con mayor detalle las parábolas y sus enseñanzas. Eran testigos excepcionales de las obras de Jesús y de sus milagros. Por eso, sería importante la respuesta más personal que ellos pudieran dar. Ya conocemos la respuesta de Pedro que tantas veces hemos reflexionado.
Preguntas que también tienen que hacernos reflexionar a nosotros. A los que nos sentimos más cerca de la Iglesia y queremos vivir más intensamente nuestra vida cristiana, porque queremos seguir más de cerca de Jesús, y a aquellos que ocasionalmente hoy tengan la oportunidad y escuchen (o lean) este evangelio y comentario que estamos haciendo. ¿Qué dice la gente o qué decimos nosotros de Jesús? ¿Qué significa en nuestra vida? ¿Cuál es la confesión de fe personal que podemos hacer?
No es bueno hacer juicios sobre la fe o las actitudes profundas que tengan las personas para vivir. Más que juicio sobre los demás es pregunta sobre mí mismo, lo que me hago. Si la pregunta nos la dirigiera Jesús hoy a nosotros, ¿cuál sería nuestra respuesta? Como decía aquella gente que Jesús eran un profeta de otro tiempo – mencionaban a profetas que ya habían muerto -, ¿acaso también nosotros pensaremos en Jesús como si fuera un personaje de otro tiempo? ¿Habremos captado a un Jesús vivo, presente en nuestra vida y que viene a ser quien de verdad mueva toda mi vida en un nuevo estilo de ser y de actuar?
No nos vale sólo que hagamos o demos una respuesta totalmente fiel a lo que hemos aprendido en el catecismo o en la teología. A Jesús no lo podemos encerrar en una definición. La respuesta que estaba dando Pedro era una respuesta vital. En lo que Pedro estaba diciendo, estaba poniendo toda su vida, todo su sentido de vivir. Y es a donde tenemos que llegar nosotros. Una respuesta y una confesión de fe que envuelva toda nuestra vida.
Pero ya antes decíamos que el trato hace el conocimiento y el trato y el conocimiento hacen crecer la flor de la amistad y del amor. Así tiene que ser nuestra relación con Jesús. Jesús, Dios no puede ser algo de lo que echemos mano en un momento determinado porque tenemos un problema, queremos recordar un difunto o ahora tengo un especial momento de fervor. Mi trato y relación con Dios, con Jesús tiene que ser algo más intenso, más vivido intensamente. Como quien cultiva una amistad. Tenemos que llegar a un conocimiento cada vez más intenso de Jesús. Tenemos que hacer que Jesús esté de verdad presente en cada instante de mi vida. por ahí tiene que ir nuestra respuesta y nuestra confesión de fe.
Jesús y los apóstoles se habían ido a un lugar apartado donde estar más a solas, donde entrar en esa relación más intensa. Es lo que nosotros tenemos que saber buscar con nuestra oración, con nuestra lectura atenta y fiel cada día del Evangelio, de la Biblia, de la Palabra del Señor. Es lo que tenemos que saber buscar con momentos de mayor interioridad y reflexión, para ir rumiando ahí en el corazón todo eso que vamos recibiendo del Señor, todo lo que El nos va hablando por tantos medios, por los mismos acontecimientos de la vida.
La respuesta de Pedro es una hermosa y vivida confesión de fe. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’. No eran solamente unas palabras. Era toda una opción que Pedro estaba haciendo porque estaba confesando que Jesús, el Hijo de Dios, era en verdad la salvación de su vida, era el Mesías.
Y ya vemos que de aquella confesión de fe nació la Iglesia. A partir de esa confesión de fe, a Pedro se le confía una nueva misión. ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...’ Iba a ser piedra de aquella nueva comunidad que nacía, aquella comunidad de los que confesaban así esa fe en Jesús. Esa nueva comunidad, la Iglesia, que tan importante iba a ser para el mantenimiento de la fe en Jesús, para su propagación, para su extensión por todo el mundo. Un día serían enviado por todo el mundo para anunciar esa misma fe.
Ahí en la Iglesia - aquí en la Iglesia, tenemos que decir -, tenemos ese punto de encuentro para conocer a Jesús, para llegar a Jesús, para alimentar nuestra fe en Jesús. Pedro tenía la misión de ser piedra de unión de esa Iglesia y también la de confirmar la fe de todos los creyentes en Jesús.
‘¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!’, le dice Jesús. Felicidades, Pedro, por tu fe. Dichoso por su fe; dichoso porque abrió su corazón a Dios para recibir esa revelación del Padre; dichoso por confesar así esa fe. Es la dicha con la que nosotros también hemos de vivir y proclamar nuestra fe. Es la dicha y el gozo hondo de sentirnos y manifestarnos creyentes ante todos los hombres. No la ocultemos, no la disimulemos, ni la oscurezcamos. Vivamos la alegría de nuestra fe, de nuestra amistad y de nuestro amor por Jesús.

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